Hay cosas que sólo pueden ocurrir en determinados sitios y en un tiempo concreto. Estas palabras se me escapan por pura necesidad, a raíz de una experiencia que he vivido hace pocos días. Pues bien, comienzo con esto a lo que no puedo más que denominar como “algo más que una anécdota o pura casualidad”. Hace poco que estuve en Berlín, la gran cuna de la música electrónica. Como buen enfermo musical, que necesita sus periódicas dosis de vinilos que añadir a su colección, la oportunidad de adentrarme en territorio alemán provocó en mí la ansiedad por acercarme a la obra de los grandes perpetradores de la kosmische alemana: Wendy & Carlos, Tangerine Dream y, sobre todo, Klaus Schulze. Curiosidades de la vida, al mismo tiempo de mi creciente interés hacia los orígenes de los sintetizadores analógicos de los ’70, moría Edgar Froese, la mente maestra de Tangerine Dream y también el creador de obras en solitario tan fascinantes como Aqua (Virgin, 1974) y Epsylon In Malysian Pale (Virgin, 1975); por cierto, esta última llegó a convertirse en la banda sonora personal de David Bowie, durante sus años berlineses.
Entre 1969 y 1970, Froese y Klaus Shulze habían formado comandita al frente de Tangerine Dream. Sin embargo, Schulze necesitaba un espacio propio para dar vida a sus “óperas espaciales” o, como yo entiendo, los verdaderos orígenes de la música ambient y el reciente pop hipnagógico. Respecto a esta primera rama, no hay que olvidar nunca que la obsesión por las texturas suspendidas en el tiempo de Schulze fue una de las motivaciones principales para que un tal Brian Eno sacara adelante sus experimentos personales, mediante obras clave de la música ambient, como Ambient 1: Music For Airports (Polydor, 1978) y Ambient 4: On Land (E.G., 1982). Respecto a la segunda rama, una de los proyectos más superlativos del pop hipnagógico, Belbury Poly, siempre han citado la obra de Schulze como una de sus principales fuentes de inspiración. Yendo más allá, el objetivo del pop hipnagógico, “buscar el futuro en el pasado para hacer brotar una vía hacia el presente nunca antes abierta”, comparte la misma visión con la que Schulze comenzó en los ’70 a indagar hasta un pasado donde la electrónica fuera el pulmón de sus mundos imaginados. En su caso, la cosmovisión que Schulze tenía de la música provenía de la cultura de las drogas que emergió durante los ’60. Su necesidad provenía de ofrecer un raíl alternativo a la psicodelia encapsulada entre canciones de cuatro minutos. Así, a lo que Schulze aspiraba era a romper los límites temporales de lo que él entendía como “experiencias demasiado rápidas, efímeras”. Para alcanzar un estado donde la música fuera la verdadera droga, y no un complemento a las sustancias consumidas, las canciones tenían que romper con los moldes espacio-tiempo. Para ello, Schulze no se cortaba ni media en sacar adelante canciones entre los 20 y los 30 minutos. Un tema para cada cara del disco donde Schulze dibujaba planetas alienígenas, sensaciones extraterrestres, mediante auténticos “cuadros en movimiento”. Para Schulze las melodías eran como el ciclo vital: nacían, crecían, se reproducían y finalmente morían. Esta concepción grandiosa de la composición provenía del método repetitivo, con los mínimos acordes, que Schulze había mamado de las óperas electrónicas de Stockhausen, los conceptos sobre el desarrollo progresivo de los tejidos sonoros aplicados por Terry Riley y la mutación de una nota en sus más diferentes formas de Steve Reich, pero también de los sonidos alucinógenos creados por los Pink Floyd de Syd Barret.
Autor de, al menos, un repóquer de clásicos incontestables de la kosmische alemana –Irrlicht (Ohr, 1972), Cyborg (Ohr, 1973), Picture Music (Virgin, 1975), Mirage (Island, 1977) y X (Brain, 1978)-, para un servidor, adentrarse en la vasta obra de Schulze ha sido como encontrar un tesoro del que, ni siquiera, podía hacerme una idea de su existencia.
A lo que iba, unos días antes de marchar a Berlín, me encontraba inmerso en largas sesiones musicales -gracias a youtube, todo hay que decirlo-, de la primera época de la obra de Klaus Schulze. Si bien todos los discos en los que me sumergí durante esos días se me pegaron en la matriz onírica de mi cerebelo, hubo uno en especial que me dejó literalmente noqueado. Y ese fue Cyborg. Muy contadas veces en mi vida, la escucha de un disco me ha sugerido tantas imágenes: era como planear en una nave espacial sobre terrenos de extensión infinita, sin vida, muertos. Algo así como sentirse como un átomo fascinado ante la enormidad del universo.
Vértigo, fascinación, hipnosis, Cyborg está conformado por cuatro movimientos -en el caso de los primeros discos de Schulze, hablar de “canciones” resultaría ridículo- que penetran como un cuchillo indoloro en la puerta de los sueños. Schulze apela a una grandeza wagneriana, pero sus sintetizadores hablan en un idioma universal de naturalezas muertas y cinemascope de pantalla circular. Schulze te adentra en una nube en movimiento. La sensación es como la de ser el astronauta de “2001, una odisea en el espacio” (1969) adentrándose en un planeta nuevo. Parece que la Tierra se ha muerto y Schulze nos lleva en la búsqueda de nuevas zonas donde poder empezar de nuevo una nueva raza. Dicho así, parece que estamos ante música aparatosa, pretenciosa por su gran conceptualidad. Nada más lejos de la realidad, precisamente el hecho que aquí haya sido eliminado cualquier rastro de melodía cerrada, argumento narrativo -no, esto no es The Wall (EMI, 1979), ni demás artefactos de grandilocuencia rockera disfrazada de intelectualidad populista-, voz cantante o giro dramático, redunda en la idea de música interactiva con el oyente hasta niveles de pura hipnosis. Cyborg no es como una banda sonora de futurismo apocalíptico, en realidad, es la película en sí misma. De hecho, Schulze describe imágenes con su música, y Cyborg fluye como un mural de proporciones faraónicas, poblado de tonos que no dejan de expandirse ante nuestros oídos-ojos. Los sintetizadores lloran lágrimas de melancolía infinita, mientras te arrastran a un estado mental desde el que no se puede distinguir entre sueño y realidad.
