La mirada de Jack Skellington, protagonista de Pesadilla Antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, 1993), desde sus vacías y hundidas cuencas e incluso la melancolía que desprendían los ojos de Johnny Depp en Eduardo Manostijeras (Edward Scissorshands, 1990), hacían adivinar que en el mundo oscuro y gótico del director Tim Burton había influido notablemente el trabajo de la pintora Margaret Keane, famosa por pintar a niños de grandes ojos desproporcionados que parecían reflejar una tristeza a punto de estallar en un llanto. Unos inmensos ojos que desafían a quien contemplaba sus pinturas.
Quizá por el afán de volver a una zona de seguridad después de los fracasos, al menos en cuanto a críticas, que supusieron Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) y la descafeinada Sombras Tenebrosas (Dark Shadows, 2012), el director californiano revisó sus orígenes con la entrañable Frankenweenie (Frankenweenie, 2012), basada en el corto homónimo escrito y dirigido por él mismo, y esta Big Eyes (Big Eyes, 2014). Sin embargo, pese a que trata una historia que le es cercana por su conocimiento sobre la artista, por primera vez Burton se desprende de buena parte de su elenco de siempre. No sólo hablamos de Johnny Depp, de quien seguramente el público ya pensaba que sería su sempiterno protagonista, o de Helena Bonham Carter, cuya colaboración con Burton duró lo mismo que su relación amorosa, sino también de otros actores no tan conocidos, y que sin embargo eran también asiduos en sus películas como Michael Gough, Deep Roy o Missi Pyle. De quien no se desprende es de su compositor Danny Elfman, únicamente ausente en dos películas de Tim Burton hasta la fecha, ya que la frescura y originalidad, sellos fácilmente reconocibles en su música, con la que todavía hoy impregna a sus composiciones le hace prácticamente insustituible para Burton. No en vano prácticamente comenzaron sus carreras a la par con la disparata La Gran Aventura de Pee-Wee (Pee-Wee’s Big Adventure, 1985), ya que hasta entonces Elfman se dedicaba casi en exclusiva a su grupo, hoy desaparecido, Oingo Bongo.
Una vez tomadas las consabidas licencias por parte del director, adaptar la historia de Margaret Keane fue sencillo para Burton. Quizá demasiado sencillo, porque una rápida comparativa con su otro biopic, Ed Wood (Ed Wood, 1994), denota una evidente falta de riesgo con lo que podríamos decir que Burton quiso jugársela pero con el arnés de seguridad bien amarrado. No sólo se llega a la conclusión comparando la calidad de ambas, algo que sería injusto para Big Eyes porque con Ed Wood estamos hablando, al menos a mi entender, de las mayores cotas de virtuosismo de Burton, sino que también porque durante gran parte del metraje no conseguimos atisbar el sello del director, siempre tan reconocible, en casi ninguna parte de la película. Nadie pide a Burton que deje de ser Burton porque eso sería el equivalente a un suicidio fílmico, pero quizá fuese algo impuesto por el subconsciente del director si tenemos en cuenta nuestro argumento inicial en el que relatamos que sus recientes fracasos motivaron parte de esta película.
Ni mucho menos quiero decir con esto que Big Eyes sea una mala película, porque mimbres tiene de sobra para sostenerse. Tiene un argumento más que interesante gracias a la vida real, ligeramente modificada como ya he dicho, de Margaret Keane y su marido Walter Keane, ya que su historia relata una época, no del todo olvidada por desgracia, de machismo imperante en la que todo se vendía de forma más fácil con un nombre o un rostro masculino cuando se trataba de creaciones, cuando se trataba de figuración entonces sí que la mujer florero saltaba a la palestra. La preponderancia del varón representada en Walter, quien firma y vende los cuadros de su mujer como propios. La sumisión de la mujer ante su marido por el bien de la familia, lo que, inocentemente, cree que es lo mejor para ella y los suyos, pero que sin embargo la va sumiendo lentamente en la anulación de su personalidad, casi convirtiéndose en mera marioneta de su esposo. Salir de una situación así no es nada sencillo, pero la historia de Margaret demuestra que es posible y, en consecuencia, la historia que nos trae Tim Burton, aunque resulte algo descafeinada por falta de valentía.
Big Eyes tiene también a una notable pareja protagonista. Ella, Amy Adams, desprende tanta ternura y empatía que logra que conectes. Él, Christoph Waltz, en estado de gracia desde hace tiempo y que aquí protagoniza los pocos momentos Burtonianos de la cinta. También tiene una buena banda sonora, obvio decirlo.
Pero todo este conjunto se derrumba porque falta el alma de Burton. Repito que no llega a ser un desastre, pero el problema es que quieres ver una película de Burton y lo que al final te ofrecen es un biopic que podría haber dirigido casi cualquiera, porque parece ir sobre los raíles de la seguridad cuando antes nos llevaba por el túnel de la bruja. Burton siempre ha sido conocido por ser una persona tan genial como insegura, podríamos volver a mencionar su querencia por rodearse siempre de actores asiduos en sus producciones, y quizá tardemos en volver a ver algo que nos recuerde al Burton de los 80 y 90. Tal vez el regreso al mundo de Bitelchús, en la futura Bitelchús 2, sea la plataforma de lanzamiento hacia un resurgir del director. Ojalá.