Spanish Dracula: Villarías bajo la capa del vampiro

PortadaEl debate sobre doblaje sí o doblaje no siempre ha sido uno de los más encarnizados y reiterativos entre los amantes del cine, reavivado hoy en día con la reciente huelga de actores de doblaje. Entre los acérrimos a la versión original y los que defienden el doblaje como vehículo necesario para que las películas lleguen a más gente (mal necesario, que lo llaman algunos). Pero el objetivo hoy no es decantarse hacia uno u otro extremo, sino el hablar cómo se solventaba la barrera idiomática en las primeras décadas del cine, cuando el doblaje, tal y como hoy lo conocemos, no existía. El productor de turno siempre se interesaba porque su película llegase al mayor número posible de personas, pero era evidente que no toda la población mundial dominaba la lengua de Shakespeare, así que si se conseguía distribuir las copias en otros idiomas el negocio podría ser aún más redondo. Era evidente que uno de los mercados más sabrosos era el hispano hablante, y para conseguir acceder a ese mercado las principales soluciones fueron dos: la primera de ellas era que los propios actores rodasen la misma película en inglés y en español, lo que nos “regaló” para la posteridad el macarrónico acento de Laurel y Hardy, rodeados de extras del país al que iba dirigido (además de rodar en español llegaron a hacerlo también en alemán). La segunda opción, muy parecida, consistía en rodar por la noche, con actores hispanos, la misma película que se rodaba durante el día. Esta práctica fue la que nos regaló la versión hispana de Drácula (Dracula, 1931), rodada por George Melford a imagen y semejanza de la dirigida por Tod Browning.

Drácula no fue un caso único, sin embargo sí que se puede considerar como el más representativo ya que consiguió no ser ensombrecida totalmente por su “hermana mayor”, adquiriendo una identidad única que no hizo sino acrecentarse con el paso de los años, llegando a ser finalmente conocida como Spanish Dracula, toda una declaración de principios que debería poner en alerta al cinéfilo que decida adentrarse en las entrañas del “monstruo” de Melford.

¿Cómo se consigue destacar cuando tu punto de partida está tan definido y tu único objetivo es copiar lo que Browning rodaba por la mañana? No es difícil adivinar que no es tarea sencilla, más aún cuando los medios técnicos estaban muy limitados y la producción era sensiblemente, algo que se puede notar especialmente en la calidad del sonido, sensiblemente inferior al Dracula de Lugosi. Sin embargo, sí que contaba con los mismos decorados, lo que le ayudaría a rodearse de un halo de credibilidad decisivo para el resultado final.

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Centrándonos en los protagonistas, lo primero sería detenernos en Pablo Álvarez Rubio, encargado de encarnar a Van Helsing. La actuación de Pablo Álvarez palidecía frente a la de Edward Van Sloan, no sólo porque la del primero fuese algo histriónica, sino porque la de Van Sloan era excelente, toda una inspiración y el único capaz de ensombrecer a Lugosi en sus escenas conjuntas. Por lo que “perder” en la comparación no era una deshonra, sino una consecuencia lógica. Donde sí que Spanish Dracula vencía a los puntos era en su protagonista femenina, Lupita Tovar resultó ser una Mina (Eva en esta versión) mucho más carnal, más interesante y con una actuación que desprendía más sensualidad que la que podíamos ver con Helen Chandler o Frances Dade en el papel de Lucy. Sin duda, lo más destacado de toda la cinta, sólo ensombrecida, de nuevo, por el deficiente sonido.

Por último analizaremos brevemente a nuestro Drácula hispano, más concretamente mexicano porque lo encarna Carlos Villarías ¿Cómo sale parado el bueno de Villarías? En principio sería lógico pensar que no tiene nada que hacer frente a una leyenda como es Bela Lugosi, que además contaba con un amplio bagaje interpretando al personaje en el teatro. Como anécdota, podemos señalar que el único actor que pudo ver lo que se rodaba durante el día fue el propio Villarías, algo que un espectador atento podría adivinar viendo su actuación, ya que en gran medida estamos ante una mimetización de lo que el húngaro nos ofreció en la película de Browning. La lástima era que Villarías no poseía el aura que envolvía a Lugosi de forma sorprendente natural, no era capaz de desprender terror sólo con su mirada, por lo que su Drácula era mucho más luminoso, más caballeroso, más amable a primera vista y, por lo tanto, más oculto a los ojos de sus víctimas. Pese a que es cierto que esa luminosidad era un hándicap frente a Lugosi, hay que tener en cuenta que paradójicamente esas mismas diferencias le acercaban más al boceto original, al Drácula que ideó Bram Stoker. Lugosi era demasiado sombrío, no lo olvidemos, y tiene un gran mérito haber conseguido inmortalizarse implementando un toque tan personal en el personaje, de tal forma que en sucesivas entregas Drácula se acercaba más a Lugosi que al original. Habría que esperar a que Francis Ford Coppola se embarcase en el proyecto de trasladar fielmente el libro de Stoker para ver un Drácula más acorde a lo que se plasmó en el libro.

Con estos mimbres, Melford construyó una película inmortal, una película con personalidad que consigue adquirir vida propia alejada del cordón umbilical que le une a su «hermana», un tesoro que permanece casi oculto y que, por suerte, ha sido rescatada en diversas ocasiones para deleite del público deseoso de ver terror clásico. No hace demasiado tiempo fue editada en nuestro país formando parte del pack en Bluray Monsters, que reúne varias películas clásicas de terror de la Universal en una atractiva presentación en forma de ataúd, teniendo así la oportunidad de disfrutarla en alta definición con una imagen nítida, aunque con el sonido deficiente de siempre.

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