¿Alguien habló de britpop? (II)

Año 1985, Un veinteañero está subido a una cornisa. Está imitando a Spiderman. Intenta impresionar a una chica. Su figura desgarbada se mueve como si de sus articulaciones tirara una red de hilos imaginarios. Colaría como un muñeco de animación de una película de Tim Burton. Pero en uno de sus giros antinaturales, tropieza y cae. No se mata, pero queda como un saco de huesos rotos. La chica, impresionada, claro está; el diagnóstico: fractura de pelvis, muñeca y tobillo, y gracias… Su imagen para sus próximos conciertos resulta antinatural: un alfeñique de extremidades interminables aprisionado en una silla de ruedas… ¿Cómo llegar a imaginarse que alguien tan idiota llegará a capitanear la gran esperanza post-Smiths? Sí, su nombre es Jarvis Cocker; y su grupo, Pulp, que, varios años después de tan grotesco episodio, aprovechan el camino abierto por World Of Twist. “His N’ Hers” (Island, 1994) es un hito, y “Diferent Class” (Island, 1995), el disco que habrían hecho los Kinks de haber surgido en plenos años 90. Blur y Oasis quedan relegados tras la verdadera guerra por el trono del pop british: Pulp VS Primal Scream. Los de Bobby Gillespie podrían haberse estancado en un mero subrayado de su perfil stoniano, pero han decidido seguir la exploración psico-hedonista abierta por Andrew Weatherall, que repite, y tapona, las ínfulas clásicas de su segundo de a bordo, Jimmy Miller, la conexión stoniana de los Primal Scream. “Give Out Don’t Give Up” (Creation, 1994) nunca llegó a existir; sólo fue un mal sueño. En su lugar, anticiparon la ciberdelia dub en un giro consecuente con las formas adoptadas del trip-hop, el nuevo pop del comienzo de década.

britpop 5El híbrido dance-rock es la respuesta eufórica. Stone Roses siguen la racha iniciada con su debut. Problemas con los juicios les podrían haber hecho tardar seis años en publicar su segundo LP, pero apremia la necesidad de una continuación. 1993 fue el año de su segundo álbum, continuismo redireccionado hacia un perfil más psico-dance. Su impacto ha perdido fuerza. La britpress decide tomar distancia con la rave madchesteriana. Madchester no ha perdido su halo tóxico, pero sí la música. Las mafias han propiciado la nueva mutación de la ciudad: ya no es Madchester, sino “Gunchester”. Sin apoyo mediático, Stone Roses perderán. Como predijo Jon Savage: “Son unos cobardes, pudieron tirar la puerta abajo, pero se quedaron mirando en la mirilla como vouyeurs”.

1993 es el año en el que New Order, el mito mancuniando, decide sacarse las telarañas: “Republic” (London, 1993) es su nueva criatura. Sin embargo, la liposucción lisérgica de su sonido deriva en un desinterés general de la renovada comunión indie-dance. La vieja guardia les sigue ciegamente, lo que minimiza la terrible realidad: New Order es una fotocopia en escala de grises de su pasado. Ellos no son Madchester, sino Manchester.

La estela marcada por la dualidad Happy Mondays / Stone Roses ha dado con primos lejanos como EMF. “Unbeliavable” es la detonación efervescente del rave-rock. Su efecto no se hace esperar: Madchester se expande por todo el Norte de Inglaterra. Y 808 State va a ser el nuevo estandarte de los resquicios de Madchester. Desde su propia torre de Babel tecno-house, 808 State, encontraron en el formato LP un canal de expresión perfecto a sus pretensiones. Primeramente, constituyeron un nuevo marco para las regiones indies, punk y rock. Pero a partir de Ninety (ZZT, 1990), ya se trataba de confundir pop y rave. 808 State eran la antítesis de la visión retro de los Stone Roses. Mientras que los modelos de los Roses era el círculo que englobaba a Byrds, Hendrix y Stones, una visión eminentemente clásica, tamizada por los tonos house que estaban marcando el ocaso de los ochenta, 808 State invocaban los espíritus del Miles Davies oceánico de los 70. No son nada impensables las conexiones que pueden haber entre el funk tribal de “On The Corner” (Columbia, 1972) y los instintos regeneradores de 808 State, pero aún más con Weather Report, la ramificación más visionaria del Miles Davis eléctrico. El tecno no era sino el vehículo mediante el que poder envasar un híbrido de ideas que necesitaban de un formato más amplio que el del maxi-single. Tal revelación quedó perfectamente mostrada en “Ex:el” (ZTT, 1991), su tercer álbum. En este trabajo, 808 State esculpen sus fantasías sonoras con la arcilla del funk y el jazz, haciéndola regurgitar en un cosmos fourth world de líneas sintetizadas. Ex:el es un eslabón más en la música negra, aunque llevada a cabo por cuatro tipos blancos con la mente agitada del post-punk. Tan extraño no suena, ¿no?

Desde la franja latente entre Manchester y Madchester, James se labran su hueco junto a Brian Eno, que también ha sido el artífice de la reconversión de la santurronería rockera de U2 es un reciclado dance-rock, de plastificado jugoso al tacto, aunque lejano en placeres directos. La maquinalización de su sonido traspasa el oído, pero no canaliza hacia las moléculas del ritmo. Eso sí, sus renovados directos monstruosos reflejan la expansión de una realidad: el stadium-rock ha sido redefinido, su nueva cara es la de una rave neo-hippie al aire libre de dimensiones pantagruélicas. Sus feligreses ya no acuden a los conciertos a adorar su grupo, sino a amplificar su colocón en un estado absoluto de euforia hedonista.

