Energy Flash: el gran subidón

Energy FlashQué difícil es comenzar a escribir sobre algo para lo que te sobran las palabras y es casi imposible acertar a escoger las adecuadas, entre las miasmas de ideas que van retumbando en la quijotera. Por supuesto, una sensación así sólo la puede provocar una fuente de inspiración arrebatadora; en este caso, el que para un servidor es el ensayo músico-social más desbordante que haya podido leer jamás: Energy Flash: un viaje a través de la música rave y la cultura del baile de Simon Reynolds. Desde hace un cuarto de siglo, el gran gurú de la crítica musical. O como bien expresó un gran amigo mío: el Greil Marcus del siglo XXI.

Pero empecemos por partes. Lo primero, agradecer a Contra editorial no sólo el haber traducido -impresionante el trabajo que se han tenido que pegar en estas labores tan poco reconocidas Begoña Martínez, Silvia Guiu y Gabriel Cereceda- esta obra originariamente publicada en 1998, sino también por contar con las actualizaciones que Reynolds ha ido efectuando progresivamente -2008 y 2013- del que, seguramente, es su trabajo más relevante. Y eso es decir muuuucho. Lo segundo, estamos ante un libro totalmente exclusivo al que limitarlo a ensayo sería como no dejar que surtan todos los efectos que este provoca a través de su lectura speedica. Porque Energy Flash -título en relación al track de Metasm, el favorito de Reynolds dentro de la cultura hardcore– no se puede tratar como un libro más, ni mucho menos. En un plano personal, siempre tendré el recuerdo grabado de la primera vez que leí la prosa visceral de Hubert Selby Jr en su incunable Última Salida Para Brooklyn (1964), donde, de repente, tuve esa certeza de estar ante algo tan terriblemente humano que, indefectiblemente, acabo por condicionar, a la baja, mi opinión sobre el resto de autores americanos de la segunda mitad del siglo XX. Vamos, que acabé tirando al tacho de la basura todas mis novelas negras… Otra revelación fue cuando cayó en mis manos La Educación de un Ladrón (Alba Editorial, 2003) de Edward Bunker. En este caso me encontré ante una autobiografía tan rebosante de fuel vital que dejaba en ridículo la mera función de este tipo de libros, para erigirse como la verdadera gran novela americana del siglo XXI. Leyendo Energy Flash, he tenido una sensación parecida a estos dos momentos decisivos en mi vida: el estar ante uno de esos libros que, literalmente, te marcan un antes y un después; te invitan a replantearte absolutamente todo.

Foto 2 Kevin Saunderson, tecnopadre.
Kevin Saunderson: el tecnopadre.

Energy Flash es al mismo tiempo desbordante, enciclopédico, analítico, filosófico, crítico, pero sobre todo, alucinógeno. Si alguien se piensa que esto sólo es un libro sobre música electrónica, qué equivocado está. Desde la primera página, Reynolds pone las cartas sobre la mesa: Energy Flash ha sido concebido para remover todos los cimientos de la cultura musical de los últimos treinta años, dejar en bragas toda la filosofía del Thatcherismo, hacer un alegato contra los purismos e integrismos musicales, llevarnos a un viaje por el lado más politoxicómano de las drogas y el rave, y sobre todo, ofrecernos un mapa casi inabarcable de la música electrónica underground.

