A lo largo de la historia, muchas obras han padecido la censura, pero algunas de ellas, lejos de convertirse en un absoluto desbarajuste, han conseguido trasmitir su esencia. Han resistido. La semana del asesino (1971) de Eloy de la Iglesia es una de ellas. El filme sufrió un total de 64 cortes por parte de la censura franquista, quien impuso también el final. Una mutilación propia de un matarife. Según el crítico de cine y escritor Carlos Heredero, el guión había sido prohibido por la censura desde un principio. A pesar de ello, Eloy de la Iglesia comenzó a rodar sin permiso, lo que les llevó «a escribir un guión a modo de señuelo, un guión que presentaron a la censura, mientras estaban rodando e iban a seguir rodando el guión original«[1]. Los cortes traspasaron fronteras; el largometraje tampoco se libró de la tijera en el extranjero, donde incluso se alteró el montaje. La copia británica empieza con unas imágenes del matadero, mostrando el proceso de descuartizamiento de una res. Tras esta escena, Marcos, el protagonista, come un bocadillo en la pausa de su trabajo. De ahí, tal vez, el título alterado de la versión inglesa, The Cannibal Man. Esta versión mutila asimismo dos escenas brillantes situadas en la fábrica-matadero. La primera se refiere a la reunión que tiene Marcos con el jefe de personal y su secretaria. En ella observamos a un jefecito lameculos que, con su jerga pomposa, ensalza a la empresa, como si ésta fuese el mismísimo mesías. Mientras tanto, Marcos permanece en silencio; parece más interesado en las piernas de la secretaria, que en el ascenso que acaba de recibir. La escena es sumamente cómica, humor español en estado puro, y al mismo tiempo una crítica descarnada del capitalismo. Pero la estocada llega en otra escena. Un empleado veterano de la fábrica narra a Marcos, con pelos y señales, el accidente mortal que sufrió la madre de protagonista cuando trabajaba en el matadero:
Yo estaba cerca de ella el día del accidente.
Mira, un momento antes, estaba tan normal, tan frescachona.
Y, de pronto, se convirtió en una antorcha humana.
Pese a la dureza de las escenas de los asesinatos, ésta es, sin duda, la escena más macabra de todo el filme.
A pesar de que Eloy de la Iglesia «siempre consideró que había sido una película completamente desfigurada«[2], La semana del asesino queda como uno de los hitos del cine español. La totalidad de la realización consigue una atmósfera opresiva, angustiosa, de la que no se puede escapar; parece que se nos pega al pecho, como el sudor se adhiere a la piel del protagonista. El calor traspasa la pantalla, haciendo evidente la realidad de Marcos, la España del sol abrasador, del caciquismo, de la miseria encubierta, que el director destapa al contraponer la vida en el extrarradio, que ocupa la mayor parte del filme -Marcos vive en una de las pocas chabolas que aún no han tirado abajo-, con las breves secuencias en la ciudad -el metro abarrotado, las calles repletas, el consumismo-. Además, el matadero, como lugar de trabajo, plantea una pregunta: «¿quién es aquí el asesino?». Tres años más tarde lo haría Terrence Malick en Malas Tierras (Badlands, 1973).
Tal y como afirma Carlos Heredero, la película nos habla de «un asesino en serie que no quiere serlo, que no se ha propuesto serlo. Y ni siquiera sabe que lo es«[3]. Este hecho es sumamente importante, pues se trata de algo revolucionario. Del mismo modo que había hecho en su momento Luis García Berlanga con El verdugo (1963), abordando la temática de la pena de muerte no desde el punto de vista del condenado, sino desde el del verdugo, de la Iglesia realiza un filme sobre un hombre que, a raíz de un suceso desafortunado e imprevisible, se transforma en un asesino en serie sin realmente ser consciente de ello. La semana del asesino no es una película sobre un psicópata que acecha y mata a sus víctimas con premeditación y alevosía. Marcos, interpretado por un Vicente Parra soberbio, es un hombre normal y corriente. Va a trabajar todos los días a la fábrica, tiene una novia; un hermano, camionero, a punto de casarse. Una noche, de regreso a casa, se ve envuelto en una trifulca con un taxista. Éste lo golpea hasta dejarlo k.o. y va a por su novia. Marcos, agarra una piedra del suelo, matando al taxista. Será el primero de muchos. El protagonista quiere evitar la prisión ante todo y, cuando su novia, Paula (Emma Cohen) le dice que quiere ir a entregarse a la policía, a Marcos no le queda más remedio que detenerla. A partir de entonces, las víctimas acuden a su casa, como las reses al matadero, sin la menor idea de lo que se les viene encima. Aunque siempre tentadas por esa puerta cerrada -que esconde los cadáveres-, como las mujeres de Barba Azul. No es Marcos quien las busca, sino que son ellas las que se meten en la boca del lobo. Van hacia él, y él no puede hacer más que asesinarlas. Marcos carece de libertad por su miedo a ir a la cárcel; más le valdría ser uno de esos perros que merodean por su barrio, hambrientos, pero salvajes. Uno de los hechos más brillantes del filme es que en ningún momento aparece el transcurso de la investigación policial, lo que brinda al espectador una perspectiva focalizada exclusivamente en el protagonista, en el asesino. De su conflicto, de su tragedia, de su experiencia vital.
Existen obras inabarcables. Abren tantas puertas que resulta prácticamente imposible visitarlas todas. Son un misterio.
Dos elementos esenciales recorren el filme: el sexo y la muerte. Ambos unidos por el calor sofocante de Madrid y por los efectos sonoros, obra de Fernando G. Morcillo. Una de las escenas que no vieron la luz es un sueño en la piscina que revela un encuentro homosexual entre Marcos y su vecino, Néstor (Eusebio Poncela), encuentro que se espera durante todo el filme y nunca llega a producirse. En esta película el sexo más que se ve, se siente. El sudor esparcido por el torso de Marcos; los recortes de chicas en biquini colgadas en su salón. La escena de la pérdida de virginidad de Paula va acompañada de un constante tic tac del reloj, efecto que se reproduce de nuevo en los asesinatos que le seguirán, así como en sus reencuentros con los cadáveres, a los que se acoplan efectos de sonido perturbadores. El reloj de la vida, de la libertad que se le escapa a Marcos. Sexo, muerte y tiempo, los tres puntales de la condición humana.
Un artículo inmenso y altamente recomendable para todo el que quiera empaparse de esta película enorme. Cuando la vi por primera vez, me impactó mucho. Pero después de leer semejante análisis, le encuentro más capas semánticas de las que me parecían a primera vista. Muchas gracias por ampliarme el ángulo de visión de forma tan rotunda.
Gracias a ti, Marcos por tus palabras. sin duda una de las mejores películas españolas de las últimas décadas.