Los valores del MVP (I)

No cabe duda de que vivimos en unos tiempos donde las estadísticas son (casi) la única vara que mide y otorga a la hora de dar elogios y premios. Uno de los problemas de esta medida de mirada miope es cómo ha influenciado en la NBA, al menos en solistas que ahora se disfrazan bajo números engañosos de “jugadores de equipo”. Los dos casos más elocuentes son los de James Harden y Russel Westbrook; a la postre, los dos baloncestistas que salieron favoritos a la hora de llevarse el MVP de esta última temporada. Vamos a ver, da la impresión de que este premio se ha desvirtuado totalmente, echando por la borda su verdadero significado: el jugador más valioso de la temporada dentro de su equipo. Y de esto se sobreentiende que el ganador del mismo consiga explotar las virtudes de sus compañeros de equipo. Sólo así es posible que durante dos temporadas consecutivas Steve Nash se llevara tal premio promediando 18 puntos, 11 asistencias y tirando únicamente 11 tiros de campo por partido. Bajo la mano de Nash, Phoenix Suns pasó de ser un equipo que no se clasificaba para los playoffs a llegar a las finales de conferencia en dos ocasiones. Pero lo más importante, se definieron como un equipo poseedor de un juego coral en el que todos sus integrantes sembraron las mejores etapas de sus respectivas carreras. Y no hablo únicamente de la bestia de Amar’e Stoudamire, sino también de un tal Leandro Barbosa, Raja Bell o Shawn Marion. Bajo la batuta de Nash, aquellos Phoenix llegaron en varias ocasiones a las 60 victorias en liga regular, aunque este dato no sirva más que para hacernos una idea del cambio de rol ocasionado por Nash en la segunda mitad de la década pasada.

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Nash, mandando y ordenando. ¿Os acordáis?

Tal como están los intereses y el marketing de la NBA se hace imposible pensar en alguien como Chris Paul como posible candidato al MVP. Y me refiero a Paul como quien dice cualquier clase de jugador que, realmente, explote los puntos fuertes de los jugadores que bailan con él sobre la pista. El caso más significativo es el porqué de que Russel Westbrook se haya llevado el dichoso premio este año. Empezando por sus estadísticas, su promedio de puntos, rebotes, asistencias y demás resulta espectacular. Tampoco se puede negar su privilegiado físico, el más atlético de la liga. No hay nadie más rápido ni potente que él. Sin embargo, mirando en profundidad, salta a la vista que se trata del jugador que más veces ha tirado a canasta de toda la temporada, cuando no es un tirador fiable. No hay más que fijarse en su técnica de tiro y compararla con la de Durant o la de su nuevo compañero, Paul George; parecen de ligas diferentes… Hubo algún partido de este año -y eso también está constatado- en el que Westbrook tiró más que el resto de su equipo. En partidos de esta clase, los Oklahoma City Thunder siempre perdieron. Ahí relucen negativamente su 42% en tiros de dos y su 34% en tiros de tres, cuando hablamos de un penetrador nato con un porcentaje muy alto a la hora de entrar a canasta. Lo que quiere decir que sufre el síndrome “Lebron James”: ser una absoluta nulidad tirando a más de 3 metros de canasta. Recordemos que en la temporada 2015-2016, James hizo los peores porcentajes de la liga en dicha modalidad.

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Westbrook, la ansiedad del ególatra.

