En plena fiebre por el cine de cachas de la década de los 80, ya casi entrando en los 90, mientras las películas más taquilleras solían estar copadas por Schwarzenegger y Stallone, los mismos que además garantizaban un gran rendimiento cuando sus películas llegaban a los videoclubs y eran de las más difíciles de encontrar disponibles. Pues en esa época de dominio absoluto de la testosterona y el esteroide, llegó la 2 de TVE y un sábado por la mañana metió el dedo en la llaga de uno de estos dos héroes de acción.
El agravio no lo sufrió Stallone, porque ello supondría emitir cine pornográfico en la cadena pública, mejor ni recordar sus inicios como actor, sino que fue Schwarzenegger quien destapó sus inicios cinematográficos para el público español. Hasta entonces sabíamos que aquel austriaco cuyo apellido solía ocupar más espacio que los títulos de sus películas, ver si no la portada de Comando (Commando, 1985) de Mark L. Lester, había sido Mister Olimpia no sé cuántas veces seguidas, y que de ahí fue fichado para el cine por algún visionario que vio en aquella masa de músculos un proyecto de actor; y digo visionario porque contemplando sus primeras actuaciones costaba pensar que aquel hombre sería capaz de articular más de cuatro palabras seguidas sin ayuda de doblador. Porque doblador fue lo que necesitó para que la gente pudiese entender lo que Arnie nos decía en la película que hoy nos ocupa y que La 2 nos descubrió hace tantos años: Hércules en Nueva York (Hercules in New York, 1969) de Arthur Allan Seidelman. El actor de marcadísimo acento austríaco de Arnie y escasa habilidad para mover las mandíbulas acompasadamente, algo que mejoró mucho con el tiempo, por suerte, pasó aquel día a una nueva dimensión. Aquel bodrio infumable se convirtió casi al instante en una película de culto, algo a lo que contribuyó que conseguirla en formato físico fuese prácticamente imposible.
Pues bien, no sólo el acento austríaco de Arnie fue considerado inapropiado, lo mismo sucedió con su apellido, ya que a la tercera vez que el productor casi se atraganta por intentar pronunciarlo, se decidió que usaría el brillante pseudónimo de Arnold Strong, por razones obvias. La verdad es que el nombre le venía como anillo al dedo, sobre todo en esta película porque veremos que a Arnie lo usaban sólo para lucir cuerpo. Pobre.
Si al llegar a este punto ya has decidido que si te atreves a verla será en versión doblada ¡Cuidado! Porque el doblaje castellano es también infame y convierte la sincronización labial en una entelequia. Pero una vez dado el paso de empezar a verla sea como sea, ojo que estás advertido y no hay vuelta atrás, lo primero que vemos es un monte Olimpo hecho a base de ladrillo visto, literal, y unos jardines donde unas señoras con vestidos vaporosos saltan y bailan cual cabra montesa. Ahí veremos un trágico conflicto paterno-filial, porque el pobre Hércules quiere ir a darse un garbeo por la Tierra y Zeus le dice que naranjas de la China, que él se queda por allí dando saltitos como el resto. Todo esto representado en un diálogo de 20 segundos ¿para qué más? Porque después de darse un paseo por los alrededores vuelven a tener la misma discusión con el mismo final, pero acompañado de un trueno de los de Zeus… que es un cacho de plastico.
Total, que Hércules, muy rebelde él, acaba largándose de aquel antro y se va para la Tierra, lugar que le atrae incomprensiblemente porque realmente no tiene ni zorra idea de cómo es ni de quién vive allí. Ojo, advertidos estáis porque a partir de aquí os van a repetir continuamente el chiste de “soy Hércules y esta gente es muy rara porque no va en cuadriga” y derivados. No tiene gracia la primera vez, menos la tiene a la cuadragésimo octava. Pero Hércules no hace sólo eso, sino que también muestra sus pectorales mientras los mueve acompasadamente, convirtiéndose en el primer hombre de la historia con más movilidad en las tetas que en la boca.
Como era de esperar, no tardan en aparecer las primeras peleas gratuitas para mayor gloria de Hércules, quien reparte mamporros al más puro estilo Bud Spencer. Precisamente en la primera pelea aparecerá ese factor determinante que estamos esperando desde el primer segundo: el amigo gracioso, que como suele ocurrir es quien menos gracia tiene en este disparate. Como ya tenemos el pack completo de forzudo + gilipuertas pueden comenzar sus aventuras que les llevan hasta un campo de entrenamiento donde Hércules batirá todos los récords mundiales de atletismo casi al mismo tiempo, siempre después de quitarse la camiseta y volver a menear los pectorales. La ortopédica exhibición, en la que se nota que al hombre le cuesta moverse con rapidez, no pasa inadvertida para dos personas, una de ellas la chica guapa que era la que nos faltaba para el duro.
La cita entre la chica y Hércules nos trae momentos gloriosos, uno sería el rocoso cortejo de Arnie y los esfuerzos del director por hacerle pasar por un atractivo galán, el otro sería el inefable combate contra el oso. Porque sí, porque le da la gana al guionista, del zoo se escapa un “oso”, valiente excusa para que Arnie se vuelva a lucir en un encarnizado combate contra el “oso”, o el hombre disfrazado de oso más bien, que despierta menos emoción que una carrera de caracoles. Mientras Hércules sigue enseñando las tetas, a Zeus se le acaba la paciencia y comienza a enviar a acólitos para traerse a su hijo de vuelta. Entre divinidad y divinidad, Hércules es retado a competir en levantamiento de pesas contra otro forzudo, y el que más esfuerzo realiza no son ellos levantándolas, sino el locutor aguantándose la risa cuando anuncia que van a levantar 225kg., porque se nota que más que kilos son gramos y al fulano lo que más le cuesta es mantenerlas quietas porque se mueven hasta con la corriente de aire. Poco más que contar, sólo que Hércules traicionado y pierde su fuerza de semidiós, pero finalmente cuenta con la ayuda de Atlas y Samsón… Samsón… ¿Samsón en el Olimpo? Pues sí, no sabemos si es que estaba despistado el hombre, pero por allí resoplaba.
Por supuesto, todo termina bien y Hércules es perdonado por Zeus y regresa al Olimpo, no sin antes decirle a su amigo chistoso que siempre que piense en Hércules, él estará en su corazón. Qué bonito es el amor.
En resumen: actuaciones horrorosas, guión infumable, música desquiciante e inoportuna… todos los ingredientes necesarios para estar ante una película de culto. ¡Viva Arnold Strong!