Una de las obras más sorprendentes entre el sembrado cultivo final de los ’70; por poner un ejemplo de excepción, este primer trabajo de The Raincoats incluso supera el impacto del debut de The Slits.
El único álbum que en aquel año del ’79 podía mirar de tú a tú al London Calling (CBS, 1979) de los Clash y al segundo LP de Public Image Limited – dos trabajos que, respectivamente, cambiarán para siempre los conceptos de globalización y transgresión dentro del pop -, también estamos ante la mejor manera de derribar la estúpida separación entre “lo masculino” y “lo femenino”, promulgada por la crítica dentro del pop, como ninguna otra obra lo había hecho antes; ni siquiera el Horses (Arista, 1975) de Patti Smith.
A la altura de los momentos más sembrados de los alquimistas del art-punk, Pere Ubu. El primer álbum de las Raincoats se apoya en una serie de herramientas excepcionales que, milagrosamente, coincidirán en ese mismo instante de creación: el bajo denso, ágil y multiforme de Gina Birch; el violín asilvestrado de Vicky Aspinall y, cómo no, la voluptuosa batería sin límites ejecutada por Palmolive. Y es que al hablar de las Raincoats de 1979 lo estábamos haciendo de una banda de las bandas capitales del prominente post-punk; y sí, sin nada que envidiar a gigantes como The Pop Group o Gang of Four.
Seductoras, contundentes, originales, vivarachas y bendecidas con el don de ubicuidad lírica. En este álbum, las Raincoats exprimirán el punk de todas las formas posibles hasta darle una nueva significación, en lo que a riesgo y vanguardia se refiere. Como si el perfil más violento de la Velvet se hubiese inoculado en la matriz musical del grupo, The Raincoats ya habían avisado anteriormente de la que se nos venía encima por medio del enorme single “Fairytale in the supermarket”. Pero ni aun así, a ver quién era el guapo que podía estar preparado ante el suculento plato de punk tribal que nos tenían preparado.
Una decena de razones para seguir creyendo en la capacidad regenerativa del pop a partir de texturas ya conocidas; por otro lado, cualquier atisbo de reconocer algún estilo o influencia, entre las pistas de The Raincoats (Rough trade, 1979), queda fagocitado en un conglomerado de canciones tan únicas como las que germinan en discos pivotales, casi nacidos sin un compás orientativo, como los imprescidibles Trout Mask Replica (Straight, 1969) de Captain Beefheart, el primer disco de los Ramones o el Unknown Pleausures (Factory, 1979) de Joy Division. Y si da la impresión que exagero, pincha “Adventures close to home”, “No side to fall in” o “Black and white” y deja que la música hable por sí sola. Rara vez podrás volver a vivir una experiencia más embriagadora que ésta. Y si no, que te den cita para el neurólogo; alguna conexión tendrás escacharrada.