Isao Takahata no es un nombre excesivamente conocido por el público en general, y menos en nuestro país. Sin embargo, rebuscando un poco en su filmografía rápidamente nos podremos dar cuenta de que Takahata ha estado presente en la infancia de muchos de nosotros. No en vano estamos ante el director de Heidi (Arupusu no Shôjo Haiji, 1974) o Marco (Haha wo Tazunete Sanzenri, 1976). Emitidas ambas series en nuestro país, en una época en la que ni siquiera conocíamos el significado de la palabra anime, y aquello era, simplemente, una serie de dibujos. Sólo con estos dos títulos en su currículum ya podríamos culpabilizar a Takahata de más de una lágrima derramada en nuestra infancia. Pero habiendo ya crecido y creyendo haber superado tamaños traumas infantiles, llegaba el momento de afrontar otro título de Takahata y comprobar cómo todavía este hombre nos puede sacudir el alma y, al mismo tiempo, hacernos sentir más humanos que nunca. Estamos hablando, por supuesto, de La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), que representaba el debut de Takahata en el estudio Ghibli.
La Tumba de las Luciérnagas está basada en la novela homónima de Akiyuki Nosaka, quien a su vez se inspiró en retazos de su vida. Nacido en Nakamura, en 1930, Nosaka sufrió en sus carnes los bombardeos estadounidenses sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial. Fruto de ellos perdió a su padre y a su hermana pequeña, además su madre sufrió una grave enfermedad. Toda la miseria, el dolor y la pena que vivió durante aquellos años, fueron plasmados negro sobre blanco, en una novela inspiradora que Takahata no dudó en querer llevar a la gran pantalla.
Pese a enmarcarse en la Segunda Guerra Mundial, La Tumba de las Luciérnagas en ningún momento trata el motivo del conflicto ni emite juicio alguno sobre vencedores o vencidos. Pasa de puntillas, como si fuese un elemento totalmente ajeno, distanciándose y evidenciando que lo de menos es el motivo. La guerra es un absurdo en sí mismo que únicamente trae sufrimiento a los habitantes de las naciones en conflicto. Víctimas inocentes de la sinrazón cuya única ilusión es llegar a ver otro día más. En ellos es en quienes realmente se centra esta película.
Seita, el niño protagonista, muere en una estación de tren, solo y abandonado a su suerte ante la indiferencia de los presentes que ya han visto y vivido tantas situaciones similares que parecen ya inmunizados ante el dolor ajeno, acostumbrados a lo que debería ser la excepción. Convertido ya en espíritu, Seita comienza a recordar su corta vida y la serie de acontecimientos que le ha llevado hasta su muerte en una forma extremadamente dura de iniciar una película, ya que te roba cualquier esperanza de un final feliz y te posiciona como espectador de una tragedia anunciada, un continuo esquivar vicisitudes de la vida, un nadar para morir en la orilla. Hijo de un oficial de la marina japonesa, su madre resultará gravemente herida durante un bombardeo y, tras una dura agonía, terminará falleciendo. En ese momento Seita se queda al cuidado de su hermana menor Setsuko, una niña pequeña de únicamente cinco años de edad, circunstancia que le obligará a madurar casi de inmediato para poder protegerla.
Seita decide irse con Setsuko a vivir a casa de unos tíos. Sin embargo la dura situación, la escasez y el hambre irá minando poco a poco la confianza de su tía en los pequeños. La guerra poco a poco les arrebata toda su realidad, los convierte en extraños y ante su familia en dos elementos que compiten por el escaso arroz del que pueden disponer. Cuanto mayores son las dificultades, más cierras tu círculo sobre tu familia y, quizá, llegando a cerrarlo tanto sobre ti mismo que termines por hacer lo que sea por tu supervivencia.
Perdida ya toda esperanza y harto del desprecio de su tía, Seita decide tratar de sobrevivir por su propia cuenta tratando de mantener la inocencia de Setsuko, de apartarla de todos los males y tratar de crear una realidad alternativa en la que la pequeña viva casi aislada del mundo que le rodea. Tarea nada sencilla en un mundo devastado, pero sin duda loable.
La Tumba de las Luciérnagas es pura emoción, una animación sorprendente que definitivamente gritó al mundo que también así se pueden contar historias adultas. Se trata de una película que rompió muchas barreras, pese a lo mucho que le costó poder salir de su país para que fuese disfrutada por un público mucho más numeroso. Sin duda mereció la pena que traspasase fronteras.
Magnífica película, llena de emoción y humanidad. Me ha impresionado mucho cómo aborda Isao Takahata el drama, de manera tan alejada a la predominante aquí en occidente. Ni un atisbo de lágrima fácil, a pesar de la crudeza de algunas escenas.
Gracias, Rubén, por compartir esta joya.