Miles Davis. «On the Corner», gran oda al ritmo (IV)

APOCALIPSIS FUNK

 On the Corner reflejó la forma de “visionar” el ostinato con las mínimas notas que el bajista, Michael Henderson, toca repetidamente a lo largo de los 25 minutos que dura la primera cara del disco. Henderson avanza como un nadador en línea recta buscando la ola buena dentro de un mar atestado de instrumentos de texturas chocantes, generadas por riadas de sitares, tablas y los tres teclados eléctricos. El espacio es mínimo; los desarrollos melódicos, inexistentes.

Uno de los instrumentos que resuenan en este disco es la tabla de Badal Roy, que abre una nueva dirección geográfica dentro del mapamundi sonoro perfilado. La introducción de las tablas de Roy entre la vorágine de distorsión eléctrica marca una tempestuosa descontextualización del raga-rock.

John McLaughing: “[A Miles] le presenté a Badal Roy, el músico de tablas con el que  nos hicimos, porque aportaba otro color. También introdujo al músico de sitar Khalil Balakrishna. Tanto uno como el otro, aportaron elementos diferentes. Quiero decir, hablando de música de fusión, Miles estaba muy por delante de todos los demás”[1].

Pero el efecto de las tablas de Roy en el sonido difería de la exposición oceánica que preponderaba en Bitches Brew. Junto al Fun House de los Stooges, Bitches Brew había significado la entrada más reveladora en los años setenta. A su manera, tanto el álbum de los Stooges como el de Miles capturaban la sensación apocalíptica desprendida tras la muerte del verano del amor que los mismos Beatles ya habían asestado en 1968 con su White Album, certificado en los trágicos hechos derivados de su canción ‘Piggies’[2].

Ya en 1968, se consumó la vuelta a las raíces desde Estados Unidos. Los Byrds inventaban el country-rock en Sweetheart of the Rodeo Columbia, (1968) y The Band reclamaban el concepto de la América ancestral entre escenas dignas de leñadores sureños. Pero quienes marcaron la línea divisoria fueron la Creedance Clearwater Revival, empalmando en el 69 tres clásicos consecutivos del southern rock, con Willy and the Poor Boys (Fantasy, 1969) como cierre modélico.

Antes de que naciese la leyenda de la familia Manson y que la Creedence recondujera las audiencias hacia las sagradas escrituras de la liturgia country, los Stones se hacían más fuertes, arrogantes y salvajes. Los disfraces, a paseo. No había otra opción para unos Stones que desde el Timefueron descritos como “los juerguistas más subversivos de Inglaterra desde la banda de Fagin en ‘Oliver Twist’ […]. De acuerdo con un estado de ánimo muy extendido en el mundo del pop, en su momento, Beggars Banquet (Decca, 1968) fue descrito como unregreso a la vitalidad primaria del R&B negro y a la auténtica sencillez de la música country”. Mientras desde el otro lado del charco, en pleno 1972, Lester Bangs los recordaba como “básicamente, gamberros callejeros de clase baja que solían salir y confundirse en el viernes por la noche, aunque puede que no fuera del todo cierto, no hasta ‘Street Fighting Man’, donde se tomaron la molestia de jugar su papel de la manera más pública posible. Y mejor todavía: habían llegado justo en el momento del novedoso contexto de la revolución. Casi no se les puede culpar por no seguir por la vía política, ya que, al igual que Dylan y la mayoría de los otros gigantes de este negocio, básicamente, están involucrados en la búsqueda de unos papeles, jugar con ellos y proyectarlos, para después pasar a otros nuevos. Pero, al menos, ellos nunca lo han pretendido, no como Lennon lo hace hoy en día. Ellos están haciendo algo más que eso. Hoy en día, escuchar ‘Midnight Rambler’ todavía me provoca escalofríos, pero apenas puedo imaginarme que Mick Jagger se crea a sí mismo como ‘un orgulloso Pantera Negra”.

