Granville Waiters: «el especialista»

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!Waiters mirando a canasta!

Granville Waiters, ¡qué gran hombre! !Qué lozano, él!  Pero antes de empezar con las fascinantes peripecias de este ser tan entrañable, pongámonos en antecedentes. La temporada 1988-89 será clave en la historia del baloncesto español y europeo. En aquellos años, la mítica pareja de extranjeros estaba suscrita a la ley no escrita de que cada uno de ellos tenía que promediar veinte puntos o más. Si no, a la puta calle; no durabas ni cinco partidos… Pues bien, en un momento de lucidez sin parangón, el señor Aito García Reneses se empezará a fijar en un jugador de la NBA, cuyo promedio a lo largo de toda su carrera americana era de 2,2 puntos y 2,4 rebotes. Vamos, unos guarismos de impresión… Respondiendo a un plan maestro para luchar contra las grandes torres rusas, balcánicas, Fassoulas… y como no, Romay nuestro Lambieer nacional. Bueno, eso en litros de lágrimas y replay de manos a la cabeza, mientras una expresión de incredulidad más falsa que los pimientos de Padrón murcianos se dibujaba en su faz circunspecta, porque en lo que respecta a talento, más bien distaba a un trecho, muyyyyy lejano. Ver a Romay tirar desde la bombilla daba más escalofríos que pimplarse un calippo en la Antártida. En este sentido, Waiters podía llegar a provocar una sensación parecida a la del gigante gallego cuando tiraba de muñeca. Al igual que Romay, Waiters también medía sus buenos 2.13, algo que en aquella época era una ventaja muy grande en el poste alto. La cuestión es que si Waiters ya era largo de por sí, cuando desplegaba los remos, su sombra ya se hacía más grande que el Golem en una peli de expresionismo alemán. El paradigma de la intimidación, en  este punto también tenía su importancia sus pintas. Toparse con Waiters en tus narices tenía que ser una experiencia, cuanto menos, “diferente”. Para empezar, hay que decir que con sólo veinte siete relucientes años, Waiters aparentaba cincuenta, o más… Daba pena hasta hacerle falta. Pese a su envergadura, provocaba una sensación de figura paternal que debía evocar recuerdos de infancia en sus rivales de pintura. Porque esa era otra, entre la deslumbrante pista de aterrizaje que se erigía en su quijotera, ese extraño color moreno de rayos uva de cadena cien, su mirada de dibujo japonés y la barbaca de empleado de UGT en los ’70, el desconcierto estaba más que asegurado. Si lo ve Warhol, le hace un cuadro…

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Y se hizo de noche…

La extravagante figura de Waiters se convertirá en un aspecto fundamental de su faceta defensiva. Porque si para algo había venido a Barcelona era para cumplir la de un rol que en aquella época resultará más que novedoso: el de especialista defensivo. Porque a pesar de haber jugado en los Houston Rockets de “Las Torres Gemelas” y los Chicago de Pippen y Jordan, al pobre de Waiters no se le pegará el talento, precisamente. Más bien, lo suyo era desquiciar al rival, rebotear, taponar, y sobre todo, hacer la cruz con los brazos; porque cuando hacía esto, su desgarbada figura ya podía llegar a ocupar toda la zona… Intimidación, y de las buenas. Por supuesto, el día que Waiters pasaba de diez puntos, todo cuadraba para que el Barça ganara; se había convertido en la medida real de la probabilidad de victoria en el equipo. Desgraciadamente, en lo que también se acabará convirtiendo será en la mofa de un público y prensa que vio en sus pintas una excusa perfecta para tirar de humor “deportivo” y el más chusco chiste de bareto. Eso por no hablar de que en España estábamos ya acostumbrados a americanos que llegaban a España para liderar a sus equipos y tirar a canasta hasta la gorra. Y si no, qué se lo digan a los del Cajabilbao. El equipo del gran Joe Kopicky, un tío de treinta puntos y diez rebotes por partido, y el no menos sembrado Darrell Lockhart, uno de los máximos anotadores en la historia de la liga española. Pues bien, ante la marcha en el ’88 de los dos al Pallacanestro, uno de los extranjeros que vendrán a hacer olvidar semejante pareja será el bueno de Waiters. Eso sí, un año después de la marcha de estos dos, no se fueran a dar comparaciones demasiado cercanas en el tiempo… Dicho esto, Waiters lo hará bien, pero su forma de jugar no estaba diseñada para un equipo que necesitaba cincuenta puntos de su pareja de extranjeros. Si es que ya no estaba ni el genial Jose Manuel Cabezudo en el equipo… Tras su experiencia vasca, Waiters dejará el baloncesto con apenas 29 años.

Si bien llegó un poco antes de tiempo al baloncesto europeo – no lo dudéis, hoy sería hasta titular en el Madrid de Mirotic y compañía -, la transcendencia de Waiters ha quedado sellada para siempre en el devenir del baloncesto moderno, donde ese pefil de “especialista” ha quedado marcado a cal y fuego en plantillas con no menos de diez jugadores en sus rotaciones, y con cada uno de ellos asignados a una misión específica.

Desde su retirada, el bueno de Waiters ha vuelto a su Ohio de toda la vida, desde donde ha explotado su rostro de bonachón, dedicándose plenamente a obras de beneficencia. Y le va bien, ¡vaya que sí! Era eso, o terminar en “Granjero Busca Esposa…”

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