La ambición de Schulze no conoce límites, igual que su música, siendo capaz de crear momentos tan inolvidables como la belleza sobrecogedora, palpitante -¡dios mío!, ese sintetizador de fondo chorreando moles de graves- de ‘Conphära’, los misterios insondables que encierra ‘Chromengel’. Cyborg es la máxima expresión de lo que significa el término “instrumental” dentro de la música. En ningún momento da la impresión de que pueda sonar una voz remotamente humana. No hay patrones rítmicos; todo flota. Más de cuatro décadas después sigue siendo una muestra de lo que significa la música como una experiencia totalmente física.
Remontándonos al arranque de este artículo, descubrir Cyborg fue la excusa perfecta para meterme en la quijotera la obsesión de intentar conseguir una copia en vinilo de esta obra, por otra parte, inencontrable en España. La oportunidad la pintaban calva: un viaje al mismo Berlín. ¿Dónde si no iba a tener más posibilidades que en un mercado de segunda mano de la capital alemana para lograr mi objetivo? Sin embargo, ya se sabe: jamás se puede ir a un mercadillo de discos con la idea de lograr un disco específico: nunca lo acabas encontrando. Siempre te vuelves para casita con cara de atontado y algo que has comprado para intentar engañarte a ti mismo.
Contando los días hasta el día D de mi misión, fui ampliando mis horizontes: pensé que, si no encontraba Cyborg, cualquier otro disco de la primera etapa de Schulze me valía. Visto así, hasta podría tener éxito mi misión. Efectivamente, nada más llegar, encontré copias de Mirage, X y Picture Music. La verdad, estaba más que satisfecho con la suerte corrida, pero una espina me seguía rascando el esternón. Movido por la filosofía del “todo o nada”, mi última parada llegó en el momento en el que los puestos ya empezaban a recoger todo el material. A este último sprint me lanzó un angelillo llamado Carmencita, sin el que jamás podría haber pasado el milagro que viene a continuación.
Nada más llegar al último puesto, mis ojos visualizaron una etiqueta dedicada a los discos de Klaus Schulze y Tangerine Dream. Con los dedos entre congelados y con el ritmillo especial del que lleva más de una hora pasando discos entre cajas y cajas, no necesite más de dos segundos para darme cuenta de que mi postrera bala en la recámara había implosionado. Hasta que, tras haber aceptado mi derrota, tuve la feliz idea de mirar por casualidad en la cajeta de “progresivo”. Quién sabe, igual alguien se le había colado los discos de Schulze entre los de Genesis… Cuál fue mi sorpresa, cuando el primer disco que levanté un poco por la solapa ponía unas palabras que me eran familiares, CYB… Sin embargo, en la esquina del doble LP marcaba 10€. No era posible, ¿cómo me iba a salir por sólo 10€ un doble vinilo de hace 42 años como Cyborg? Incrédulo hasta niveles surrealistas, acabé por levantar la carpeta del todo. Al igual que la misma sensación que provoca Cyborg, tras visualizar que, efectivamente, se trataba del disco ansiado, aún me tuve que pellizcar, no fuera a ser que estuviera en uno de esos tantos sueños en los que encuentro el disco que me he propuesto encontrar a toda costa. La sensación al tenerlo entre mis manos fue tan intensa que hasta me dio reparo dárselo al tipo que llevaba el puesto para que me lo cobrara. Quién sabe, igual va y me suelta que está reservado… Increíblemente -y digo “increíble” porque no se me ocurre un adjetivo mejor para describir la escena que viene a continuación-, el que llevaba el puesta era un fan de Schulze. Me empezó a contar que hacía poco lo había visto tocar en Génova, y acabamos hablando de cómo el, más que merecido, redescubrimiento en España del legado alemán dejado por Can, Neu! o Faust había tapado por completo la obra de Tangerine Dream, Cluster o Klaus Schulze.
¿Casualidad o no? Definitivamente, la lógica se hace aplastante cuando la persona que te vende el disco que buscas con toda tu alma es un fan del mismo. En un caso como éste, la victoria se hace todavía más y más dulce.
PD: como última nota reivindicativa, hay que señalar cómo Burial, uno de los artistas más transcendentales de la actualidad, ha mamado de la obra de Schulze. Para el que aún no lo sepa, una de sus joyas más embrujadoras, ‘Night Bus’, se trata de algo 100% Schulze.
Buenisimo articulo !
Un articulo muy interesante y escrito con maestría. La enhorabuena.
Salut i pau.
Enric
he seguido a klaus schulze desde el 94′ a mis 13 años en esa fecha grabe una entrevista radial 88.9 futuro stgo de chile y en el mismo año en una radio local de temuco tocaron X. He escuchado e investigado casi toda la discografia de schulze, r.wahnfried, ashra, TD y es fantastica