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Los Stones se movían a un nivel teórico perfectamente representado por las palabras del cineasta maoista Jean-Luc Godard, que fue el ojo que grabó el excelso documental “Sympathy for the Devil”: “Sólo hay una manera de ser un intelectual revolucionario, y es renunciar a ser un intelectual”Y desde esta postura, Jagger se inspiró en la literatura rusa de fines del XIX para avisar de la llegada del demonio a un mundo agitado entre las revueltas del Mayo Francés en 1968 y la misma Guerra de Vietnam. Exaltados por una lluvia atronadora de percusiones africanas, los Stones celebran el caos mientras se personifican como el Diablo, la cabeza reconocible de la revolución. El rock en sí mismo. La tensión, el ritmo, la intensidad y el Delta del Misisipi. Los cuatro vértices de la plantilla stoniana jamás habían sonado de manera tan hiriente e inspiradora. Como en ‘Street Fighting Man’, en la que Charlie Watts deja su impronta mediante una cadencia que reproduce el retumbar de varios tambores al mismo tiempo. La guitarra rítmica de Richards parece nacer como el eco del golpeo de Watts. El ataque es virulento, tanto que prende las cuerdas vocales de Jagger en un incendio de palabras escocidas por la realidad del momento. Violencia y política. Desde su atalaya de éxito, Jagger estaba mirando hacia abajo y se apiadó de los que, tal como él mismo hacía pocos años, vivían el día a día en un mundo confuso, vacío de líderes que invocaran la chulería como forma primordial de subsistencia. El incendio generado se llevó por delante a Brian Jones, que antes de ser invitado a abandonar la nave, le dio tiempo a preñar de tristeza bucólica ‘No Expectations’con su slide guitar. Un año después, moría en extrañas circunstancias.

Pero donde los Stones habían avisado de una tendencia en los acontecimientos, tanto Fun House como Bitches Brew emergieron como la materialización del mensaje cifrado por Keith Richards y los suyos. Fue como decir: al carajo con el optimismo, la búsqueda de un sentimiento renovado comienza desde el fondo de un agujero negro. No obstante, en estos dos casos, Stooges y Miles gestaron su búsqueda a través de un sonido palpitante, de urgencia cataclísmica. Más que un apocalipsis negativo, este par de llaves hacia el futuro mostraron un crisol de connotaciones aperturistas, de clara consciencia abierta a la búsqueda de lo desconocido. El camino inverso a la psicosis que atrapó los sesenta entre viajes místicos que subrayaban la idea de la descorporeización del ser humano entre vibraciones psicodélicas y pócimas progresivas de sonido escapista.

Fun House Bitches Brew reconectaron a la gente con un sentimiento brutalmente físico [3]. On the Corner reflejaba los estragos de la contracultura desde una exposición más teórica que nunca. Donde Bitches Brew buscaba el contacto por exposición a su red de instrumentos sudorosos,On the Corner parecía representar la versión anti-psicodélica de los estragos psicóticos derivados de los sesenta. Como un mal viaje percibido desde un punto de vista real y terriblemente urbano. Por otro lado, On The Corner está compuesto de una estructura interina de placas tectónicas en constate colisión. Hay tan poco espacio que todos los sonidos rebotan entre sí. La sensación es molesta, oscura. No hay luz para que broten las melodías. 

On the Corner fue publicado el 11 de octubre de 1972. Sin embargo, fue un año antes cuando There’s A Riot Goin’ Onde Sly and the Family Stone se adelantó al disco de Miles, influyéndole en su perspectiva funk, alejada de una música para consumo de audiencias blancas. De hecho, On the Corner representa la visualización avant-garde del disco de Sly. El funk del disco de Sly y el de Miles es música negra hecha desde el gueto para el gueto. El ombliguismo está justificado y se metaboliza en una nueva mutación de música regional y social. En su momento, tanto el disco de Miles como el de Sly fueron vapuleados. Aunque, hoy en día cumplen la máxima de la idea de lo “regional=universal”. Estas dos muestras de orgullo enfebrecido estaban dando el ejemplo de lo que años más tarde Chuck D iba a odiar con todas sus fuerzas: la respuesta a todos los músicos negros abducidos por complacer a una industria musical blanca conducida para las razas blancas, por pura comparativa, más pudientes que las del resto de la sociedad.

