Al grano.
No pasa un año sin que aparezca una lista con Vértigo como la mejor película de la historia del cine. De lo que se deduce lo siguiente:
• Primero, hay mucho advenedizo haciendo listas sobre cine.
• Segundo, ya es hora de que participen más mujeres en las susodichas listas.
• Tercero, deberían ampliarse las miras hacia otras latitudes.
Vértigo, la mejor película de la historia. ¿Cómo? ¿Quién…? ¿quién con el más mínimo conocimiento de cine puede llegar a semejante conclusión? ¿Acaso no hay cientos de películas mejores? Comparen:
– Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica
– Fellini, 8 y medio, de Federico Fellini
– La historia del último crisantemo de Kenji Mizoguchi
– M, el vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang
– El verdugo, de García Berlanga
– La edad de oro, de Luis Buñuel
– Oasis, de Lee Chang-dong
– Las sangrientas, de Jean-Pierre Bekolo
– La fiera de mi niña, de Howard Hawks
– El verano de Kukujiro, de Takeshi Kitano
Las comparaciones son odiosas, por algo- revelan la verdad de manera implacable. A diferencia de Vértigo, estos filmes poseen magia = arte, y un planteamiento transgresor y filosófico.
Pero no vayamos por ahí, que siempre puede salir alguno diciendo: «Pues a mí me gusta, perdón, a mí me parece mejor Vértigo». Sin embargo, el arte no es una cuestión de gusto, señorito. Eso ya lo aprendimos en el XVIII.
He aquí los Argumentos:
• Vértigo es una película sumamente aburrida. La acción se hace eterna, más cuando el argumento es mínimo. Vértigo se hace más larga que un día sin pan, o un día sin tinto de verano, en verano.
• Se trata de un ejercicio puro de vouyerismo pornográfico, muy característico, por otra parte, de Hitchcock. Casi podemos intuir al director acariciándosela durante la mayor parte del rodaje.
Bien, para que un filme pueda ser considerado como el mejor de la historia del cine, esto es, como la obra de arte por antonomasia de la disciplina cinematográfica, debería cumplir algunos requisitos, entre otros, ser un universal.
• Vértigo, por el contrario, no sólo no es universal, sino que es harto es partidista. Es una peli para tíos.
Y ahora vamos al núcleo, a la chicha, al mensaje.
• Vértigo es (una de) la(s) película(s) más misógina(s) de la historia del cine. Y Hitchcock, uno de los directores más perniciosos por haber vertido al mundo esa visión de las mujeres ideales, como etéreas mosquitas muertas, rubias platino inalcanzables, que encarnan, según él, la perfección, infravalorando así al resto de mujeres.
Alfredo Hitchcock: «Creo que las mujeres más interesantes, sexualmente hablando, son las mujeres británicas. Creo que las mujeres inglesas, las suecas, las alemanas del Norte y las escandinavas son más interesantes que las latinas, las italianas o las francesas. El sexo no debe ostentarse. Una muchacha inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montar en un taxi con usted y, ante su sor- presa, desabrocharle la bragueta»[1].
Por supuesto, cada cual que tiene sus propias fantasías, pero de ahí a convertirlas en imaginario colectivo para seguir de este modo denostando a las mujeres… ¡Venga!
Encontramos a tres personajes femeninos, tres arquetipos de mujeres en Vértigo:
– Madeleine, la Mujer: onírica, misteriosa, inalcanzable, fascinante
– Judy, la cualquiera, una mujer vulgar, disponible, una de esas del montón
– Midge, la amiga, la mujer inadvertida
Empecemos por esta última, la amiga. El protagonista, el ex policía retirado John «Scottie» Ferguson, visita regularmente a una amistad suya, Midge, una mujer independiente. Vive sola en su apartamento, donde trabaja como diseñadora de modas. Es rubia, pero su rostro es común y, además, lleva gafas.
Desde la primera escena, se hacen evidente sus sentimientos encontrados: mientras Scottie no siente absolutamente nada por su amiga, ella está enamorada de él. A pesar de que Scottie lo sabe de buena tinta, esto no le impide visitarla constantemente, hacer de ella su confidente y relatarle, sin el más mínimo pudor, su fascinación hacia otra mujer, Madeleine Elster, la mujer ideal, de la que se está enamorando. De este modo, el ex policía martiriza a su amiga, haciéndole notar que ella no está a la altura de Madeleine, jamás lo estará.
Midge es despojada de su condición de mujer como objeto de deseo por el hombre al que ama…
– ¡Es tan horrible!
– Pues eso no es nada, ojo a lo que hace Scottie con Judy.
Mientras Madeleine simboliza a esa mujer ideal, elegante, misteriosa, intocable, Judy representa a la mujer de carne y hueso, vulnerable ante el amor, dispuesta a cualquier cosa por amor.
Tras la repentina y traumática muerte de Madeleine, que deja sumido a Scottie en la desesperación, el ex policía encuentra por casualidad a Judy, una mujer que, pese a estar en las antípodas de Madeleine, en lo que a sofisticación y clase se refiere, tiene un parecido asombroso con ella. Nada más conocerla, Scottie le pide una cita. Lo que no sospecha Judy son las verdaderas intenciones del protagonista: pretende moldearla a imagen y semejanza de Madeleine, ya sea comprándole la ropa que ella solía llevar, los zapatos que calzaba, su peinado, incluso el color de su pelo.
De este modo, Judy se convierte en una especie de muñeca de Frankenstein; pues es el recipiente con el que Scottie pretende devolverle la vida a Madeleine. Pero eso tiene un precio: anular a Judy como persona, como mujer.
La voluptuosa, corriente y sencilla Judy pierde así su identidad, su cuerpo y su alma para transformarse en el ideal imposible, en la fantasía de un hombre, Scottie, o Hitchcock, como de otros muchos.
Judy es torturada por el mero hecho de ser una cualquiera a los ojos de ese hombre, una mujer vulgar, una golfa a quien Scottie se cree con derecho de moldear a su gusto. Es un abuso de poder, exponente máximo del machismo, la misoginia, ¡es un crimen!
Pero todo eso está justificado, porque el hombre desea a la mujer ideal, la gélida y perfecta Madeleine. Y semejante historia, ¿en serio?, es la mejor película de todos los tiempos.
[1]Françoise Truffaut, El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid 2003, capítulo 11, página 214.