El teatro es una expresión artística sumamente frágil. Un solo paso en falso resulta en desastre. Por ello, cuando el teatro se eleva…
Das weite Land, una obra que por su extremada sencillez abruma. Su autor, Arthur Schnitzler, escribió de ella en 1909: «Mi obra mejor construida… avanzada a su tiempo a nivel de contenidos…aunque convencional y barata.«[1] En 1910: «Encuentro la obra buena. Sí, posiblemente demasiado buena para ser un éxito.«[2] El estreno tuvo lugar un 14 de octubre de 1911 en Viena. Al finalizar la función, Schnitzler tuvo que salir a escena hasta veinticuatro veces, aclamado por el público.
Esta vez, la obra da comienzo cuando las luces del Deutsches Theater de Berlín aún están encendidas. Genia Hofreiter (Maren Eggert), entra con aire despreocupado, parece muy segura de sí misma. Echa una ojeada de complicidad al público, como si no tuviera nada que ocultar, como si ambos fueran coautores del mismo delito. Nada más empezar, una declaración de intenciones.
El mejor de los textos puede caer en desgracia si no se comprende, si no se lo interpreta correctamente. No es el caso de Das weite Land, dirigida por Jette Steckel; interpretada por Anna Drexler, Maren Eggert, Felix Goeser, Katrin Klein, Ole Lagerpusch, Ulrich Matthes, Helmut Mooshammer, Bernd Stempel, Simone von Zglinicki y Almut Zilcher; escenografiada por Florian Lösche. Dirección, interpretación, escenografía no podrían ser mejores; todas ellas se funden con la sencillez que recorre la obra, con sus verdades.
Si bien al comienzo el sofá de cuero negro en primer plano resta atención a la inmensa montaña escarpada, hecha a base de numerosos sofás idénticos, pues estamos frente a un hogar aparentemente estable. Pronto algunos personajes se ven empujados a mover, acarrear, trasladar dicho sofá. A correr, rodeando la montaña, que gira, del mismo modo, como el mundo, como las almas humanas sin llegar nunca a destino. El matrimonio, el amor, el desamor, las pausas entre ambos, las infidelidades. El deseo, que trepa, montaña arriba, que desvela la minusculidad del hombre, que lo desnuda.
El vienés Arthur Schnitzler se adentra con protagonistas burgueses en la tragicomedia, ojo, no en el drama. Sus personajes son arrastrados por sus voluntades, cayendo una y otra vez en lo mismo, deseando o temiendo que, de algún modo, vuelva a repetirse. A pesar de la crítica de la burguesía que el texto encierra y que delatan las palabras del doctor:
GENIA.- [La infidelidad] es sólo un juego
DOCTOR.- ¡Pero al menos que sea sincero!
Una vez finaliza la representación amanece la siguiente pregunta: ¿quién es capaz de juzgar a estos muñecos de cuerda que conforman el género humano?