La desaparición del 10 (II)

CALCIO, EDAD DORADA

La evolución hasta la actualidad del 10 alemán, y por consiguiente del futbol en general, pasa por Matthäus, un jugador donde las obligaciones defensivas que le otorgaba Giovanni Trapattoni,  en el Inter de Milán de 1988 a 1991, fueron desproveyendo de instinto ofensivo a quienes ocupaban dicha posición.

Curiosamente, en el Calcio de la década de los ochenta se fue dando esta doble vertiente. Mientras equipos como el Inter de Milán jugaban con dieces con una mayor mentalidad defensiva, también se dio la confluencia más espectacular de enganches organizadores que se puedan recordar en una misma liga.

Más que en ninguna otra era futbolística, la categoría de un equipo se medía por la categoría de su 10. El Calcio llegó a contar con el Napoles de Maradona, la Juve tenía a Platini, la Roma era la obra arquitectónica de Conti, el Inter se convirtió en la extensión futbolística de Matthäus y el Milán vivía de los pulmones de Gullit. Este último es la ejemplificación de la evolución del 10 a un rol de presión y defensa, que acabaría terminando con su esencia natural de director de orquesta con inmunidad diplomática para pisar área rival.

 

Antes de que Gullit fuera pionero en la profesionalización laboral del 10, fue Bruno Conti quien ejercía de Roberto Bochini italiano. Su actuación en el Mundial 82 contra el Brasil de Zico y Sócrates fue como contemplar un enfrentamiento entre las ínfulas orquestales de Ennio Morricone contra la samba locuaz y lisérgica de Caetano Veloso. Seguramente, el choque de estilos más pronunciado que se vivió durante aquellos años.

Doce años después de fracaso vivido en el Mundial 82, Brasil afrontó el Mundial del 94, en Estados Unidos, con un equipo donde la brújula estaba guiada por pivotes defensivos como Mauro Silva y Dunga, que, en cuanto iban pasando los partidos, formaron un trivote con Mazinho, en detrimento de Raí, el hermano pequeño de Sócrates. Con la suplencia del genial jugador de Ribeirao, ya no quedaban rastros del 10 en su once arquetípico. El mismo con el cual se volvieron a proclamar campeones del mundo, veinticuatro años después de alzarse con su anterior copa Jules Rimet.

Que precisamente fuera una de las cunas del 10 donde se optara por borrar de la pizarra esta clase de jugador definió roles futuros en un futbol, donde la restauración del futbol total implantado por Rinus Michels en los años setenta vivió una era renovada con el Dream Team de Johan Cruyff. De hecho, Brasil nunca más volvió a contar con mediocampistas organizadores del nivel técnico de Rivelino, Sócrates o Zico. Casos como Kaká, sin la visión de juego en largo del 10 característico, o Rivaldo, un falso delantero incrustado por los flancos débiles de la defensa rival, no son ejemplos representativos de esta posición.

 

El equipo de Cruyff desechaba la idea del 10 en favor de un pivote ofensivo que jugaba de espaldas a la defensa rival, como Bakero. Pero este cambio en las tácticas, incluso con renovadas posiciones en el campo como la del vasco, aún tardó unos años en cuajar del todo. Mientras Europa del Este siguiera fabricando talentos como Gica Hagi, Predrag Mijatovic, Robert Prosinecki y Krasimir Balakov, la prominencia del 10 aún contaba con galones más que suficientes para sobrevivir. A pesar de esta resistencia por mantener la tradición, la transición ya estaba en marcha.

Por motivos diferentes, Arrigo Sacchi, Johan Cruyff y Carlos Alberto Parreira fueron los verdugos de una clase de jugador que durante los noventa fue derivando hacia su acentuación defensiva u ofensiva. Uno de los casos más elocuentes fue el 5-3-2 implantado por Arsenio Iglesias en el Deportivo de la Coruña de los primeros años noventa, donde un 10 nato de gran talento como José Ramón ya no tenía cabida. Este caso en concreto reproduce con elocuencia la evolución táctica vivida a principios de los noventa. Hay que recordar que, en sus primeros años como profesional, el hermano de Fran, el dueño de la banda izquierda del Súper Dépor a lo largo de tres lustros, llegó a ser contemplado como un jugador de mayor peso específico. A ello, ayudaba su posición regia sobre el verde. Como me explica el periodista y experto en la historia del Deportivo de la Coruña: “Bajo mi punto de vista, Jose Ramón jugaba en un puesto que se extinguió en el fútbol. No sé que opinará él, que sabe más. Salvando las distancias, era un jugador tipo Schuster. Tenía esa potencia, era un tipo que cogía la pelota en el medio del campo y te la ponía a 45 metros desde donde le salía del cuerpo. O sea, la cogía, la iba a recoger a nuestra área, cambiaba el sentido del juego. Tenía esa capacidad de futbolista de lo que era el organizador, de lo que era el volante organizador. Que antes en todos los equipos había un volante organizador, técnico, que era menos de garra, que era más lento, como Del Bosque, del que me acuerdo cuando jugaba”.

Desde Italia, la liga dominante desde mediados de los ochenta, fueron surgiendo nuevas figuras como Roberto Baggio, Alessandro del Piero, Roberto Mancini y Gianfranco Zola: dieces con cada vez menos campo por delante para hacer maniobrar a sus compañeros. Durante la primera mitad de los años noventa, el 10 con dotes organizativas fue progresando hasta el contraste cada vez más pronunciado entre el rol del mediapunta y el pivote escoba. Fue en la Sampdoria ganadora del Scudetto del 91, donde esta diferencia se hizo más visible: con dos pivotes, como Toninho Cerezo y Katanec, que permitían al 10, Roberto Mancini, bajar lo mínimo posible a la zona de organización más ancha del campo.

EL FIN DEL 10

Fue ya en pleno siglo XXI cuando la posición del 10 acabó de perder peso en la construcción de plantillas que, anteriormente, orbitaban en torno a la personalidad futbolística de su estrella. La retirada paulatina de astros, como Schuster, que veían el campo de futbol como una versión panorámica de “Hundir la flota” fue dando paso a nuevas tendencias tácticas, consumadas en pleno siglo XXI, cuando ya se comienza a ver como percuten de la banda al centro a jugadores tan verticales y, al mismo tiempo, con el desplazamiento en largo de Ronaldinho; que hoy en día se refleja en jugadores con la visión de juego de De Bruyne y Hazard, que treinta años antes jamás jugarían lejos de la medular.

Casos como estos refuerzan la teoría de que, en realidad, no se ha producido una extinción del 10, sino que este ha sido reinventado dentro de la filosofía coral de un futbol que, debido a la constante presión sobre el balón, ha acabado por desplazar a los cerebros ofensivos a ambos lados de la cancha.

A pesar de a esta progresiva readaptación, han seguido apareciendo casos aislados muy puntuales. Como Juan Román Riquelme, cuya manera de entender el juego habría calado perfectamente en los años setenta y ochenta. Un señor de la cancha que, como exponía al principio, no deja de ser el eco de una filosofía donde el 10 ha pasado a convertirse en reliquia de un pasado glorioso, que jugadores como Messi parecen estar reivindicando desde su progresiva readaptación más alejada del área, sacando provecho de su cada vez más perfeccionada capacidad para el pase en profundidad y ampliación del campo de batalla para otear al rival desde distancias más lejanas. Prueba mayor de que, una vez más, la historia no se acaba, sino que vuelve siempre bajo diferentes formas.