El paso de la niñez a la adolescencia, una serie de bruscos cambios tantas veces representados en la gran pantalla siempre como una explosión de hormonas alteradas, pero seguramente jamás con tanta violencia gráfica como lo ha hecho la debutante Julia Ducournau en Crudo (Grave, 2016). Quizá para algunos con demasiada, tal y como atestiguan las ambulancias que fueron necesarias en su estreno en Toronto para atender a un par de espectadores que se desmayaron durante su visionado. La publicidad le vino bien a la película, pero como la misma directora reconoce no es para tanto y cosas mucho peores se han visto sin provocar tanto revuelo.
Volviendo al tema de la adolescencia y su tratamiento en Crudo, esa época jamás se había representado mediante el paso de pasar de vegetariano a carnívoro… o caníbal. Justine, una joven modélica de comportamiento intachable, elevadas notas y una estricta vegetariana inculcada por sus padres, está a punto de comenzar su carrera universitaria en Veterinaria. Allí está también su hermana mayor, Alexia, con la que espera tener más tiempo para estar juntas. Sin embargo, en su camino se cruza la vida en el campus y, sobre todo, las novatadas, consistiendo una de esos rituales de aceptación en comer un riñón de conejo. Justine inicialmente se niega, fielmente anclada a sus creencias, pero es en ese momento cuando descubre que su hermana Alexia ha emprendido su propio camino y ha abandonado sus costumbres vegetarianas. Entonces surge uno de los miedos más repetidos en los adolescentes: el miedo a no ser aceptado, a ser distinto al resto y ser marginado por ello. Un miedo fuerte, tanto como para tambalear tus creencias y costumbres más arraigadas e incluso a hacerte dudar de ti mismo.
Ese será para Justine su primer contacto con la carne, lo cual provocará un brusco cambio en su interior y dentro de ella crecerá un hambre insaciable. Un vuelco hormonal, un cambio que nos hará ver que Justine es como un tigre domado que acaba de romper sus cadenas y comenzará a desenfrenarse. Realmente, algo que muchos adolescentes ya han hecho antes que ella, pero en este caso lo novedoso es el medio y la representación del cambio. Escenas truculentas, con sentido pero truculentas, en las que la directora no nos priva de ninguna imagen para ser testigos de la transformación de la virginal Justine en lo más parecido a un animal sediento de sangre.
Ese primer trozo de carne representa la barrera que se rompe y tras la cual se encuentra el nuevo mundo de Justine, desenfrenado y exagerado casi hasta la locura y hasta el punto de parecer que su propia vida se rompe. Pero ni su propia conciencia parece capaz de frenarla o de al menos encontrar una salida a su espiral de cambios. Al contrario, su nueva condición y el abandono de su candidez parecen acercarla de nuevo a su hermana, algo que le satisface, pero quizá este acercamiento sea demasiado para ella.
Tanto su directora, Julia Ducournau, como su protagonista, Garance Marillier, son dos de las sorpresas más agradables de los últimos años. Necesitamos más trabajos suyos para que corroboren lo que aquí apuntan, pero al menos de momento ya han dejado el listón muy alto.