«Electricidio»: hay muchas maneras de matar

Hay unos que, de día, visten de traje y de noche, de largo.

Durante el día su aspecto es serio, profesional.

Por la noche se reúnen. Alguien da una fiesta, en el ático.

Un sofá dorado.

Un piano.

Una soprano.

De noche, siguen sin quitarse la máscara. Pero disfrutan, a su manera.

Son la élite.

La ropa cara no les aleja suficiente del populacho.

Maestro, toque una de Schubert.

Señora comisaria, le agradecemos el Munch (sólo para nuestro uso y disfrute, por supuesto).

Disfrutan de la(/su) prosperidad. De los beneficios. Se regodean.

La máscara se desliza hacia la derecha. Al desparpajo:

INFANTE.- Yo soy miembro de la Casa Real y nadie me eligió.

Da paso al esperpento:

MINISTRA DE EDUCACIÓN (que no distingue entre una composición de Chopin y una de Schubert).- Puedo decir que, como Ministra de Cultura, creo a pies juntillas en la cultura.

[No deja de ser harto turbador el hecho de que la ministra de cultura desempeñe un papel tan importante durante el primer cuadro de la obra. En un principio, podría parecer que está fuera de lugar. ¿Qué tiene que ver la cultura con las eléctricas, el gas la economía liberal? Muy fácil. En sus propias palabras: Cultura = Consumo].

En cualquier fiesta de semejante categoría no podrían faltar los Bloody Mary, hechos a base de «jugo de lima, azúcar glasé, vodka rojo…

MINISTRA DE CULTURA.- No consumo ninguna marca de vodka cuyo precio esté por debajo del salario mínimo interprofesional.

…comino, licor de queroseno, esencia de fuel, gases licuados y ¡sangre!».

CartelElectricidio, una obra de creación colectiva, dirigida por Paco Zarzoso e interpretada por más de una decena de actrices y actores, da la bienvenida al público con semejante cuadro. La obra parte de un escenario impúdico: la ostentación, o lo que es peor, la celebración del beneficio. Las mujeres llevan vestidos de noche que muestran sus espaldas y escotes. La luz es cálida; la temperatura, agradable.

Sin embargo, tras esta instantánea del poder, la obra toma otro sendero y desciende hacia los pisos, las clases, inferiores. La calidez del ático se contrapone con la luz fría y escasa del resto de pisos. En más de una ocasión, la luz se apaga. La han cortado.

VOCES.- ¡Mamá! … ¡Mamá, se ha ido la luz! … ¡Mamá!

Los inquilinos se convierten en niños con miedo a la oscuridad. Porque ésta se parece demasiado a la muerte. Si cortan la luz, podría pasarles lo mismo que a la vecina. Usaba velas para alumbrarse. Y una noche… no se sabe cómo, la vela… la casa entera se prendió fuego.

[Éste es un caso real Rosa Pitarch Vicente, de 81 años, perdió la vida en noviembre de 2016. Su casa se incendió de noche al prenderse una vela. La compañía eléctrica le había cortado el suministro hacía dos meses, al no poder asumir Pitarch los costes del recibo. Sin embargo, no se había dado parte a servicios sociales[1], tal y como obliga la Ley 24/2015, de 29 de julio, de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética:

Artículo 6. Medidas para evitar la pobreza energética.

1. Las administraciones publicas deben garantizar el derecho de acceso a los suministros básicos de agua potable, de gas y de electricidad a las personas y unidades familiares en situación de riesgo de exclusión residencial, de acuerdo con el artículo 5.10, mientras dure dicha situación. En el caso del gas, el derecho de acceso únicamente se garantiza si el edificio afectado dispone de este tipo de suministro.

2. Debe establecerse, como principio de precaución, un protocolo obligado de comunicación a los servicios sociales y de intervención de estos servicios previamente a la concesión de las ayudas necesarias para evitar los cortes de suministro, en los casos de impago por falta de recursos económicos de las familias afectadas[2].]

La pieza, sumamente crítica, es una muestra del trabajo realizado durante varios meses en el taller impartido por Zarzoso. De todos los participantes, Antonio Espejo es el único que colabora como dramaturgo y no sale a escena. El resto de participantes interpretan a varios personajes; algunos de ellos también tocan. Sin duda, la música en directo, un gran acierto.

La plasticidad escénica se pone de relieve en las transiciones mediante un objeto: la manta, como símbolo de pobreza. De ese querer protegerse del frío, de no tener otro medio para calentarse. Los actores permanecen en escena sentados, tapados de pies a cabezas con las mantas, esperando su turno para interpretar el siguiente cuadro. No tienen rostro. Es una imagen estremecedora. Así los ven los del ático. Sin cara, sin manos. Sin alma.

Los cuadros se suceden. Historias cotidianas. Una pareja sentada en el sofá, cubiertos ambos por una manta. Podrían ser cualquiera. Ella tiene ganas de sexo. Él, por supuesto, también. Ella quiere darse un baño. Pero él le aconseja una ducha, Ella: el baño me ayuda a relajarme. Él: el baño es un despilfarro de agua. Sin comerlo ni beberlo, la pareja se enzarza en una sarta de reproches. Y acaban escupiendo odio.

Lo sabe todo el mundo: cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana.

[En sus Manuscritos, Karl Marx afirma: «¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo no se afirma, sino que se niega: no se siente feliz, sino desgraciado: no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. […]

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer beber, engendrar […] y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal[3].]

No obstante, esta pareja ha sido despojada incluso de su función animal. Les han robado el sexo.

A los habitantes de los pisos inferiores ya les gustaría ser proletariado. Viven en lo más profundo, están a un paso de mudarse a las cloacas. Una pintora, un clarinetista. Dos putas, Nora y Julia. La atmósfera dramática da fe del punto de partida de Electricidio: la obra de Henrik Ibsen y August Strindberg. Ellos son musa y metamorfosis.

Y entre todo ese frío y la penumbra aparece la figura más inquietante: el casero, un vampiro que se cobra el alquiler en especias. No con favores sexuales, sino con la sangre de sus inquilinos. Este pequeño burgués simboliza el cordón umbilical que alimenta a los vecinos del ático. De hecho, el vampiro da más miedo que ellos. Como mínimo, está más cerca de nosotros.

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Electricidio puede verse en la Sala Ultramar de Valencia, de jueves a domingo a las 20 horas, hasta el 12 de febrero.

Autores/Intérpretes: Águeda Llorca, Antonio Espejo, Carmen Valera, Laura Pellicer, Marta Estal, Marta Santandreu, Miguel Pellicer, Omar Sánchez, Pablo Díaz del Río, Paola Navalón, Robert de la Fuente, Roberto Roig, Saoro Ferre, Víctor Fajardo, Wanda Bellanza.

Ayudante de dirección: Wanda Bellanza

Director: Paco Zarzoso


[1] Marín, Héctor: «Rosa, la anciana sin luz que murió por una vela», El Mundo, 20 de noviembre de 2016, http://www.elmundo.es/cronica/2016/11/20/58301585e5fdeafb748b4581.html

[3] Marx, Karl: Manuscritos, Ediciones Altaya, S.A., Barcelona 1993, páginas 112-113.

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