«La génesis de la idea fue una película alemana muy barata y de tercera clase [Fanfares of Love, 1932], en la que dos tipos que necesitan trabajo se pintan la cara de negro para entrar en una banda… y se visten de mujeres para entrar en un conjunto femenino. Pero de aquella película tan terrible no aprovechamos nada más«, señalaba Billy Wilder en sus conversaciones con Cameron Crowe[1].
A partir de esta película terrible y delirante, Wilder y el guionista I.A.L. Diamond empezaron a desarrollar la historia de Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot, 1959), cuyo título original fue Not Tonight, Josephine (Esta noche no, Josephine). Tanto Wilder como Diamond sabían que tenían algo bueno entre manos, aunque no se imaginaban que el proyecto culminaría en una de las comedias de enredo más divertidas de la historia. De hecho, el célebre productor David O. Selznick se escandalizó al conocer el argumento del filme en boca del director austriaco: «Le dije que era una comedia situada en los años veinte, en la época de la prohibición, basada en la matanza del día de San Valentín. Exclamó: «¡Dios mío! ¿No estarás haciendo una comedia con asesinatos? Te crucificarán. ¡Se saldrán del cine a manadas!«. Wilder, simplemente, le contestó: «Voy a arriesgarme un poco«[2].
Vaya si lo hizo. Wilder y Diamond se embarcan en una película de época de la que toman prestado un hecho histórico como punto de partida: Botines Colombo -Al Capone en la realidad- mandó asesinar a siete hombres en un garaje de los bajos fondos de Chicago. Una jugada poco inteligente, que hizo saltar a la mafia a los titulares nacionales e internacionales. La opinión pública en contra, la poli pisándole los talones. Y Botines en el punto de mira de sus semejantes, los señores mafiosos.
Sin embargo, el mayor riesgo no era hacer una comedia con asesinatos, como pensó Selznick, sino realizar una comedia absolutamente feminista.
Wilder y Diamond tenían el punto de partida. Únicamente hacía falta introducir a los protagonistas. Dos músicos, Joe (Tony Curtis) y Jerry (Jack Lemmon), dos músicos son testigos de la masacre del día de San Valentín. Esta primera situación empuja a los protagonistas a la huida, o lo que es lo mismo, a la acción. Pues los mafiosos los han descubierto. Pese a que en un primer momento han conseguido escapar, tienen a toda la mafia de Chicago buscándoles. Es entonces cuando surge la oportunidad de incorporarse a una orquesta de mujeres llamada «Sweet Sue y sus muchachas sincopadas», que se va de gira por Miami. Decidido. Se caracterizan como mujeres y aceptan el trabajo. Es el escondite perfecto. Allí nadie los buscará.
La comedia de enredos es una de las especialidades de Wilder. En sus películas aparecen personajes a quienes las circunstancias les obligan a un cambio de papeles. Ya sea en Irma, la dulce (Irma, la Douce 1963) -Nestor Patou cambia de nacionalidad y de clase social, pasando de ser un humilde gendarme francés a un acaudalado lord británico- , Bésame, tonto (Kiss Me Stupid, 1964) –donde presenciamos un intercambio de parejas-, o Fedora (1978) -¿quién es quién?-. El cambio más drástico es el de la película que nos ocupa. Joe y Jerry pasan de ser hombres a ser Josephine y Dafne. Hecho que desde el principio les genera un conflicto.
Con faldas y a lo loco es un precedente -en más de un sentido- de Tootsie (1982) de Sydney Pollack, que aborda la historia de un actor en paro al que no le queda más remedio que hacerse pasar por mujer para conseguir un empleo. Billy Wilder recuerda: «Hubo una entrevista en The New York Times con Pollack, en la que decía: «He desarrollado una cosa prácticamente nueva. Cuando Dustin Hoffman decide convertirse en mujer, no hicimos eso tan aburrido de que vaya a buscar un vestido, pruebe con un peinado y, poco a poco, se convierta en Tootsie. […] Me limité a cortar y allí aparecía Tootsie«. No obstante, Wilder había hecho exactamente lo mismo dos décadas antes. «Lo hice hace años. Cuando Tony Curtis dice por teléfono, ya imitando una voz de mujer, que ella y su amiga están disponibles para la fecha de la gira… Cortamos y, en el siguiente plano, los vemos vestidos de mujeres. Los dos hombres deciden marcharse con la orquesta de señoritas. […] Omitimos de donde habían sacado los vestidos; de una amiguita que no se lo hubiera puesto, lo que fuera. Simplemente hicimos un corte limpio y, gran carcajada, les vemos a los dos vestidos de mujeres, caminando por el andén«[3].
