Tras cuatro largo años haciéndose de rogar, al fin, tenemos entre nosotros la continuación del aquel esplendoroso crisol de pop luminiscente llamado Fuerza Bien (La Castanya, 2010). Vistos los resultados, hay que decir que la espera ha merecido la pena, y muuucho. Ya sin Eli en la banda, Me And The Bees se han reinventado con Esther al bajo, y el refuerzo a los teclados del ex Surfing Sirles Guillem Caballero, que ha dotado de un cítrico perfil sesentero al resultado final. Más centrados en facturar una música más cohesionada, el grupo barcelonés ha madurado su sonido, añadiendo nuevos matices a una paleta de tonos más conjugados, definidos. En este sentido, resulta fascinante la apropiación del motorik patentado por Stereolab en la desarbolante cabalgada que fluye por cada costura de ‘Hugo’.
Paso adelante hacia un sonido más adulto. En el caso de Me And The Bees, por supuesto, madurez no significa pérdida de encanto, ni mucho menos. La naturalidad al fresco sigue ahí latente, pero esta vez se ha filtrado en forma de canciones más sólidas, imbuidas en una espiral más poderosa al tacto y, definitivamente, más nutritiva. Para alcanzar este nuevo grado de exuberancia, la voz de Esther ha encontrado el punto exacto de cocción a sus melodías de azúcar y sal, la guitarra de Carlotto ha adquirido un protagonismo decisivo en aumentar las radiaciones candorosas, que ya provocan de por sí tales dosis de pop soleado, y Vero se ha destapado como una corista embelesadora. Eso, por no hablar de su tremenda evolución tras las baquetas, añadiendo un plus de nervio en unas canciones perfectamente equilibradas entre dulzura, tensión y fisicidad.
Inflamado por una sensación de “espera, que aún viene lo mejor”, Mundo Fatal (La Castanya, 2014) está repleto de pildorazos pop donde rugosidad melancólica y exuberancia luminosa se funden en un arco iros de excitantes crujidos taquicárdicos: la fascinante mutación pop entre rock granítico y pálpito tropical de ‘Two steps towards the infinite path beyond oblivion’, el vertiginoso tobogán de colorines en ‘Psychopathic world’, el indie-pop acaramelado de ‘Silver cross’, la saudade del soul-fronterizo que emana de ‘Love and fun’, el power-pop en sepia de ‘You and you’ y, sobre todo, el crescendo progresivo de la sobrecogedora ‘Cry, fight, try’ y la descomunal ‘Petra’s dream’. Desde ya, uno de los cortes del año, y no me refiero sólo a los nacionales.
Si a semejante menú al dente le añadimos esa genial portada del mítico padrino del lo-fi Jad Fair, ya no no nos quedarán más excusas para enamorarnos eternamente de este artefacto diseñado para sanar corazones heridos y enfocar la vida con los ojos de un niño esperando la noche de los Reyes Magos.