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Miles se topó con la misma certeza que habían alumbrado James Brown y Sly Stone: “El mundo es un gueto”. On the Corner es una apreciación a nivel esquelético de esta visión. Miles lo ha reducido todo a la concepción del “menos es más”. Eso, en lo que se refiere al reducido número de variaciones que se suceden desde los ostinatos dispuestos sobre una simple línea de bajo o un riff de guitarra. Cada nota escupida repta hacia los oídos del oyente como una inoculación del estado de paranoia aquí encapsulada. Entre cada regurgitación del pedal wah-wah y el desplome consensuado de cualquier tipo de respiradero armónico, Miles ha creado un sonido endogámico, concentrado en los intestinos. Se trata de una vibración enclaustrada en el interior de una burbuja. La disposición de las pistas queda enhebrada entre una red nerviosa que funciona a base de implosiones abrasivas de bajos viscosos, riffs onomatopéyicos de wah-wah y una lucha interior de los elementos polirritmicos. La psicosis es el puerto de atraque. Este funk malicioso se despliega en proyecciones físicas generadoras de ansiedad en el oyente. La analogía con la abrasión proyectada llega hasta la deriva más avant-garde del post-punk. Y más en concreto hacia The Pop Group. Es así como la atmósfera creada en ‘Vote for Miles’ tiene eco directo en la pulsión volcanica de ‘Thief Fire’, cuya tormenta eléctrica parte de su descomunal bajo funk, ejecutado por Simon Underwood.

Esta equidistancia con las técnicas de autodescubrimiento en el post-punk parten de la misma concepción de On the Corner como un alegato contra la técnica como canal creativo. Sin melodías. La obsesión casi enfermiza por las repeticiones y la falta absoluta de ganchos armónicos reincide en el propósito de profundizar en las posibilidades caóticas del funk como ningún otro disco de su era. Las piezas laten por contracción, como una versión paleolítica del funk. James Brown fue básico en mostrarle el camino a Miles, quien, a su vez, mediante On the Corner, vertió su conocimiento en algunas de las mentes más avispadas del post-punk, post-hardcore e incluso hardcore.

Michael Gira: “Me encantan los groovesque contiene [On the Corner] y resulta interesante que no contenga melodías. Son sonidos como de música electrónica, excepto que tiene el aspecto de estar tocada por seres humanos. Obviamente, está influenciada por James Brown, uno de mis artistas favoritos. James Brown es como el Bach de la música moderna, un fantástico compositor, tan complicado, pero también tan claro a la hora de hacerte mover las caderas. Me encanta On the Corner, ya que es algo abstracto, y también compulsivo”[4].

Nick Cave: “Me encanta Get Up with It y todos esos discos en vivo [Dark MagusAghartaPangaea], pero creo que es On the Cornerl que realmente me atrapó. Destaca porque la banda utiliza solos de la misma manera que en muchas de esas cosas jazz… con igualitarismo entre los instrumentos, que es lo que crea ese increíble wall of soundque me encanta tanto. No te atrae hacia ningún instrumento en particular como la mayoría de la música sí hace. Y, de verdad, me gusta escuchar música de esa manera. Por otro lado, la forma en la que está tocado es asombrosa. On the Corner… Recuerdo haberlo escuchado por primera vez, no fue hace mucho tiempo. Tal vez hace 15 años. Cuando lo hice, no me que quedó otra que [comienza a golpear el suelo y aplaudir las manos al ritmo marcado] que ponerme a hacer palmas sobre el ritmo. Recuerdo haber sido completamente noqueado tanto como lo fui cuando escuché a John Lee Hooker por primera vez”[5].

Por su parte, Julian Cope propone esta cuestión: “¿Hay alguien que haya tomado el testigo de Miles después de la disolución de su grupo de funk? Siento la influencia en el post-punk, pero eso es todo”[6].

En cuanto a alguien que ha bebido tanto de estos discos de Miles como Jah Wobble: “On the Corner es fantástico, ya que el riff del disco vuelve a ti una y otra vez. Es algo que no te puede pasar con cualquier riffde los viejos”.

“Y respecto al guitarrista de Nueva York Gary Lucas, ha llegado a través de la escuela de Capitán Beefheart, la de la estética deformada. Él ama la densa selva pantanosa siniestra de la desesperación urbana, la cual es transmitida en forma de dub a través de sus grooves”[7].

Jamie Morrison, batería de la banda post-punk the Noisettes, es otro que se adscribe a la admiración por este álbum: “On the Corner es una gran influencia para nosotros. Me encanta la sección rítmica y la forma en que ésta empuja la música al principio. Es realmente punk en su actitud. Es tan ofensivo y, al mismo tiempo, va más allá de los límites”[8].