Television Personalities: And Don’t The Kids Just Don’t Love It (Rough Trade, 1981)

Television Personalities.jpg 2¿Alguna vez se ha valorado en su justa medida este LP? Me temo que en contadísimas ocasiones. Uno de los gérmenes del indie-pop, el lo-fi y el punk-pop, And Don’t The Kids Just Don’t Love It desarma por su encantador sonido destartalado y su abrumadora sencillez para tejer melodías inmortales. Obra de un genio llamado Dan Tracey, el primer álbum de Television Personalities viene a confirmar todas las bondades que ya se palpaban en los fabulosos singles 14th Floor (GLC, 1978) y Smashing Time! (Rough Trade, 1980). La comunión perfecta entre pop y punk, si los Buzzcocks ya habían logrado sintetizar de forma magistral esta fórmula, los Television Personalities la dotarán de la personalidad única y triste de Tracey. Como si Syd Barret estuviera tocando en The Clean, este debut en largo es incapaz de dejar indiferente a lo largo de su sembrado recorrido.

Retorciendo el punk en catorce diapositivas en sepia del universo de Tracey, cada una de éstas nos muestra diferentes aspectos de un sonido tan sencillo como moldeable: la huella de los Kinks – “Silly girl” -, el espíritu de Syd Barret pululando – “I Know where Syd Barret lives”, el minimalismo a lo Young Marble Giants – “Diary of a Young man” -, melodías de pop en dibujos animados -“Geoffrey Ingram”-; melodías de pop exacerbadamente intenso – “A picture of Dorian Grey” -, himnos punk – “Look back in anger” – y hasta aproximaciones a los The Cure del Seventeen Seconds” (Fiction, 1980) – “La grande Illusion” -. Cada tema de este disco parte de su propia base para acabar conformando uno de los retratos más personales en el comienzo de los ’80.

La primera gran prueba del malditismo en el que siempre han vivido instalados los Television Personalities, en cuanto a esta obra inmortal, su huella se ha dejado ver en grupos tan importantes como Nirvana, Beat Happening, Built To Spill y todo el movimiento del C86, y del que este LP representa uno de los pilares en su concepción musical. Suficientes razones para ir colocándola en su verdadero escalafón; uno muy, muy, alto.

Para los que se queden con el mono de más, no hay más que acercarse a las otras tres obras por las que Tracey se ha ganado su parcelita solitaria en el cielo: el amargo de The Painted Word (Illuminated Records, 1984), la exuberancia pop de Privilege (Fire Records, 1989) y esa resurrección entre resurrecciones bautizada, muy apropiadamente, como My Dark Places (Domino, 2006).