Energy Flash es de esa clase única de libros que, como ya ocurría con su arrebatador Postpunk: romper todo y empezar de nuevo (Caja Negra, 2014), en principio se debería leer con lápiz y papel para poder apuntar la infinidad de referencias y descubrimientos de tracks, infinidad de subgéneros tecno, singles, white labels y DJ en la sombra de las raves y clubs a los que Reynolds rescata de un anonimato, muchas veces buscado. Sin embargo, casi mejor es seguir los consejos del propio Reynolds e ir al blog que facilita las toneladas de música que nos hace escuchar con sus descripciones absolutamente “sonoras”. No hay más que “escuchar” los paralelismos con los que Reynolds describe el ‘Horsepower’ de Ravesignal para hacerse una buena idea de lo que nos depara este monumental meta-track de casi 700 páginas: “’Horsepower’ es eurodisco de Giorgio Moroder dopado a base de esteroides y testosterona. Imagina ‘I Feel Love’ si Giorgio Moroder hubiese pensado en Arnold Schwarzeneger en lugar de Donna Summer. En el docudrama Pumping Iron, Schwarzeneger comentaba que la sensación de sacar músculo era parecida al orgasmo “así que estoy todo el rato corriéndome”; el paralelismo entre esto y la sensación de “orgasmo detenido” que provocan el éxtasis y la anfetamina es sorprendente”. La “musicalidad” con la que el periodista británico mueve los engranajes de Energy Flash tiene una finalidad: provocarte la sensación de estar dentro de una de esas raves, de las que Reynolds habla en primera persona: de los paraísos de Goa a las raves perrofláuticas de los Spiral Tribe. Profundizando en estos episodios en el fragor de la batalla, Reynolds, es capaz de hacerte sentir los efectos del MDMA a lo largo de sus experiencias dionisíacas desde el mismo epicentro del meollo, donde hardcore y éxtasis se fusionan en una experiencia reveladora; pero ojo, porque aquí también hay un  pantagruélico lado oscuro.

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Aphex Twin en pleno proceso chamánico.

Energy Flash fluye al ritmo hipersónico del Gabba, profundiza como las intricadas venas rítmicas de un tema jungle de Photek y te eleva a una nueva dimensión de in/consciencia como cualquier corte de Selected Ambient Works 85-92 (Warp, 1992), la obra capital de Aphex Twin. Sinceramente, ¿se puede pedir más? Si es así, el mismo Reynolds nos lo ofrece con sus reveladoras incursiones dentro de terrenos alejados del nervio del libro, el hardcore. En este sentido, resultan un ejemplo más que nutritivo -podría haber escogido unos cien- los paralelismos apocalípticos, con opuestas finalidades,  que Reynolds nos muestra entre los métodos del Wu-Tang Clan, la gran familia de hip-hop shaolin, y el Tricky de Maxinquaye (Island, 1995), disco al que Reynolds eleva, con no poca razón, a la condición de obra más sustanciosa de los ’90.

Para dar con el cuadro más completo y profundamente posible, Reynolds ha realizado un trabajo de investigación sencillamente intimidante. No contento con sacar las mejores entrevistas posibles a figuras como Aphex Twin, Oval o Alec Empire, sus aspiraciones han ido más allá. De este modo, si el cuadro lo pone el éxtasis musical, el marco lo ponen los organizadores de raves, dueños de sellos underground, gerentes de clubs, o pinchadiscos de radios pirata. Reynolds no entiende una revolución musical sin su contexto social a gran y baja escala, aparte de los andamiajes culturales sobre los que éste se mueve. En este caso, su ambición ha sido la de provocar una fisión nuclear de pasión raver y una incisiva necesidad natural por cuestionarlo todo. Energy Flash sube rápido, se mantiene, es infinito en anécdotas inolvidables, y crea un mono irreparable de esa droga llamada “conocimiento”. Se lee con el frenesí del que está recibiendo una descarga imparable de información y teorías aplicables a la escucha musical como un acto más fisiológico que cerebral y, en su caso, un posicionamiento híper claro. Reynolds no duda en sacar el machete cuando se busca una coartada “inteligente” al tecno.

La Biblia de la música electrónica, Energy Flash no es un libro, es droga pura, sin cortar. Provoca un estímulo de inquietud tan poderosa que hasta los más reacios a esta revolución musical necesitarán su correspondiente desenganche entre nubes reparadoras de ambient balsámico.

Ni que decir tiene que ante un artefacto tan poderoso, su lectura-escucha-ingesta no se hace imprescindible; resulta BÁSICA.

 

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