Desde hace unos años que el mundo del baloncesto está viviendo una tónica peligrosa: parece que su historia, de casi un siglo, se haya reducido a la irrupción de los Golden State de los Splash Brothers. Dicha sensación tomó forma en los prolegómenos de uno de los partidos de la reciente final de la NBA, cuando Antoni Daimiel le preguntaba a Vince Carter si se podía considerar al equipo de La Bahía de San Francisco como el mejor de la historia. Al oír semejante afirmación teñida de pregunta, el rostro de Carter cobró un rictus de absoluta circunspección. Su respuesta se limitó a recordar a los Lakers de Magic Jonhson y los Chicago Bulls de Jordan. En el primer caso, hablamos de un equipo que ganó cinco anillos en la época de los Celtics de Larry Bird, los Sixers de Julius Erving, los Bab Boys, los Houston Rockets de Olajuwon y dos súper equipos como los Portland de Clyde Drexler y los Atlanta Hawks de Dominique Wilkins… Por supuesto, si ya enfocamos hacia otras épocas, hay un equipo que ganó once anillos en trece años: los Celtics de Bill Russell, un tipo que promediaba 20 puntos, 25 rebotes, 5 asistencias y unos 8 tapones por partido -esta última, estadística aproximada gracias a los medios de los años 60-. Otro dato: las diez veces que llegó a un séptimo partido de unos playoffs, su equipo siempre ganó.
Cuando Daimiel le espetó estas palabras a Carter, los Warriors señalados no contaban más que con un solitario anillo en su haber. En realidad, lo que le había impulsado a Daimiel -todo sea dicho, uno de los pocos comentaristas de hoy en día al que da gusto escuchar- estaba motivado por el record de victorias-derrotas cosechado por los Curry y compañía en los últimos tres años. Sin embargo, al proponer un razonamiento así, nos olvidamos que, al final, lo que cuentan son los títulos logrados. Medir la grandeza de un equipo por sus éxitos conseguidos a lo largo de la liga regular no deja de ser un mero indicativo de su potencial antes de la hora de la verdad: los playoffs. Y, a la hora de medir el carácter de un equipo, siempre pesará más haber sido el único equipo de la historial al que le han remontado un 3-1 a favor en una final que el haber batido en esa misma temporada el record de victorias en la liga regular. Triste pero cierto.
Si hablamos de dinastías baloncestísticas, no podemos hacerlo cuando el equipo en cuestión recibe un palo tan significativo en su temporada más gloriosa o que su líder espiritual, Stephen Curry, no haya logrado el MVP de las finales en ninguna de las tres que ha disputado. Su valor en los momentos determinantes de las finales siempre ha quedado ensombrecido por otros miembros de su equipo, ya sea Iguodala o el gran Kevin Durant. Precisamente, con este último ha gestado la alianza con más solera del baloncesto actual. El problema es cuando otra de las preguntas realizadas a Carter es si Curry y Durant son la mejor pareja de la historia del baloncesto… Si dentro de tres años ganan otros tres anillos, pues vale: podría haber debate. No obstante, lo que vuelve a relucir tras preguntas de esta índole es la sospecha de alimentar únicamente de presente a las renovadas audiencias baloncestísticas. Porque no debemos olvidar que un tal Magic Johnson hizo pareja con Kareem Abdul-Jabbar, y estamos hablando del mejor base de la historia y el tipo que más veces ha ganado el MVP. Otra que me viene a la mente es la de Jordan y Pippen, ganadores de seis anillos. Otra memorable fue la formada por Bob Cousy y Bill Russell. Y siguiendo la estela céltica, ¿quién no se acuerda de la conexión entre Larry Bird y Kevin McHale? Sin ir más lejos, jamás podrá ser olvidada la gestada entre Tim Duncan y Manu Ginobilli, ganadores de unos cuatro anillos juntos, amén de haberse clasificado siempre entre las últimas rondas de los playoffs. Y así durante 15 años. O la formada por John Stockton -el mejor asistente de la historia- y Karl Malone, el 4 por excelencia.
Sinceramente, los logros cosechados en un solo año por Durant y Curry son dignos de elogio. Y más todavía el inaudito juego coral cimentado en su equipo por Steve Kerr. Pero aún les queda mucho por demostrar para ser considerados como reyes de una dinastía, que aún no lo es. O como decía mi abuela: aún les quedan muchos huevos por comer. Que seguramente lograran tal objetivo, no lo pongo en duda. Pero para que algo así sea verdaderamente constatable, y que sus futuras hazañas tengan incluso más valor, lo primero es no obviar el pasado de este sagrado deporte, el cual no comenzó cuando Lebron James llegó a la NBA o Russell Westbrook se empecinó en anteponer el ego a explotar el potencial de su equipo. Pero ésa es otra historia que dejaremos aparcada hasta la próxima ocasión. Un último apunte: aprender del pasado siempre ha sido la mejor manera de entender el presente y saber hacia dónde nos lleva el futuro. No se trata de nostalgia, sino de hechos que ayudan a tener una panorámica más amplia de toda gesta o logro cosechado. Y la memoria del baloncesto es demasiado rica como para acotarla al siglo XXI… De todas a todas, un delito contra la gran historia de este bendito deporte.
Interesante y muy bien documentado artículo marcos, felicitaciones de verdad.