«El colegial» de Buster Keaton

0El_colegial-196396887-largeJoseph Frank Keaton recibió su apodo, Buster, de Harry Houdini, compañero del padre de Keaton en el circo, quien le vio caer a la edad de tres años y uso la expresión That was a real buster!, siendo buster traducible como caída. Sin duda un apodo que presagiaría todo lo que fue su carrera cinematográfica, donde destacó dentro del humor físico, slapstick, y donde exhibió sus dotes gimnásticas, heredadas de su formación como malabarista, recibida de sus padres. Gracias a su sempiterna cara impertérrita frente al dolor, Keaton era especialista en llevarse grandes golpes y seguir actuando disimulando su sufrimiento, recibió también el apodo de Cara de Piedra en sus Estados Unidos natal, lo que no está nada claro es por qué en España se le conoció como Pamplinas, o mejor dicho no sabemos a quién se le ocurrió tal nombre.

El Colegial (College, 1927) no fue dirigida exclusivamente por Buster Keaton, sino que la mayor parte recayó en James W. Horne, dejando a Keaton, seguramente, la coreografía en las escenas más típicas del actor. Una película en la podríamos encontrar paralelismos con otras de Harold Lloyd, quizá como homenaje voluntario, pero que mantiene la esencia propia de su cine en una historia típica de chico conoce chica llevada a la comedia. En este caso él es un brillante alumno, que defiende que ha de cultivarse el intelecto y que las actividades físicas no son más que una pérdida de tiempo. Ella, como era fácil de prever, se siente más atraída por las estrellas del deporte, pese a que a la vez defiende al torpe y patoso estudiante brillante. Tras la ceremonia de graduación, él decide seguirla a la universidad de Clayton, un hervidero de talentosos deportistas y aquí comienzan los líos.

El estudiante, de familia humilde, no puede costearse los estudios, y por eso busca trabajo, dando lugar a algunas de las mejores escenas de la película, primero en una heladería preparándolos como si de un cocktail se tratase, y después como camarero en un restaurante donde sólo contratan gente de raza negra, así que Buster Keaton se pone de betún hasta las cejas, como si de una película de D. W. Griffith se tratase.

Es en el campo de entrenamiento donde Keaton saca a relucir todo su arsenal, dejando lo mejor y lo peor de la cinta. Lo mejor serían sus gags físicos, y por otro lado lo peor la repetición y previsibilidad de muchos de ellos. Sin embargo, ahora que vamos a entrar en año olímpico, sería un buen momento para ver a este atleta de la risa hacer exhibición de agilidad mientras tropieza con vallas, cae en la arena o provoca el pánico de sus compañeros con sus disparatados lanzamientos. Pese a su bochornosa exhibición atlética, recibe el beneplácito del decano, quien se identifica con su historia de amor, poniéndole como timonel del equipo de remo, lo que nos predispone a ver una de las mejores escenas de toda la película.

El amor imposible, seguramente el tema más recurrente de las películas cómicas de la era silente, aquí funciona como casi siempre. Seguramente El Colegial se quede a una distancia respetable de las mejores películas de Buster Keaton, pero reparte una buena dosis de humor, suficiente como para hacernos pasar un rato agradable hasta su resolución final. Además, su corta duración, también algo habitual, rema a su favor para que Pamplinas nos deje con una sonrisa en la boca.