Nunca me abandones – La visión de Ishiguro

PortadaLa novela Nunca Me Abandones de Kazuo Ishiguro fue un éxito que cosechó varios premios literarios. Narrando un futuro distópico, diseccionando el alma humana con la precisión de un cirujano, estaba claro que tarde o temprano recibiría una adaptación a la gran pantalla, tal y como había sucedido también con otra novela de Ishiguro, Lo Que Queda del Día. La labor de trasladar a imagen las certeras palabras del escritor japonés no resultaba nada sencillo, contando en contra con una taquilla que pedía otro tipo de producto, alejado de la profundidad de sentimientos de la obra.

Fue Mark Romanek quien cogió el toro por los cuernos, previa guionización de la novela por parte de Alex Garland, y terminó rodando Nunca me Abandones (Never Let me Go, 2010). Para el reparto seleccionó a tres de los actores británicos más prometedores de la época: Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield. Los tres tenían por delante la labor de afrontar una actuación lacónica en cuanto a su expresividad, fruto de la educación recibida por los protagonistas. La película entraría dentro de lo que podríamos llamar como ciencia-ficción sin efectos especiales, lo que también era un punto en contra para su comercialización, transportándonos a una realidad alternativa en la que la esperanza de vida ha subido hasta los 100 años gracias a la existencia de humanos engendrados y educados con el único fin de servir como donantes de órganos en su etapa adulta. Una premisa que plantea un importante dilema ético, nada banal y en realidad tampoco tan irreal, porque sólo hace falta retrotraernos a las grandes guerras mundiales, donde más avanzo la ciencia médica gracias a la cantidad de especímenes disponibles. Evidentemente el planteamiento no es el mismo, pero el dilema sí.

Así, y solo con la sinopsis, las preguntas comienzan a aflorar ¿cómo acepta algo así la sociedad? ¿Estaríamos dispuestos a ello? ¿Nadie pondría el grito en el cielo? El relato no nos deja ver esta realidad conscientemente, dejándonos a nosotros el papel inquisidor y dejando que nosotros mismos resolvamos el dilema moral para a cambio centrarse en los tres protagonistas y su triángulo de amor y amistad. Porque Nunca me Abandones es, entre otras cosas, una película profundamente romántica, demostrando que no es necesario convertir cada fotograma en un anuncio de colonia para irradiar romanticismo puro, para emocionar con sus personajes y sus actos, consecuentes a la estricta educación que han recibido (muy británica, por cierto). En justa correlación a esa educación, la película termina siendo aparentemente fría y distante, conteniendo los sentimientos, pero a su vez dejándolos deslizar suavemente, como una lágrima en la mejilla de la protagonista. Pero realmente nos coloca en una historia de terror una vez que empatizamos con los protagonistas y asumimos su terrible destino.

Fotograma

Pero antes que fría y distante, Nunca me Abandones es deprimente, tremendamente deprimente. Uno se siente impotente viendo como humanos son criados como animales de granja, con un destino cruel, pero que ellos aceptan por una mezcla de falso orgullo inculcado durante toda su infancia en su escuela/prisión, y por una mezcla de ilusión infantil, con tintes religiosos, de un futuro mejor. Nunca me Abandones también nos demuestra que nada puede evitar que los niños sueñen, que deseen escapar a su destino agarrándose a un clavo ardiente. Así que el relato va ahondando en tu alma, hasta que llega el momento del paso de la pubertad a la edad adulta simbolizado en un grito desgarrador, que llega al alma acompañado de una banda sonora con una sección de cuerda que pone la piel de gallina.

Nunca me Abandones es una película que cosechó críticas contradictorias y que, injustamente a mi entender, se fue sumiendo poco a poco en el olvido del público.