La infidelidad masculina*

Resulta curioso como los hombres se excusan al cometer una infidelidad, o más bien al ser descubiertos, diciendo: “Nosotros somos infieles por naturaleza”. Como si estuviéramos aún en la edad de las cavernas y los hombres no pudieran luchar contra su instinto animal. Y al mismo tiempo resulta paradójico el hecho de que ellos mismos se hayan situado siempre en un lugar privilegiado, por encima de las mujeres. En el reino de la razón, la templanza y la cordura.

En realidad todos somos carne. Sangre. Impulso. Sin embargo, hombres y mujeres son diferentes a nivel fisiológico. El sexo masculino se podría comparar con un velocista, el de la mujer con una maratoniana. El sexo masculino es emanación de esperma y luego sueño profundo. Muerte cerebral. Cuando ha vertido su contenido, la figura de la mujer deseada se difumina. Y su mirada se dirige hacia otra presa. La naturaleza tiene que cumplir su función.

06a00e5523026f58834017c315c8dbb970bEl ser humano ha creado un universo paralelo al real en el que sentirse protegido de sus miedos. Ha establecido una serie de leyes en un principio las llamaba divinas; más tarde, consuetudinarias, que debían protegerlo de los posibles peligros de la naturaleza y de sus semejantes. Ha intentado apaciguar sus instintos por recelo a convertirse él mismo en presa. Tanto hombres como mujeres han inventado estas leyes que, con el transcurso del tiempo, llegaron a formar parte de la cotidianidad, sin poder separarse de ésta. Por un lado, las mujeres guardaron su sexo, elevando la pureza al bien más preciado en una hembra, con el propósito de conseguir un hombre que se hiciera cargo de ellas y de su descendencia. Por otro, los hombres estipularon las fronteras de la infidelidad y el adulterio. En la tradición musulmana, la poligamia –masculina- tiene la bendición de Alá. Debemos buscar sus raíces en el simple instinto de supervivencia de la especie. La procreación. Cuántas más mujeres posea un hombre, tantos más hijos podrá engendrar.

Sin embargo, al mismo tiempo que se fundaban dichas normas, el hombre pretendió siempre zafarse de ellas. Dar rienda suelta a sus deseos. Deshacerse del yugo del matrimonio, de su rígida rutina. Alcanzar la libertad -aunque fuera únicamente para someterse a la imperiosa necesidad del instinto-, a través del placer de un nuevo sexo. Saciar su concupiscencia, que no se agota con el cónyuge. Recuperar la juventud y vivir como entonces.

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Richard Sherman, el rodríguez, intenta seducir a su vecina en «La tentación vive arriba» de Billy Wilder

Los hombres, sin duda, han gozado de mayor tolerancia al quebrantar la ley. Puesto que seguían la voz de la naturaleza. La mujeres, en cambio, han sido repudiadas, asesinadas e incluso violadas al cometer un acto de infidelidad, por ser consideradas lascivas e ir en contra de los preceptos de conservación de la especie.

No obstante, la respuesta de la supervivencia no es la única. El hombre ha intentado desde que el mundo es mundo dominar su hábitat. Su alrededor. Y, como no, a las mujeres. En lugar de crear una sociedad libre y fraternal, ha puesto los cimientos a sociedades represoras y crueles. A la mujer, en este sentido, siempre le ha tocado la peor parte. Ha sido parte de la mercancía. Menospreciada y, en muchas ocasiones, vejada. ¿Por qué tanta barbarie? Quizá porque sentían un pavor atroz hacia ellas. Tal vez porque eran incapaces de aquietar su deseo.

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* Extracto del ensayo «Infidelitas, -atis» de Carmen Lloret, publicado en 2005.

2 comentarios en «La infidelidad masculina*»

  1. Encantado de comentar en esta publicación que tan bién no ha resultado para documentarnos sobre estos y otros temas relacionados. Lo dicho, os sigo leyendo 😉

  2. Muchas gracias, María, por escribirnos. Es una gran alegría estar en contacto con los lectores que nos siguen y nos leen!!!
    Un abrazo muy fuerte!
    Carmen

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