La Abadía del Crimen Extensum

Dedicar tus ratos libres durante dos años a una tarea, por el mero amor al arte y sin esperar recompensa económica a cambio, significa que lo que haces realmente te gusta y te apasiona. Ya han pasado 25 años desde que esa pasión fue insuflada en Manuel Pazos y Daniel Celemín, concretamente mientras paseaban por una abadía italiana cuyo nombre taparemos con un piadoso manto de silencio. Esa abadía fue creada piedra sobre piedra por otro dúo de artistas, Paco Menéndez y Juan Delcán. El primero, Paco, llenándola de vida al mismo ritmo que sus dedos tecleaban código máquina. El segundo, Juan, embelleciendo cada rincón para que el visitante ocasional pudiese recrear su vista.

Estamos hablando de La Abadía del Crimen, un juego, basado en la novela El Nombre de la Rosa, que desde su misma comercialización despertó pasiones contrapuestas. Porque si de algo pecaba el juego era de ser casi inexpugnable, tanto por su extrema dificultad para poder resolver el misterio, como por su sistema de control y de cámaras que, al más puro estilo cinematográfico, hacía que en cada estancia el ángulo de visión cambiase, provocando más de una desorientación. Sobre el papel, La Abadía tenía todos los números para caer olvidada mientras nos desesperábamos con el abad, que insistentemente nos gritaba “¡os ordeno que vengáis!”. Pero muchos pudimos comprobar que el resistir tenía premio, el adaptarnos a una manera de jugar distinta a la que primaba en la época, el escudriñar cada rincón para obtener el objeto que tanto necesitábamos o el descubrir un pasaje secreto. Todo eso podía conseguir que pasases de jugar a La Abadía a vivirla, a compartir un pedazo del corazón de Paco y Juan, a entender todo lo que encerraban aquellos muros y hacerlos tuyos, terminando por dominar el sistema de control y por conocer cada recoveco de la edificación como la palma de la mano.

Manuel Pazos y Daniel Celemín pertenecen al segundo grupo, a los que entraron en la abadía para que ésta terminase entrando en ellos dejando una huella imborrable. Por eso se embarcaron en la titánica tarea que ha terminado fructificando bajo el nombre de La Abadía del Crimen Extensum. Anteriormente ya habíamos podido disfrutar de remakes que mejoraban el aspecto gráfico, pero dejando el armazón intacto. En esta ocasión el proyecto era mucho más ambicioso y, por lo tanto, las posibilidades de patinar también eran mucho mayores.

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Extensum basa su existencia en recrear, embellecer y complementar. Recrear porque se ha desmontado la abadía original, piedra por piedra, para que Daniel Celemín pudiese aplicar su mano en el apartado gráfico actualizándolo y, de esta forma, embelleciéndola. Complementándola porque una vez que tienen el armazón, se ha construido a su alrededor para dotarla de más vida. Para alguien que ya ha vivido la primera abadía, este nuevo paraje seguramente chocará en un primer instante, pero no tardará en encontrar los puntos de referencia necesarios y, al poco, volverá a sentirse como en casa, como si el tiempo se hubiese detenido hace 25 años y volvieses a sentir un escalofrío en cada salida nocturna, tratando de esquivar al abad.

Pero no solo se ha complementado físicamente, sino también argumentalmente. En su día teníamos la novela de Umberto Eco, la cual tuvo que sufrir, necesariamente, la poda de parte de su contenido para que Jean Jacques Annaud pudiera realizar la adaptación al cine, perdiendo personajes y situaciones por el camino. Finalmente, a la hora de realizar el juego, Paco Menéndez tuvo que lidiar con las limitaciones de los ordenadores de la época y recortar todavía más la trama para que todo cupiese en apenas 64kb de memoria. Por eso se tomó la decisión de que juego, película y libro se diesen la mano en Extensum, recuperando situaciones, personajes y diálogos de libro y película, formando un todo con la trama del juego. Lejos de formar un batiburrillo, consiguen que todo funcione como un reloj y suceda de forma lógica. Además, ayuda que en esta ocasión los personajes están basados en los actores de la película, destacando sobremanera Sean Connery gracias al gran trabajo de Daniel Celemín.

Por último, quedaba la decisión del control del juego, tanto en su perspectiva como en el manejo de Fray Guillermo. Optar por respetar el sistema de cámaras y la perspectiva isométrica podía parecer arriesgado, pero a la vez podría ser irresponsable no seguir ese camino teniendo en cuenta que, para bien o para mal, eso es parte de la esencia del juego, la sensación de desorientación al visitar una abadía que Fray Guillermo pisa por primera vez. En el control se ha optado por dejar también el original, en el que giramos a Fray Guillermo, dejando la posibilidad de optar por un control direccional que, a mi modesto entender, no resulta el más adecuado cuando hay cambio de cámara en cada habitación. No en vano, la mítica saga de Alone in the Dark, que tenía un sistema de cámaras similar, también optó por el mismo control de La Abadía.

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Teniendo todo más o menos controlado, quedaba lo más difícil que era insuflar todo de vida y encontrar esos intangibles que hacen que el juego merezca la pena. La Abadía ahora es más accesible que antaño, presenta muchas menos dificultades para el neófito, que quizá no pueda sentir, pese a todo, lo que muchos otros sí sentimos: la llama de La Abadía está viva y Manuel Pazos y Daniel Celemín la han hecho suya recogiendo el testigo de Juan Delcán, que nos reserva una sorpresa al final del juego, y del malogrado Paco Menéndez, del que siempre nos quedará la pena de no poder transmitirle todo lo que disfrutamos con su juego. Seguramente hemos sido muchos los que ya hemos sonreído mientras jugábamos a Extensum, porque nos hemos reencontrado con un viejo amigo, que realmente nunca se había ido sino que se había ido recluyendo para reaparecer con nuevas fuerzas.

Extensum nos invita a perdernos en su estructura, a investigar hasta llegar al final del laberinto donde el asesino aguarda nuestra llegada. Realmente ahora es más fácil que nunca conseguirlo, sí, pero sigue siendo igual de estimulante y divertido gracias a dos personas que un día se perdieron en una abadía benedictina.