En efecto, ésta es una de las escenas más divertidas de todo el filme. Joe y Jerry caracterizados de Josephine y Dafne. Plano de sus piernas cubiertas tan sólo por unas delicadas medias. Qué andares. Qué piernas. ¡Lemmon es patizambo! Realmente desternillante. Ambos intentan meterse en el papel. Como si no pasase nada, como si fueran mujeres de verdad. Pero Jerry tropieza.
JERRY
¿Cómo pueden andar con estas cosas? ¿Cómo pueden mantener el equilibrio?
JOE
Debe ser según la distribución del peso. Vamos.
JERRY
Y esta ropa tan ligera. Deben de constiparse muy a menudo.
JOE
Deja ya los comentarios. Vamos a perder el tren.
JERRY
Me siento desnudo. Creo que todo el mundo me está mirando.
JOE
¿Con esas piernas? Estás loco.
En esta escena nos encontramos frente a una (re)presentación de los personajes. Joe y Jerry ya no son los músicos en apuros, sino dos un contra y un bajo disfrazados de mujer. A pesar de ello, los roles no se han invertido todavía. Aunque travestidos, los dos músicos siguen siendo hombres. Además, Jerry no se ve capaz de fingir que es una mujer. «Te digo que son diferentes de nosotros«, le increpa a Joe. «¿De qué tienes miedo? Nadie te va a cortejar«, le contesta su amigo. En eso Joe se equivocaba. Nada más llegar al hotel de Miami un millonario entrado en años aborda a Dafne. El genial Joe E. Brown interpreta a este fantástico moscón que no duda en propasarse cuando la ocasión así se lo brinda.
En menos que canta un gallo, Jerry pasa de ser un hombre que fija su mirada instintivamente en el motorcito que tiene por trasero Sugar Kane Kowalczyk (Marilyn Monroe), a ser una mujer ofendida en el ascensor. Ahí empieza el proceso de transformación de Jerry en Dafne. En mujer. Cuando siente en sus propias carnes lo que es un inesperado y no deseado apretón en el culo. Entra en la habitación que comparte con Joe/Josephine indignada. «¡¿Cómo se atreve?!«.
La genialidad del tándem Wilder/Diamond reside en la increíble sutileza y naturalidad de su feminismo. Ya sea en la fiesta de pijamas en el compartimento de Dafne, una escena maravillosa que refleja a la perfección esos momentos de diversión y despiporre entre amigas. O en la vuelta de tuerca, al hacer que sea Sugar quien seduzca al joven millonario y no al revés. En palabras de Billy Wilder: «La idea era que Curtis invita a Monroe al barco de Mr. Shell. Todo está preparado, están solos. Va a haber sexo, ¿verdad? Me desperté a mitad de la noche pensando, no señor, es lo que todo el mundo espera. Lo que vamos a hacer es (le brillan los ojos) ¡que finja ser impotente! Es ella quien sugiere acostarse con él. Y se lo tira«[4].
A lo largo del filme los dos protagonistas cambian sus puntos de vista acerca de las mujeres. Joe, el eterno galán que tan pronto seduce a las chicas, como se olvida de ellas y las abandona sin el menor atisbo de arrepentimiento, se da cuenta por fin del daño que ha ocasionado a Sugar y a tantas otras, al dejarlas tiradas como una colilla. Al verla entrar en su habitación, como una autómata, buscando algo de bebida, siente su dolor como propio. Y, de pronto, su actitud cambia.
El feminismo de la película llega a su cénit en el momento en que para Jerry el ser mujer no supone ningún conflicto, simplemente porque ya es una mujer. No en el sentido estricto, sino en un plano mental, de conciencia. Cuando Joe regresa al amanecer a su habitación, se encuentra con su compañero vestido aún de mujer. Jerry/Dafne baila, tararea un tango. Toca las maracas, recordando la noche tan emocionante que acaba de acontecer. Está exultante y le confiesa que se ha prometido. Joe le pregunta quién es la afortunada. A lo que Dafne le contesta que Osgood, el millonario. ¡¿Cómo?! Joe no da crédito. El cambio en su identidad sexual y personal, que Jerry creía imposible, se ha producido de manera natural, espontánea. Y ha sido recibida por él de buen grado. Hasta el punto que cuando Joe le hace entrar en razón con las palabras «convéncete de que eres un hombre. Eres un Hombre» Dafne no puede más que lamentarse: «Soy un hombre, qué desgracia la mía«.
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[1] Crowe, Cameron: Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, Madrid 2002, página 172.
[2] Ibídem, página 173.
[3] Ibídem, página 233.
[4] Ibídem, página 59.