Una de las películas que componen la extensa y fructífera lista de producciones en las que se unieron los talentos de Akira Kurosawa en la dirección y de Toshiro Mifune en la interpretación fue Duelo Silencioso (Shizukanaru Kettô, 1949). Quizá su título fue una premonición en el sentido de que no es una de las que más ruido ha levantado ni es de las más recordadas, pero tengamos en cuenta que bucear en la filmografía de Kurosawa implica sortear un buen número de obras maestras, para poder así encontrarte con aquellas películas que sólo, nótese la ironía, alcanzan el notable o el sobresaliente.
Es el caso de Duelo Silencioso, ya que no nos encontramos ante una de las mejores obras del cineasta japonés ¿Y qué? Si sabemos a ciencia cierta que siempre nos regalará algún plano memorable, o nos cautivará con su elegancia a la hora de rodar, o Mifune nos cautivará con su enérgica forma de actuar, recordemos la influencia del kabuki. Así que lo mejor es acercarse sin prejuicios de ningún tipo hacia Duelo Silencioso, exceptuamos los positivos, para disfrutar de otro ejemplo de cine japonés, en esta ocasión, y de nuevo, centrado en la posguerra en Japón con todas sus devastadoras consecuencias.
El protagonista es Kyoji, un doctor de recta moral que lucha entre precarias condiciones por salvaguardar la salud de sus pacientes. Precisamente la escasez de medios, y la poca salubridad, es la que le jugará una mala pasada, ya que se produce un corte mientras atiende a un soldado, y éste le contagia la sífilis. A partir de entonces es cuando nos daremos cuenta a qué se refiere con el título de Duelo Silencioso, ya que Kyoji está comprometido con Misao, peor en el Japón de los años 40 su enfermedad es virtualmente incurable, y podría provocar graves daños en el feto cuando llegase el momento de concebir a su hijo. Ante tal dilema, Kyoji opta por no contarle nada a su esposa, temeroso de que no comprenda la situación y crea que su contagio llega por motivos de infidelidad y no por su trabajo en el ejército.
El sufrimiento se lleva en silencio y en el rostro de Mifune se refleja una tensión interna que transmite al espectador, Misao es, además, muy tradicionalista, y no entiende que Kyoji se haya echado hacia atrás en su decisión. Kyoji cuenta como único apoyo a su enfermera, Minegishi, que representa un Japón que mira hacia la modernidad, buscando una nueva oportunidad dejando a un lado su pasado, en el que había sido bailarina. Por último, para completar el cuadro, reaparece Susumu, el soldado que contagió a Kyoji, que vive despreocupado pese a su enfermedad y se la oculta a su esposa, recientemente embarazada.
La tensión va en aumenta, y el sentido del honor de Kyoji se verá más de una vez puesto a prueba, en un ejemplo del comedimiento que la sociedad japonesa aspira a representar. Sin embargo, Kurosawa amenaza siempre con ese punto en el que todo explota. No en vano, estamos hablando de Mifune, y sabemos que en algún momento soltará toda su rabia y nos ofrecerá otra interpretación rabiosa.