El Guerrero Americano – Ser de los USA es un plus

american_ninja-850860098-largeLlega el momento de regresar a uno de nuestros nichos fílmicos favoritos: el cine de cachas de los 80. Ya sabéis, hombre musculado nulamente expresivo que aporrea y/o acribilla a sus enemigos sin piedad por ser de los malos, todo esto bajo el manto de la era Reagan y todo el politiqueo de Hollywood a mayor gloria de la propaganda del estado. Lo de siempre, y es que ¿para qué arriesgarse con nuevas fórmulas si estas casi aseguraban beneficio económico?

Entre toda la jauría de cachimenes del momento, hubo uno que quedó bastante olvidado, tanto para los premios Oscar, obvio, como para los Razzies, no tan obvio, y es que el hombre pareció condenado desde sus inicios para una vida gris en el celuloide, empezando por su presencia en Tron. Que sí, que Michael Dudikoff, el invitado estrella de hoy, por allí andaba, por Tron, aunque casi nadie lo recuerde y realmente no importe.

La Cannon, esa gloriosa máquina de generar producciones chusqueras, pensó que no había nada más molón que los ninjas, esas máquinas sigilosas de matar. Pero claro, no todo podía ser perfecto y los ninjas tenían un defecto ¿Que cuál era? Pues hombre, ¡que eran japoneses, claro! A algún iluminado se le debió ocurrir que si existiese un ninja que fuese de la América de arriba ya sería la repanocha. La mezcla perfecta.

Con estas premisas comenzaron a parir El Guerrero Americano (American Ninja, 1985), perpetrada por Sam Firstenberg. Aunque lo de americano podríamos ponerlo en discusión ya que está muy cogido por pinzas. No me refiero a que Dudikoff tenga origen ruso, válgame el señor, sino que su personaje, Joe Armstrong, tiene un origen incierto. A ver, lo que ocurre es que aquí Dudikoff es una especie de Orzowei, tal cual, que aparece o brota en una isla del pacífico, donde además hay un soldado japonés apatrullando la isla sin saber que la guerra ya había terminado como varios años atrás. El japonés le coge cariño al Orzowei y le enseña a moverse por los árboles como si de un monicaco se tratase. Os juro que no se ve que le enseñe nada más en los flashbacks con los que nos obsequian. Pero se ve que en los tiempos muertos también le enseña artes marciales de las chungas y el Orzowei se convierte en una máquina de matar.

Después de eso llegan los americanos y se llevan de allí al Dudikoff y a su maestro, al primero lo llevan de psiquiátrico en psiquiátrico, y el segundo acaba como jardinero del malo de la película, que ya es hilar fino con el argumento de la película. Por el medio Dudikoff pierde la memoria, señal de que los americanos se lo llevaron de allí con el método del garrotazo y tentetieso.

Dudikoff se descarría, y para encauzarlo lo meten en el ejército, lógica americana, para que vaya cogiendo disciplina y nula capacidad expresiva, ya que inicialmente no dice ni mu. Acaba en una base militar perdida en Asia, y llega el momento de escoltar, junto a varios soldados, a la hija del jefe. En esto que aparecen los malos y quieren llevarse a la tipa y al cargamento. A Dudikoff le sienta mal el asunto y comienza a tortas, pero unos tiros perdidos matan a varios soldados americanos. Resultado: la tipa cae rendida a los encantos de Dudikoff y a él le quieren montar un consejo de guerra por liarla. Lo normal.

Claro, sus compañeros se enfadan… Los vivos, porque los muertos ya como que no… y le dan la espalda. En esto que aparece Curtis Jackson, al que todos conocemos como el negro de El Guerrero Americano, y le reta a un combate, recibiendo una sonora paliza. Eso sí, primero Dudikoff se resiste para que veamos lo pacífico que es. Después de esparcir feromonas Curtis y Dudikoff se hacen colegas de la muerte.

Entre medias conocemos más a los malos de la película, que resulta que tienen un ejército de ninjas y están preocupados por el Dudikoff. Porque claro, el Dudikoff también es ninja y aunque ellos sean ninjas… Dudikoff es americano así que tiene ventaja. Deciden que hay que terminar con él, fracasando rotundamente en cada intento.

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Lo más glorioso llega en la parte final, porque el Dudikoff ya anda infiltrado en territorio enemigo y se reencuentra con su maestro, que recordemos que estaba por allí trabajando de jardinero. En ese momento recuerda su pasado e inicialmente su maestro le ayuda a escapar, pero después, ya en medio de la batalla final, se toman un respiro y se lo lleva a una habitación. Allí el maestro le da una especie de máster de posgrado, y en dos minutos le dice cuatro frases que convierten a Dudikoff en más máquina de matar todavía. Ahora viste de negro, cojonudo para que los extras no canten demasiado cuando le sustituyan, y ya mata ninjas de los japoneses de tres en tres. Creo que no desvelo nada si digo que el maestro muere heroicamente ya que se desvela que tiene el poder de la teletransportación… y de la clarividencia, porque la secuencia es: el maestro hace cosas raras con las manos y desaparece, el malo más malo de todos, un japonés feo con una estrella en un pómulo, se toma su tiempo, apunta y lanza un kunai a Dudikoff, y entonces aparece el maestro delante y para el kunai con lo que viene a ser el corazón. Muerte al instante. Si tan clarividente era… haber aparecido al lado del japonés malo y de una colleja solventas la situación.

Error garrafal típico de malo de la película, vas y matas a la persona más querida por el prota. A partir de ese momento tu único destino es la tumba en un épico combate a muerte. Después de eso ya tenemos la famosa escena del helicóptero, que recomiendo verla sí o sí, en la que Dudikoff esquiva balas colgado del helicóptero y luego rescata a la chica y salta sobre una azotea… hinchable. Porque igual no se nota el pedazo colchón que pusieron para evitar desgracias.

Bueno, lo cierto es que la película tuvo su gracia, y eso propicio que apareciesen hasta cuatro secuelas, a cual más infame, en la que Dudikoff apareció en la segunda, faltó a la tercera, reapareció en la cuarta con un argumento que era para crucificar al guionista, y de la quinta ya no sabemos si no quiso saber nada o no quisieron saber nada de él.

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