Kierkegaard, el optimista. Sartre, más optimista todavía. Dan la libertad por regalada. El filósofo danés afirma que por supuesto, hay unas predeterminaciones, pero que a pesar de éstas tenemos la posibilidad de elegir. De ahí, la angustia. Pobres de nosotros que tenemos que estar pensando todo el tiempo «tengo que hacer esto o quizá lo otro». ¡Qué desesperación el elegir! ¿No sería más desesperado el no poder elegir? ¿No lo es, de hecho?
Podría ser que la predeterminación se expandiese, que lo cubriera todo como lo hace la lava cuando emerge de un volcán. ¿Acaso no hay bastante coacción externa, coacción que nos limita, que nos encamina, que nos determina? Pero la coacción externa, no es más que una quimera, nada es tan fuerte y poderoso como la coacción interna, la del propio yo. Nuestra interioridad nos determina, y obramos siempre cómo obramos, debido a como somos. No resulta muy difícil saber la suerte de un hombre cuando ya se han visto varios como él. Si no fuera así, ¿por qué acontecen siempre las mismas cosas a personas que son iguales?