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Happy Mondays comparten cajón en el pódium madchesteriano. Yes, Please! (Factory, 1992) pudo haber sido un fiasco derivado de su inercia catastrofista, pero su estancia con Lee Scratch Perry inflamó el globo ad infinitum de Ryder y los suyos hacia una versión dub de su quinqui-rock. Madchester sigue bombeando a pleno pulmón, pero a través de pulmones henchidos de marihuana. Pastillas y marihuana, el cóctel bristoliano por antonomasia. Massive Attack se toman su tiempo, pero abren un agujero en el corazón de los charts. “Unfinished Sympathy” es el gran single de comienzo de década. El brío de cuerdas dolidas que delinean el horizonte rítmico es la dualidad que deriva en un sentimiento bipolar: recogimiento bajo las luces de neón. Mark Stewart reactiva el corazón dub. Bristol es su causa. Portishead es la herida azul de la ciudad; Tricky, el milagro. Bristol es la nueva cuna del art-rock; el triángulo formado por Leeds, Madchester y Bristol, el centro de operaciones que vaporiza las lágrimas de nostalgia londinenses.

La capital rezuma sabor a Ziggy Stardust. Suede y The Auteurs son los máximos representantes de la vuelta de la androginia como gesto autoritario de individualidad. El primer LP de The Auteurs fue celebrado por la NME como “LOS SALVADORES DEL ROCK”; el segundo, “Now I’m A Cowboy”, propulsa la figura de Luke Haines a mesías de la transfiguración pop. Sus trucos de pop a lo Dorian Grey representan lo que debió ser siempre el britpop: la verbalización del ángulo muerto entre la memoria adquirida y los capítulos sonoros que se quedaron en blanco en su día. Haines le ha declarado la guerra a Kurt Cobain. Su derrota no admite discusiones, pero la poética de ésta lo elevará hasta lo más alto de la popularidad. La razón: ‘American Guitars’, su rechazo a claudicar ante el virus grunge.

It was easy to see they were
The best band to be in
I gave up drugging
When you spiked my drink
Stopped freeloading
When I could not get in
I gave up singing
When I was told
I could not dance
Knew my place in the world
When I heard them start

 Haines es la anti-estrella adoptada por la prensa british como el azote contra la amplificación de las hordas grunge. Pero tras el cuarto LP de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice In Chains siguen captando más inglesitos con acné para su no-causa.

britpop 7Desde el latifundio shoegaze, My Bloody Valentine han arrasado con “Soon”. El resto de camadas shoegazers no pueden aguantarles el ritmo. Kevin Shields ha visto el futuro, y tenía su cara. Island es su nueva casa. No están por la labor de que pierda el tren. La apuesta es mayor que con “Loveless”, pero las obligaciones contractuales le llevan a publicarlo dos décadas antes de tiempo. Resultado: una tibia versión miniaturizada del magma orgásmico coagulado en “Loveless”. Después de éste, ninguno más. Shields está de frenopático: se ha convertido en el Brian Wilson del indie. Pero alguien va a coger su testigo: un tal Ian Crause, la mente tras Disco Inferno. Demasiados experimentales para las masas; sin embargo, la tensión pre-milenio se ha hecho apta para que la gente haya podido empatizar con la agonía física de la calle. Su éxito es relativo, aunque completamente inesperado. Quizá por abrir un frente completamente antitético con la facción nostálgica.

Alquimistas de la descontextualización, Disco Inferno llevaron el uso del sampler más allá de los límites urbanos que había introducido Martin Hannett. Mejor aún, integraron una sinfonía de ruidos “naturales” provenientes de ríos, cascadas y campos abiertos. Disco Inferno los reproducían a través de ejecuciones al fresco. El objetivo era un fin en sí mismo: hacerlos chocar en un contraste atroz con el pulso caótico de la ciudad. El resultado: una literalidad sónica, por momentos, casi asfixiante y terriblemente atractiva; un entramado sonoro súper espacioso, que se vio sublimado mediante su primer LP: el seminal “D.I. Go Pop” (Rough Trade, 1994), el disco que los ha aupado al cajón de benditas anomalías en los charts. ¿Los P.I.L. de fin de siglo?

La insurgencia frustrada del britpop ha dejado paso a la ironía como sistema defensivo. Morrissey está en su salsa. Su alegato pro-british en “Your Arsenal” (Parlophone, 1992) alberga una crítica velada contra todo atisbo de militancia british. Pero su mensaje ha sido malinterpretado: ‘The National Front Disco’ despierta sarpullidos, a la par que se convierte en excusa para de una brutal exacerbación nacionalista. Su exposición al malentendido supone un cambio de dirección. “Vauxhall & I” (Parlophone, 1994) será la respuesta. Tal como se presupone, ‘Billy Budd’ no sólo es una canción en la que le hace un guiño a Johnny Marr en versos como “But now it’s 12 years on / now it’s 12 years on / yes, and I took up with you / I took my job application into town. Pero sobre todo I would happily lose both of my legs / if it meant you could be free / if it meant you could be free”. La cadencia disco de la guitarra abre el filón de las suspicacias: ¿es Johnny Marr quien la ejecuta? ¿Morrissey y Marr han vuelto a establecer contacto? La rumorología se extiende como pólvora precoz. La britpress necesitaba la vacuna anti-Nirvana a toda costa. Y el único antídoto posible era la vuelta de los Smiths. Eso sí, a Mike Joyce y Andy Rourke ni mentarlos…