Ahora que la vuelta de 091 es una realidad, qué mejor que, aprovechando su 30º aniversario, recordar Más de Cién Lobos (Zafiro, 1986), su obra cumbre y también una de las piezas de aquel rock ochentero que mejor ha envejecido. Si es que los Surfin’ Bichos y Los Enemigos no fueron los únicos que supieron insuflar nueva vida al rock estatal en aquellos tiempos. Ni mucho menos. Y para muestra un botón. Así, tras Cementerio de Automóviles (DRO, 1984), la banda saltó de Dro a Zafiro, la que será su nueva casa para sus siguientes tres álbumes. Para el primero de estos, se produce un hecho casual que transcendió el destino de su segundo LP: la estancia de Joe Strummer en Granada durante aquellos tiempos. Esta circunstancia redundó en la posibilidad que produjera el nuevo trabajo de 091.
La participación del ex-Clash acabo siendo básica en sacar hacia fuera el gran potencial atesorado por Lapido y los suyos, que para este disco cortan los lazos que los unían al post-punk británico más emocional. En su lugar, entra por la puerta grande un derroche de rock en cinemascope. Joe Strummer ejerce de Guy Stevens para el grupo, los motiva con tal fuerza que los resultados abruman por la certeza de estar ante uno de esos contados discos que huelen a clásico desde que se abre en canal el acorde inaugural. Así, ya desde la primera toma de contacto con “Cuando pierdo el equilibrio”, se percibe un cuerpo de sonido más rotundo, más rock. El calcio rítmico no se ha rebajado, pero la electricidad brota de manera más crispada. El sonido es más compacto. Da la impresión de que han encontrado el equilibrio entre intensidad, melodía y espacio. Todo fluye en la misma dirección. Y por cierto, qué decir de una de las mejores canciones que se hayan compuesto jamás en castellano. Desde las primeras palabras maceradas por José Antonio García – “Otra vez en la cuerda floja estoy”- emerge ese olor tan característico a atemporalidad.
“Buen día para olvidar”, arranca clamando cómo “Hay días que agobia respirar el mismo aire que la gente”. Lapido está sembrado. Primero dispara en el blanco y luego se dedica a seguir sepultando líneas inolvidables en el imaginario del pop español. Ha encauzado su savia poética en metralla lírica, palabras que prenden brasas en el cerebro. Lo mismo que en “Escupir contra el viento”, que recupera el tono misterioso de su primer LP, aunque de forma totalmente divergente. Donde antes había hielo en las sombras, ahora se aviva una fogata de vísceras y llantas de moto. Rock y músculo. Brisas fronterizas. La cauterización de la expresión emocional más arrebatada dentro del gesto rock. Otro himno. Tres de tres.
Para “Escenas de guerra” Lapido se sobra de alquimia para tomar leyendas como, en este caso concreto, la de Dorian Grey y adaptarla a su propios fines. Los derroteros toman la vía del medio tiempo caldeado, mientras “Me siento mal” gira al son de unas caderas de cadencia rockabilly. Quizá la media baje un par de puntos, pero hasta en un refugio de menor calado como éste se percibe con mayor claridad el monumental estirón pegado por la banda.
“En la calle” vuelve a recuperar la precisión hímnica. “En la calle el amor se esconde”, mientras hay que buscarlo soñando en blanco y negro. Viñetas que encuadran escenas de amor urbano, de final de jornada laboral. Lapido cuenta con la virtud del que sabe traducir las emociones en palabras que toda la gente entiende porque las puede reconocer. Y ésta es una prueba concluyente.
Respecto a “Perderme en la jungla”, ésta despega con una intro eléctrica digna del Mick Jones post-London Calling. Su latido se estira en un ritmo tenso, contenido, emotivo. Todo al mismo tiempo. La banda ha aprendido a controlar los tiempos de la canción, serpenteando sin estridencias a lo largo de diferentes curvas melódicas. Pequeños fragmentos de canciones cosidos en una sola. Las aptitudes para con la metodología “Frankenstein” han encontrado una forma para que no se reconozcan los puntos de sutura.
En cuanto a “Blues de medianoche”, el título ya lo dice todo. Lo que queda claro es que la manera de 091 de agarrar el blues es cogiéndolo por el cuello. La fibra rítmica no se esparce en la nada, sino que nivela el trasiego hasta una vibrante nebulosa atmosférica.
El siguiente apeadero, “En tu locura”, cuenta con uno de los estribillos más intuitivos de todo el lote. Los 091 se están haciendo unos expertos en encontrar ese giro melódico que la mayoría no es capaz de atisbar. Los arquetipos se deshilachan por combustión espontánea. Y esta canción es el paradigma de tal realidad. Eso sí, para esta pieza hay que darle el mérito a Antonio Arias, compositor de la parte musical.
Y llegamos al cierre. Modélica, “Más de cien lobos” rubrica la categorización de este álbum como la primera obra maestra del grupo. Rock a cuchilladas al filo de la noche, estamos ante la que podría ser considerada como una profundización en la fibra narrativa de “En la calle”. Aunque esta vez, sin correa: “Porque hay en mi corazón más de cien lobos que aúllan por ti”.
Después de tres décadas, la reevaluación de Más de Cien Lobos no podría ser más significativa: se ha burlado del paso del tiempo con tal chulería que, como en tantas otras ocasiones, uno se pregunta lo que hubiera pasado si esta obra hubiera recibido una promoción acorde al valor de sus canciones.
En el plano negativo, hay que señalar la partida de Antonio Arias tras este disco. Su vida en la sombras de Lapido le estaban pasando factura. Y visto el desarrollo de su obra con Lagartija Nick, le acabó dando la razón. Y de qué manera…