Jonah Lomu, la despedida del guerrero

El pasado 18 de noviembre de 2015, la vida de Jonah Lomu llegaba a su final. Una vida casi tan fugaz como su carrera en el rugby, truncada en demasiadas ocasiones por una enfermedad crónica, pero a la vez intensamente brillante, lo suficiente como para destacar donde antes casi nadie había podido, en un deporte de esencia tan colectiva como es el rugby. Para el neófito, un partido de rugby puede parecer un espectáculo salvaje, 30 hombres sobre un rectángulo de césped chocando, agarrándose, empujándose con todas sus fuerzas. Una desconcertante exhibición de testosterona donde parece primar la fuerza bruta. Nada más lejos de la realidad, el rugby es un deporte donde se respetan las tradiciones, donde la nobleza es un valor primordial y donde se cultiva el compañerismo y el respeto al rival, donde se enseña que el equipo es más importante que la individualidad, luchando por el bien colectivo más que por el lucimiento personal. Todos estos valores siguen intactos hoy en día, pero en 1995, por primera vez y realmente sin proponérselo, sería un individuo quien captase la atención de medio mundo y quien sería señalado como la primera superestrella de este deporte. Un hombre de 1,96 y 120 kg de peso se abría paso entre la defensa inglesa con una mezcla de fuerza, velocidad y agilidad nunca antes vista. Jonah Lomu destrozaba a Inglaterra y comenzaba su leyenda.

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Lomu en plena haka maorí.

Ese año, 1995, fue en el que Sudáfrica se volvía a abrir al mundo gracias a su deporte nacional, al menos el de la parte blanca del país, organizando la tercera edición de la copa mundial de rugby. Nueva Zelanda, conocidos como los All Blacks, comenzaban a formar un equipo que tenía la misión de recuperar el trofeo para su país. Habían vencido en la primera edición, celebrada en 1987 en la propia Nueva Zelanda, pero Australia, tradicional rival, se había llevado el título en 1991, mientras que Sudáfrica se debatía en la duda de hasta qué punto las sanciones por el apartheid habían mermado su competitividad. Los neocelandeses estaban formando un equipo potentísimo, quizá el mejor que se haya podido ver hasta el 2015, y la sorpresa saltaba cuando se incluía en la lista a un joven de 20 años que apenas había participado en dos ocasiones con los All Blacks. Aquel joven, Jonah Lomu, había estado a punto de no participar en el mundial, pero una puesta a punto con el equipo de Rugby 7, modalidad en la que participan siete jugadores por equipo en lugar de quince, le puso en un estado de forma óptimo para el mundial. Algo que el 27 de mayo de 1995 los irlandeses pudieron comprobar de primera mano.

Seguramente nadie reparó inicialmente en aquella camiseta negra con un sobrio once pintado de blanco a la espalda, Lomu era un desconocido fuera de su país. Pero dos ensayos frente al XV del trébol puso sobre aviso a más de uno. En el segundo partido, frente a Gales, Lomu no anotó ningún ensayo, pero fue decisivo en varios de ellos dándole la victoria a Nueva Zelanda. El tercer partido fue contra Japón y la paliza que los All Blacks infringieron a los nipones, 145-17, dio la vuelta al mundo y aumentó la expectación mediática exponencialmente. Lomu ni siquiera jugó frente a Japón, pero es justo reconocer que aquel partido fue el caldo de cultivo idóneo para lo que llegaría más tarde, justo después del partido de cuartos frente al XV del cardo, Escocia, en el que vencieron los All Blacks y Lomu anotó otro ensayo, continuando con su afán de demoler a todos los equipos de las islas británicas.

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Lomu comiéndose ingleses por el camino.

El cruce de semifinales fue contra Inglaterra, y las miradas pronto se posaron en Lomu mientras corría imparable por el campo, balón en mano, esquivando ingleses o apartándolos, según la ocasión lo requiriese. Fueron nada menos que cuatro ensayos, memorables todos ellos, pero el que realmente hizo inmortal a Lomu fue el que, tras esquivar a dos rivales, tuvo a bien pasar por encima, literalmente, de Mike Catt, uno de los mejores zagueros que ha tenido Inglaterra en su historia. Aquella exhibición no dejaba lugar a ninguna duda: Lomu era un hombre nacido para jugar al rugby, aunaba prácticamente todas las cualidades necesarias para la práctica. Jugaba de ala, número 11 a la espalda, y su complexión superaba enormemente a lo que se esperaba de un jugador de ese tipo, lo que le daba una enorme ventaja en defensa al emparejarse con los alas rivales, jugadores a menudo con unos 30 o 40 kg que Lomu. Pero aunque sus 120 kg hacían presagiar cierta dificultad para la carrera, lo cierto es que el neozelandés era capaz de bajar de los 11 segundos en los cien metros, y además gozaba de una agilidad increíble, haciendo desplazamientos laterales frenéticos con los que rompía las cinturas de los defensores. Además, pese a jugar de ala su cuerpo le proporcionaba una fuerza comparable a la de un delantero, paquebotes de 120 o 130 kg, con un físico musculado que le permitía empujar a sus adversarios con el brazo izquierdo, mientras el derecho sujetaba el ovalado.

