Hoy día existe una tendencia harto dudosa: el empezar un texto -ya sea narrativo, cinematográfico o dramático- como una comedia y, al llegar al último acto, reconfigurarlo en drama.
Sí, lo sé y me pesa. La comedia pasa por momentos difíciles. Debido seguramente a la correría instaurada de lo políticamente correcto desde los años noventa. Ahí fue, por ejemplo, cuando la comedia romántica estadounidense perdió su chispa, que radicaba en ese enamoramiento alocado y travieso, por la vulgaridad que le ocurre a cualquier hijo de vecino: conocer a alguien y, sin que nada te zarandee, empezar una relación. Además, todo esto sin arrancar una sola carcajada al público. ¿Qué narices?
Pero yo recuerdo haber ido al teatro, al cine, y caerme de la butaca del ataque de risa. Ya fuera con El Lazarillo de El Brujo, como con Agárralo como puedas de Leslie Nielsen. La primera representaba, a través de la comedia, una España miserable y hambrienta. La segunda, arrojaba ese humor absurdo y maravilloso que no requiere nada más. Ni un ápice de drama, tú.
La comedia pasa por momentos difíciles. Con más motivo, con más ganas, debería apostarse por ella. Sin embargo, no hay voluntad. Y se insiste en dramatizar lo que venía siendo su opuesto. ¿Por qué hacer pasar ese mal trago a los espectadores? ¿Por qué divertirlos de primeras para después cortarles la nota con un dramón? ¿Por qué les vendes la moto con algo de humor y luego desinflas las ruedas? ¿Por qué, eh?
Vale, el drama es lo que da el caché a día de hoy. Se entiende que, por sí mismo, lleva el sello de calidade, legitimándolo como portador de algo profundo, interesante, digno de los intelectuales. Ahora bien, el drama no es más que la tragedia secularizada y violada, desprovista de todo su sentido y hondura. Aguachirri puro.
Estos autores piensan que la comedia no es suficiente, cuando es mucho más compleja que el drama, pues su naturaleza la hace transitar por una cuerda floja entre lo verdadero y lo desenfadado. ¿Quién es el guapo que mantiene el equilibro ahí?
Esos autores que piensan que la comedia no está a la altura y que por ello la rebajan con el drama no se dan cuenta de que comedia y drama son como el agua y el aceite. No sólo se repelen, sino que son incompatibles. No pegan ni con cola, a diferencia de la tragedia y la comedia, donde el subgénero tragicómico ha parido grandes obras a lo largo de la historia.
Nadie que no sea un genio -y sepan ustedes que los genios no abundan- puede hacer que la combinación de comedia y drama salga bien, que lo sepáis. Es más, dudo mucho que algún genio piense siquiera en intentarlo. Es una memez.