Viernes 17 de julio al caer la noche, en el mitin de Mónaco de la Diamond League de atletismo, comienza la carrera femenina de los 1.500 metros. En la presentación de las corredoras, la cámara hace un lento barrido sobre el rostro de cada una de las participantes. Cuando va llegando al final, el objetivo se encuentra de golpe con un rostro diferente, atemorizador. Se trata de Genzebe Dibaba, la menor de las tres hermanas Dibaba. Sus ojos encierran una inspiración mayor. Si alguna de sus rivales hubiera podido mirarle a la cara en ese mismo instante, seguramente hubiera renunciado a correr, directamente. Genzebe tiene las pupilas tan dilatadas que escupen un brillo asesino, desprenden el reflejo de un lunático. Albergan el hambre de la cazadora. En su caso, vislumbra un único fin: el record del mundo. Cualquiera que la pueda ver en ese instante, se podrá dar cuenta de la diferencia que existe entre una líder y una gran atleta. Genzebe no puede ocultarlo, es una Dibaba. Lo suyo es que le miren la espalda, nunca ir detrás de otra. Mientras contemplo la escena, me llega a mis oídos un comentario tan sencillo como definitorio: ‘Da miedo’.
Una vez arranca la carrera, la liebre arranca como una posesa. Lejos de esconderse en una cómoda quinta o sexta posición, para esperar su momento de atacar, Genzebe se coloca a dos pasos de la liebre. La figura de Genzebe responde al paradigma de la atleta etíope. Su delgadez, la finura de sus músculos y su cadencia exacta. Es como si cada uno de sus músculos estuvieran temporizados al milímetro con el resto de su cuerpo. Parece un robot con corazón, repleto de aliento.
La liebre aguanta 800 metros infernales. En el momento en que ésta se aparta, Dibaba se va sola. La otra gran favorita, Sifan Hassan -holandesa de origen etíope, cómo no-, le sigue. Al menos lo intenta durante 200 metros. Pero al último toque de campana, Genzebe enfila el típico sprint final etíope. Pero para esta ocasión, su ritmo es más salvaje. Ha tenido tiempo de ver rápidamente el tiempo marcado. Sabe que está ante la gran oportunidad de su carrera: batir un record con 22 años permanencia, ahí es nada. El de la prueba reina del atletismo.
Los últimos 400 metros de Dibaba parecen los del correcaminos, su único rival ha pasado a ser ella misma, sus propios límites. El margen es ajustadísimo. Pero se va dejar hasta el último gramo de espíritu. Sus últimos 100 metros se hacen largos. Cada segundo que pasa va marcando la diferencia con el record del mundo. En vez de pasar 15 segundos, parece que los últimos 100 metros se han congelado en el tiempo. Es como si se moviera en slow-motion. La emoción es tan grande que da pena ver cómo se acaba la exhibición llevada a cabo.
Y Genzebe llega a la meta. Lo primero que hace es levantar la vista hacia el marcador del estadio. No hay duda, RECORD DEL MUNDO. Ha conseguido batir un record establecido cuando ella tenía dos añitos recién cumplidos. Se ha liberado de toda la tensión acumulada para antes de la carrera. De sus ojos ya sólo caen lágrimas de felicidad. Se va a abrazar con todas sus rivales. Durante el resto de su vida, se acordará de todas y cada una de ellas. Es el gran día de una atleta única y, desde ya, irrepetible.
Sin embargo, al día siguiente, ¿qué es lo que va a pasar? Pues lo de siempre, fútbol y sólo fútbol. Su gesta no aparece ni en la portada de Marca ni en la de As o Sport. Ni siquiera en un recuadro pequeñito. ¿Y de qué me sorprendo? Siempre la misma historia. Ese gran día después de la hazaña de Genzebe, su proeza queda reducida a un espacio diez veces menor que el interés del Manchester United por fichar a Sergio Ramos o de las elecciones a la presidencia del Barça, ladrones de guante blanco que han hecho del deporte una exhibición patética de salsa rosa. Las audiencias mandan, y si hay que seguir alimentando de opio al pueblo, pues más morralla pa la tropa. Que no se diga. Si aún fuera motociclismo, tenis o fórmula. Pero claro, se trata de atletismo, y femenino… Ostracismo al canto.
Mientras el mundo sigue girando al ritmo de los jodidos titiriteros, Genzebe alcanza el Olimpo del deporte por antonomasia, sí el atletismo. Algo que ya se veía venir, pero para dentro de algunos años más. Definitivamente, Tirunesh Dibaba no sólo tiene a una digna sucesora -suyo es el record mundial de 5.000-, sino que con su esta progresión, Genzebe apenas cuenta con 24 años, tiene toda la pinta de que acabará logrando superar el interminable palmarés de su hermana. Y es que a estas alturas, Genzebe ya cuenta con cuatro medallas de oro mundiales: dos en los campeonatos del mundo indoor y otras dos en los campeonatos mundiales de cross. Certezas que ayudan a vislumbrar quién será una de las grandes protagonistas de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Y en los que su propia hermana será una de sus rivales más gloriosas. ¿Sucesión en vivo y en directo? Ni lo duden por instante. Cómo mínimo, una batalla fratricida de los que aún seguimos pensando que la verdadera grandeza del deporte se mide en tiempos y gestas en directo y no en acumulación de portadas, estúpidos cambios de corte de pelo y desfiles de metrosexuales con espinilleras. Mientras tanto, me dedicaré a borrar de mi mando de televisión todos los canales donde se retransmita otro puñetero partido de pre-temporada futbolera. ¡¿Ya está bien, no?! ¡A la mierda, ya!
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