En definitiva, Lomu era un monstruo que el 18 de junio gritó al mundo que había llegado para quedarse. Lomu siempre había abrazado los valores tradicionales del rugby, llegó a rechazar un cheque en blanco proveniente del fútbol americano por seguir jugando al deporte que amaba, se distinguió por ser una persona generosa, un excelente compañero, un jugador que, sin proponérselo, conjugó la primera persona del singular dentro de uno de los deportes más solidarios. Su brillo era tan grande que nadie podía negar la evidencia: había nacido la estrella del rugby.

Nueva Zelanda llegaba a la final, y en los días previos se dice que un jeque árabe ofreció una recompensa a quien pudiese placar limpiamente a Lomu y frenarlo. Hasta entonces sólo se había conseguido mediante esfuerzos colectivos, sumándose varios jugadores para agarrarle y tratar de contenerle. Todo parecía una fiesta preparada para la consagración de Nueva Zelanda como dominadora del rugby mundial, pero todavía les quedaba enfrentarse al país anfitrión, que tenía un espíritu fuerte, fruto de estar disfrutando de la mayor unión que habían tenido en décadas.

El partido final fue muy táctico, un choque continuo de delanteras y de contención por parte de Sudáfrica. Quiso el destino que el jugador que finalmente lograse placar limpiamente a Lomu fuese Chester Williams, el único jugador de raza negra de la selección de Sudáfrica y símbolo de la nueva situación de su país. Con sólo 1,76 y 84 kg, Williams se lanzó con valentía contra Lomu, logrando derribarlo y convirtiendo al monstruo de nuevo en hombre. Realmente, aquella jugada fue el perfecto resumen del torneo, una orgullosa Sudáfrica lograba lo imposible y se alzaba con el título. Lomu y los All Blacks tenían que conformarse con el segundo puesto.

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En carrera, imposible de parar.

Un año más tarde saltaba la noticia: Lomu estaba gravemente enfermo por un síndrome nefrítico. Tenía graves problemas en los riñones, sus auténticos talones de Aquiles, y entonces se descubría que había jugado siempre con la salud mermada. Así se iniciaba el calvario personal de Lomu, lo que le haría entrar y salir constantemente de la práctica activa del rugby. Sin embargo, parecía que su enfermedad le daba una tregua y pudo disputar la copa del mundo de 1999, en la que volvió a brillar con luz propia anotando ocho ensayos durante el torneo y convirtiéndose así en el mayor anotador de ensayos de la historia de la copa del mundo. Sin embargo su portentosa actuación contra Francia, con dos ensayos brutales, no fue suficiente y los All Blacks cayeron contra el XV del gallo. De nuevo Lomu se quedaba sin la copa del mundo, pero lo peor es que a partir de entonces sus problemas de salud se multiplicaron todavía más.

Casi el único respiro que tuvo desde entonces fue la victoria en 2001 en la copa del mundo de rugby a 7. Un oasis en una carrera marcada por problemas médicos y varios esperanzadores retornos que parecieron cristalizar en 2004 recibía un trasplante de riñón debido a su deteriorado estado de salud. Pese a ello, la salud de Lomu siguió siendo renqueante, lo que le impidió jugar a su verdadero nivel al deporte que tanto amaba.

Finalmente, el 18 de noviembre de 2015 Jonah Lomu fallecía en Auckland a los 40 años de edad. Para la historia nos dejó sus actuaciones en la copa del mundo, el recuerdo de sus galopadas imparables, el respeto de sus rivales y el cariño de sus compañeros, que le despidieron con un emotivo funeral celebrado como se merece, bailando una haka, con leyendas de la talla de Toru Umaga o Richie McCaw,  en su honor. Una ceremonia rebosante de orgullo maorí, la etnia a la que pertenecía Lomu y que tanto ha engrandecido este deporte, en la que se despedía a un guerrero honorable.

Un paso hacia arriba, otro… el sol brilla.