¡Grandes noticias, amiguitos! Desde el pasado tres de octubre ya podemos disfrutar del primer LP de Fighter Pillow. Banda armada con mimbres sacados a partir de grupos de acompañamiento como Maika Makovski y Ainara LeGardon, pero también formaciones del calibre de Black Islands, Lo:mueso y Me And The Bees. Precisamente, de estos últimos surge la figura de Eli Molina, la cabeza de león que filtra las bocanadas de pop rabioso y rock bipolar que se cuece entre cada uno de los surcos propulsados por su buque de pop-noise torrencial: el formado por Manu Herrero, Rubén Martínez y Alfonso Méndez.
En algún punto entre la visceralidad abisal de Come -‘Roller Skate’-, el pop de cristales rotos patentado por Throwing Muses -‘Eyebrow’- y la brisa fogosa de Belly -‘Lemonade’-. Fighter Pillow se sirven de estos raíles nacidos en su subconsciente para acabar por llegar a una dirección única, totalmente propia. Sólo así se superan referencias tan evidentes: construyendo auténticas moles volcánicas de pop cocinadas entre los altos fogones de las entrañas.
Poseedores del intransferible genoma para golpear sin piedad sobre las brasas de la emoción más candente. Entre las costuras de este traje de pop-rock nervudo nos toparemos con al menos un póquer de temas, de esos que esquivan las modas para aferrarse a lo atemporal. Porque latigazos como ’79 On Flames’, ‘Eternal Youth’, ‘Neko’ o ‘Rancorous’ no se borran ni bajo una ducha de sosa cáustica; se adhieren a la piel como el tatuaje hecho por un bosquimano.
Desde el otro lado del espejo, el cuarteto catalán tampoco tiene problemas en bajar las pulsaciones cuando resulta inevitable. Domadores de una falsa contención -no lo pueden evitar, la inercia siempre los lleva a buscar el punto exacto donde se juntan arterias con tendones-, Fighter Pillow le echan la correa a la tensión y la abrazan para acabar encauzándola hacia la inevitable explosión melódica; eso sí, siempre justo después de un resorte melódico en forma de implosión o puente armónico que la dispare entre inapelables crouchets al mentón y mareantes cascadas de electricidad a la deriva.
Tras acabar de bailar sobre uno mismo al son de las infecciosas diez primeras canciones que hilan Fighter Pillow (Hang The Dj, 2014), luego llega la picadura final. Y puntualizo esto, porque un chute de punk-pop imperial tan sobrecogedor como ‘Warriors’ resulta una lección soberana de cómo deberían acabar todos los discos: en lo más alto del tobogán y creando un mono terrible con más de lo mismo. Tras una jugarreta de estas proporciones, a un servidor no le queda más que una opción: empezar a tachar palitos en el calendario a la espera de una nueva ración de “Micebrina Fighter Pillow”. ¡Y qué no tarde mucho, please! Mientras tanto, a quemar la aguja todo lo que haga falta.