El amor al arte de la actriz Sumako

Hace un par de semanas escuché un comentario de un editor cinematográfico que me zarandeó…

-ahora hablo en primera persona pero en breve pasaré a lo universal-

und zwar: «Prefiero editar cualquier película de Marvel antes que una de Godard».

El chico no dijo el por qué, ni ninguno de los que estábamos sentados a la mesa se lo preguntó. A mí me resultó raro, porque era bastante erudito en lo que a cinema se refiere y asiduo a la filmoteca.

¿Por qué leches no quería participar en una cinta que podría ser una obra de arte?

Quizá porque el arte exige un sacrificio que sólo los genios están dispuestos a hacer.

El amor de la actriz Sumako (Joyu Sumako no koi, 1947) de Kenji Mizoguchi habla de ese sacrificio que supone tomar la senda del arte, de lo verdadero. Quien no conozca el filme y desee verlo, que se prepare, sobre todo si está metido en ese mundo, pues es un retrato fiel y descarnado de las penurias que vas a pasar, del reconocimiento que no llegarás a ver en vida, del arrepentimiento de los más cercanos que no te echaron una mano. En fin, la alegría de la huerta. Y eso que el comienzo del filme es tan precioso.

El profesor y director de escena Hogetsu Shimamura se enamora de Sumako Matsui, la actriz que interpreta a Nora en Casa de muñecas, y ella de él. Lo maravilloso de la situación es que su entorno se da cuenta antes que ellos. Siempre andan juntos, hablando de las escenas que han estado ensayado. Cuando finalmente se percatan de su amor, la escena muestra una relación tan natural que da escalofríos. Mizoguchi hace gala de un plano fijo sumamente teatral en el que el movimiento de los personajes, especialmente los de Matsui, revelan sus emociones y sentimientos. Intuición pura y sensibilidad extrema. Sin duda, la mejor escena de amor de la historia del cine.

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Ahora bien, a partir de ahí la película no toma el cauce previsto, es decir, la lucha del amor contra la sociedad, pues Shimamura es un hombre casado con hijos, sino la batalla entre el nuevo arte frente a la tradición. «Lo inevitable es locura», dice el profesor poco antes de dejar la enseñanza y dedicarse de pleno al teatro, antes de dejarlo todo para salir desnudo al mundo. Aún cuando él vacilaba, cuando iba a dar un paso atrás. Pero Matsui es implacable. Ellos se aman y aman el arte. Lo inevitable es locura.

Y ese momento de efervescencia, que tanto se parece al principio de la creación, cuando sólo andan por ahí las ideas, libres y anárquicas, luego se vuelve un camino de piedras y zarzales. El sacrificio que entraña abrir el camino.

Paco de la Zaranda ya lo dijo en una ocasión:

«No hay buen teatro ni mal teatro, hay teatro o no lo hay»[1].

Ergo, no hay buen cine ni mal cine, ni buena o mala literatura, o hay arte o no lo hay.

 

 



[1]Ayanz, Miguel: «La Zaranda: la compañía a la que Andalucía dio de baja», El Español, 6 de enero de 2016, https://www.elespanol.com/cultura/escena/20160105/92240819_0.html