La cuestión con Westbrook es que estamos hablando de un base. Cierto que el baloncesto está cambiando, que ya quedan pocos pivots dominadores en la pintura, pero nos encontramos ante un peligro aún más terrorífico: la prominencia del base solista. Una herencia legada por un tal Allen Iverson, epítome del jugador de talento indiscutible, pero cuya primera mirada al comenzar la jugada nunca tenía el fin de encontrar una línea de pase, sino la de buscar una penetración o hacerse un hueco para tirar. Total, si fallaba, que Mutombo se rompiera la espalda para coger el rebote ofensivo, y a volver empezar…  A diferencia de Iverson, Westbrook sí es un jugador con dotes defensivas, pero no es alguien que sepa contagiar su intensidad al resto del equipo. En un año en el que Westbrook se encontraba ante la tesitura de ser el único jugador franquicia de Oklahoma, lo que ha hecho ha sido ponerse la capa y ofrecernos una temporada dictaminada por su nociva concepción del “yo contra el mundo”. Mucho se ha dicho de que no tenía más opción que ésta para justificar tal empresa. No obstante, yo me pregunto si jugadores como Oladipo, Adams o Kanter son cojos. Puede que Oklahoma no contara este año con suficiente potencial para asaltar el título, pero sí que Westbrook tenía una oportunidad de oro para reivindicarse como un gran líder, por ejemplo, capaz de hacer de Adams uno de los mejores pivots de la liga -a ver cuántos tienen la visión de juego del gigante neozelandés, sólo Marc Gasol- o de transmitir la confianza suficiente a nuevos soldados como Sabonis y Abrines. Sin embargo, ha preferido ser  un general sin ejército. Llegados a este punto, recuerdo escenas tan patéticas como a Adams apartándose en varios partidos para que Westbrook pudiera coger rebotes y así alimentar sus tan engañosas estadísticas. Tampoco olvidemos su lamentable record de balones perdidos, estadística que invalida por completo su excelente promedio de balones recuperados. Otro caso mas sangrante son sus 10 asistencias por partido. Siendo el jugador que tiene más tiempo el balón entre sus manos de toda la liga, lo normal es que su promedio fuera mayor. Porque claro, no tiene el mismo valor una asistencia cortando la zona hacia el lado ciego -tipo Ginobili o Chris Paul- que pasar hacia atrás para que alguien tire sin más, y eso después de estar veinte segundos amasando el balón en la búsqueda de una penetración limpia. Lo más rotundo de esta realidad es que, llegando a promediar 10 asistencias por partido, su equipo es uno de los que menos ha dado, cuando por sus números debería haber sido al revés…

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Carlos Jiménez, el rey de los intangibles y el sacrificio.

 Lo que vivimos este año con Westbrook fue el epítome del equipo que está en función de un jugador, y no al revés. Los resultados están ahí: eliminados en primera ronda por 4-1. De paliza. Y eso nunca antes le había sucedido al equipo del MVP. Por el bien de no tener que seguir sufriendo a jugadores con tal ansia de engordar sus estadísticas a costa del equipo, recemos porque esta tendencia al aplauso por el solista ególatra varíe, aunque sea un poco, y se desplace hacia obreros nacidos para sacrificarse por sus compañeros, tal como Kalinic, Udoh, Beirán y todos los que se han empapado de reyes de los “intangibles” como el gran Carlos Jiménez. Porque en Europa también hay mucha tela que cortar… Pero eso ya es otra historia que bien se merece un nuevo capítulo aparte.

2 comentarios en «Los valores del MVP (I)»

  1. No puedo estar más de acuerdo. Kevin McHale, que de esto creo que sabe bastante, hablaba en el imprescindible documental «Magic & Bird: A Courtship of Rivals» del dominio absoluto de los partidos que tenían estos dos monstruos sin tener apenas necesidad de anotar. Sólo cuando el equipo lo necesitaba salían al rescate con puntos vitales. Más recientemente, el propio McHale ha dicho que James Harden, un tío que ha estado rondando el MVP, no es un líder, que todos miran al suelo del vestuario de los Rockets cuando éste les conmina a ser más duros en defensa, si es que directamente no se reían por lo bajini. De Westbrook ni me molesto en hablar porque odio con toda mi alma a los chupones. El baloncesto es un deporte de equipo y hasta toscos leñadores como Kurt Rambis recibieron el respeto que merecía su ingrata labor por parte de las estrellas de sus equipos. Ahora un Westbrook de turno ningunea al resto de su equipo y lo nombran MVP.

  2. Sin duda alguna, es terrible el mal que le están haciendo tipos como Harden y Westbrook a las nuevas generaciones del baloncesto. No sabes el alivio que significa encontrarme a más gente que piensa como yo y que también piensa que Westbrook no es el mejor jugador de la historia… ejem, por no partirme la caja de risa.

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