Por el más que justificado motivo del estallido de la II Guerra Mundial, el francés René Clair emigraba a los Estados Unidos prosiguiendo allí su carrera como director de cine. Fueron sólo cuatro películas, ya que su exilio fue temporal, pero al mismo tiempo fueron fructíferas dejando buenas muestras de su arte como Diez Negritos (And Then There Were None, 1945) o la que hoy nos ocupa: Me Casé con una Bruja (I Married a Witch, 1942).
Basada en la novela The Passionate Witch de Thorne Smith y Norman Matson, adaptada por el propio René Clair junto a Robert Pirosh, Marc Connelly y André Rigaud, Me Casé con una Bruja es una simpática comedia con unos ligeros tintes de terror. Su inicio es casi digno de una película de los Monty Python, con un epílogo situado en la archiconocida Salem, ¿qué mejor sitio para una historia de brujas?, donde padre e hija son sentenciados por brujería en un juicio sumarísimo con vendedor de maíz entre el público incluido, como si de un partido de la NBA se tratase. Antes de ser quemada, la hija, Jennifer interpretada por Veronica Lake, lanza una maldición a su delator, Jonathan interpretado por Fredic March, condenándole a él y a toda su descendencia a que todas sus relaciones amorosas terminarían en un sonoro fracaso. Durante generaciones, y en situaciones a cada cual más hilarante, vemos como la maldición se cumple y todos y cada uno de los descendientes de Jonathan termina fracasando en sus relaciones.
Mientras, el alma de Jennifer y su padre, Daniel interpretado por Cecil Kallaway, quedan encerrados en un roble, hasta que en 1942 un rayo parte el árbol y libera ambas almas. Lo siguiente es fácilmente adivinable, y es que Jennifer se encuentra con Wallace Woodley, descendiente de Jonathan, y se enamora. Curiosamente es también la forma de acabar con la maldición de la familia Woodley, pero éste está comprometido y la situación se complica.
Comedia de enredos, claro está, es lo que nos ofrece pero con situaciones muy bien traidas. Un relato sin complicaciones pero con mucho ingenio, alternando pequeñas ironías con otros toques de humor, digamos, más evidentes y visuales. Al mismo tiempo, trata temas como las relaciones paternofiliales, las relaciones de pareja, la infidelidad… y todo con un humor, como digo, bastante blanco pero al mismo tiempo el que podríamos esperar en 1942.
También destaca mucho la música, ligera y divertida, que acompaña perfectamente a esta recomendable película, ideal para pasar un rato divertido sin muchas pretensiones.