Daina Ashbee se plantó en medio de un escenario desierto, cubierto tan solo por una lona de plástico, recubierta a su vez por un líquido transparente, fluido. Iba vestida tan solo con unos tejanos, que pronto se quitó mirando fijamente al público. Así pasó un buen rato.
Después, ya con el cuerpo desnudo se estiró sobre la lona y se trasladó a otro lugar.
El deseo de la mujer es algo desconocido para la mayoría. Es un misterio. Por dos razones:
1) Es más complejo que el de los machos.
2) Ha sido ocultado, incluso negado, durante la mayor parte de la historia de la humanidad.
Daina Ashbee desvela el deseo femíneo en su pieza de danza Pour.
La mujer se arrastra por la lona húmeda, con extremada pausa, retorciendo su cuerpo tan lentamente que apenas puede percibirse. Para que se hagan una idea: tarda 45 minutos en recorrer dos tercios del escenario.
La bailarina transita el espacio serpenteando, pegada a la lona, como si ésta fuera el cuerpo de su amante, creando una atmósfera hipnótica, ensoñadora.
Es el deseo crece poco a poco, tan hondo como delicioso.
De pronto, Daina Ashbee se ve envuelta en un coito. Boca arriba, con la espalda sobre la lona, como en un catre, con las piernas dobladas, las manos golpean el suelo, evocando el ruido opaco de las embestidas de una polla entrando y saliendo de un coño. Contraste brutal entre el deseo profundo y suave (por lo cercano a la eternidad) de la mujer.
Con esta pieza, la bailarina canadiense ha contribuido no sólo a una experiencia estética como pocas hoy en día por su carácter pausado, su singularidad, originalidad y autenticidad, sino que ha legado al mundo un conocimiento que ha sido reiteradamente velado a lo largo de la historia.