Desde luego, si hay un escritor que cumple todas las facetas requeridas para formar parte del club selecto de desheredados, ése es George Milburn. Amigo de botella de Jim Thompson, este autor sureño murió olvidado como un recuerdo pasado por un baño de aguarrás. Con el fin de ayudar a poner fin a tal injusticia, Sajalín editores se saca de la manga la traducción de “Un pueblo de Oklahoma”, su primer libro de cuentos, por el cual vivió su momento de mayor reconocimiento, allá por 1931. La cosecha de críticas entusiastas se prolongaron al año siguiente, por medio de la publicación de “No More Trumpets” (1932). Y de ahí, al vacío más absoluto. Tras pasar del formato cuento a la novela, Milburn fue sacrificado por una crítica que lo llevó a un estado de depresión, que acabó por convertirlo en oficinista del departamento de tráfico de Nueva York.
Mucho antes de caer en desgracia, Milburn se había escapado con 17 años de Coweta, Oklahoma, un pueblo que, como bien reza el guiño a una de las grandes novelas de Jim Thompson, estaba habitado por 1.300 almas, de las que Milburn había escuchado las historias más duras, increíbles y grotescas sobre la condición humana. No hay mejor relato que el inspirado por el oído fino de un autor que se inmiscuye en el hábitat natural de su entorno. Así como Rafael Azcona se servía de sus viajes en bus para dicha empresa, Milburn lo hacía a pie de bar o en los escalones de las casas donde los más viejos del lugar contaban las historias más míticas del pueblo. Dicha tradición oral la recogió Milburn con mimo especial y la plasmó en los más de treinta relatos cortos que integran tan sustanciosas 180 páginas.
Tres son los pilares que hacen girar las vidas de los lugareños que transitan este libro: fanatismo, ignorancia y racismo. No hay más que entrar en barrena con “El defiendenegros”, el brutal cuento con el que da comienzo esta incursión hasta las entrañas del alma sureña y su ajada visión del mundo. Los personajes del elenco aquí recogido van saltando de cuento en cuento, al mismo tiempo que Milburn hace acopio de su epatante sencillez para describir personajes y escenas. Pero lo más importante, dejar la verdad desnuda de moralinas y demás excusas que perviertan los valores de mostrar un hecho donde realidad y ficción siempre van en función de la primera. Ni que decir tiene que esta lectura contiene el sabor inconfundible de los libros iniciáticos, del alma que se entrega al mundo con todos sus horrores e intenta sobrevivirlos a través de la más duras de las comprensiones. Donde lo entrañable resulta engañoso y la dureza de los actos esconden seres cuya humanidad ha quedado soterrada bajo la claudicación al entorno que los rodea, “Un pueblo de Oklahoma” triunfa como una experiencia devastadora y real como la vida misma, la de unos seres que de tan reales parecen haber sido inventados. Memorable.