Fraude – A mayor gloria de Orson Welles

PortadaAhora que se cumplen 100 años del nacimiento de Orson Welles, es el momento de echar un vistazo a la que fue su última película completa: Fraude (F for Fake, 1973). También podríamos haber hecho referencia a su última aparición en la gran pantalla, o más bien a la última vez que pudimos oírle. Concretamente en la película de animación Transformers: La Película (Transformers: The Movie, 1986), poniendo voz a Unicron. Dudando entre una película animada, que a la larga ha engendrado a tres infumables engendros a cargo de Michael Bay, y una película de ensayo, mezcla de ficción y documental, en la que se van viendo y detallando retazos de la vida del propio Welles, nos decidimos por ésta última opción.

Fraude no es una película al uso, ni tampoco un documental al uso. Es una mezcla de ambos, ficción y realidad, entrelazados de manera consciente y siendo esta misma dualidad parte fundamental de la producción. El engaño, llevado a cabo, por ejemplo, por un mago encarnado por el propio Welles, que distrae la atención de su espectador para hacerle creer en la existencia de la magia. Ese mismo engaño que tiñó parte de la vida de Howard Hughes, ver El Aviador (The Aviator, 2004) de Martin Scorsese para más detalles, del que se dice que llegó a usar dobles para ocuitarse.

Pero si de maestros del engaño hablamos, Fraude nos muestra al que quizá haya sido el mayor de todos en lo que al siglo XX se refiere: Elmyr de Hory. Nacido como Hoffmann Elemér en Budapest, en 1906, fue un conocido y reputado falsificador de obras de arte. Sus trabajos eran tan minuciosos y perfectos que lograron engañar a expertos de arte, consiguiendo llegar a vender sobre 1000 obras falsificadas a museos y coleccionistas de arte de medio mundo. Su indudable destreza con los pinceles y, sobre todo, su increíble capacidad para identificar y calcar el trazo y estilo de los pintores más famosos, le acabó reportando una merecida fama de genio al mismo tiempo que iba aumentando su lista de litigios con la justicia. En sus años en Ibiza llegó incluso a ser juzgado por el tan recordado, por algunos, tribunal de vagos y maleantes, siendo sentenciado por practicar la homosexualidad, frecuentar la compañía de delincuentes y no poder acreditar la existencia de medios de subsistencia. Antes de ser apresado prefirió elegir la vía del suicidio.

Aunque gran parte del metraje lo ocupe el propio de Hory, lo cierto es que en todo momento flota la verdadera idea que da vida al film: la licitación del fraude. Fraude, entendido como ficción, como cultura, hasta como entretenimiento cuando nos referimos al cine, que según Welles es otra muestra de fraude, de contar historias que, en muchos casos, nunca sucedieron. Por eso, y tras varios requiebros, Fraude termina girando hacia su propio creador que nos da sensación de querer alimentar su propio ego glosando su archifamosa narración radiofónica de La Guerra de los Mundos. Pero a Orson Welles le perdonamos su leve altivez en el gesto, su currículum le avala como uno de los grandes genios y este Fraude podría considerarse casi como su gran redoble final o su último bis. Un breve repaso a su vida, mezcla de realidad y exageración, un documental disimulado sobre sí mismo, una gran maestría a la hora de llevar al espectador a su terreno, de conseguir siempre una narración ágil que derive en una demostración de sus teorías. En definitiva, una celebración de esa maravillosa gran mentira que es el cine.

Fotograma

El encuentro entre de Hory y Picasso, el original que finalmente acaba reconociendo la enorme valía de su falsificador. Seguramente un símil de lo que hubiese sido el encuentro del propio Welles con Shakespeare, por ejemplo, o con Cervantes de haber conseguido llegar a buen puerto uno de sus grandes proyectos: Don Quixote. Seguramente pensaba que nadie mejor que él mismo para adaptar a los grandes. ¿Ególatra? Quizás, tanto como para mostrar a la co-autora del guion y su compañera sentimental en sus últimos años de vida, Oja Kodar, paseándose por Roma ante la lasciva mirada de los hombres. Un objeto de deseo que Welles muestra en los primeros minutos, como si su película fuese un escaparate, para poder decirte que Oja es toda suya. Ególatra y genial.