John Cooper Clarke, el bardo de Mánchester (I)

EVIDENTEMENTE, PUEBLO GALLINA

“Me encanta Charles Baudelaire, él y Shakespeare son las únicas personas que creo que son mejores que yo. Juro por Cristo que creo que soy mejor que cada hijo de puta”.

John Cooper Clarke

Dentro de su constitución como una comunidad creativa independiente, el rastro espiritual de Mánchester provino de John Cooper Clarke, el bardo oficial de la urbe norteña. Pero antes de enfilar la autopista central de la poesía, Cooper Clarke tuvo que pasar por el peaje de la ortodoxia mod: “Lo era, y no resultaba fácil. Donde yo crecí, la señal inequívoca de la homosexualidad era mostrar algún interés en tu apariencia”[1]. Pero el paso casi obligatorio por la corriente mod, rápidamente, derivó en un nuevo interés: la poesía. “Cuando iba a la escuela, tuve un profesor que se dejó la piel en compartir su amor por la poesía romántica del siglo XIX con un puñado de chavales digamos que, a priori, muy poco receptivos. En un colegio católico de barrio bajo creó una especie de invernadero competitivo en el que los chicos aprendimos que la poesía era una gran herramienta para atraer a las chicas. Mi clase se convirtió en una especie de batalla de gallos del rap. Todos nos peleábamos para ver quién era el que hacía los poemas más largos o más atrevidos, quién era capaz de encontrar más palabras que rimasen. ‘No escuches esa mierda, escucha la mía’. Ese rollo. Era una atmósfera ultracompetitiva en la que nos chuleábamos los unos a los otros como los MCs de ‘braggadoccio’. Como resulta que mis compañeros, rivales y profesores me decían que se me daba bien, me empecé a creer que quizá podría hacer carrera a partir de la poesía. Aunque, para ser sincero, lo que me acabó de convencer era que el ‘feedback’ más positivo lo recibía de las chicas. ¡Ése era precisamente el público que yo quería! Ahí tienes la explicación de todo: empecé a recitar poesía para conseguir más atención por parte de las mujeres. De ahí al rock & roll hay un paso muy pequeño”[2].

John Cooper Clarke:“Empecé cuando tenía trece años. Nunca lo  contemplé como una forma de auto-expresión; no estaba más que tratando de responder a la llamada. Cuando escribes poesía, siempre te estás dirigiendo al mundo de alguna forma”[3].

John Cooper Clarke:“Había muy pocos ejemplos de esto [poesía] cuando empecé, por lo que tuve que crearme mi propio espacio. Eso, a veces, jugó a mi favor y, otras, en contra, ya que el de la poesía es un ambiente muy minoritario. Pero tampoco creo que lo que hago se pueda definir como poesía. En realidad, lo que trato de hacer es entretener a la gente”[4].

John Cooper Clarke:“Todo el mundo que leyó alguno de mis poemas se echó a perder y escribió poesía”[5].

Desde que comenzó a darse a conocer entre tugurio y tugurio, Clarke fue dejando una impronta antitética con sus vecinos. Cruzarte con él era como hacerlo con una versión cortante, inusualmente desgarbada, del Dylan mercurial de los 60. Sus inconfundibles gafas negras, su mata de pelo como un arbusto aplastado por la lluvia, su facha elegante de mercadillo. Clarke irradiaba magnetismo desde su propia contrariedad. Reprendió el modelo beatniky lo mimetizó en su apalillada figura. Su cut-upnervioso, a borbotones, era como una metáfora de la intensa alienación industrial que asolaba Mánchester. Y su mejor truco fue la despersonalización total y absoluta del modelo aplicado al gen mancuniano.

Clarke llevaba desde comienzos de los setenta alimentando su leyenda sobre las tablas de los garitos de Mánchester. Pero a partir de 1977, las cosas tomaron nuevas directrices, una agresividad heredada del punk. La línea de flotación entre alta y baja cultura se había disipado. ¿Shostakovich? ¿Sex Pistols? Al carajo; todo era lo mismo.

John Cooper Clarke:“Me metí en ello creo que debido a que mi pinta era punk. Es difícil expresar el salvajismo de esas audiencias. Las botellas eran mala cosa, pero los escupitajos, a su manera, podían ser igualmente intimidantes”[6].

Durante aquella etapa, Clarke se adentró hasta las raíces de la escena punk. No era difícil verlo vagar como telonero de The Fall, Sex Pistols o los Buzzcoks. El poeta Simon Armitage lo había llegado a visualizar como un cruce entre Sid Vicious, Allen Ginsgebrg y Ken Dodd. No le faltaba razón, aunque quizá también sería más que posible confundirlo como una versión autóctona de Johnny Thunders.

John Cooper Clarke:“Cuando comencé a ser telonero de grupos punk fue casi un alivio: inmediatamente antes, mis recitales de poesía eran en el círculo de cabarets de Mánchester, que era como una Olimpiada de locales que competían por ver quién tenía el público más engreído. En los conciertos punk el público compartía más cosas en común conmigo, empezando por la edad. Todos teníamos 23, 24, 25 años. Los clubes que ponían ese tipo de música también se dieron cuenta de que mi aspecto no era muy distinto al del público que los llenaba. En los antros de poesía era más frecuente ver hippies que tipos con unos pelos como los míos. Mis amigos Howard Devoto y Mark E. Smith, que habían leído mis poemas, me decían que lo mío era material para clubes como el Electric Circus de Mánchester, no para cabarets. Además, tuve la suerte de que el punk y la poesía ya habían sido mencionados en la misma frase gracias a Patti Smith, lo cual me envalentonó. ¡Piss Factory’ era un poema! Richard Hell y Tom Verlaine estaban muy metidos también en la poesía, sobre todo la de los malditos franceses. ¡Si hasta Tom se cambió el apellido de Miller por el de Verlaine! Así que si la poesía y el punk se llevaron bien en Nueva York, ¿por qué no iban a hacerlo en Mánchester?”[7].

Clarke se estaba metiendo de lleno dentro de la escena musical mancuniana. Su estilo tenso y desairado había brotado para ser respaldado por una banda sonora de “su” ciudad. Y ésta iba a ser la conocida como The Invisible Girls, con Martin Hannett como bajista y productor, Steve Hopkins al teclado y Paul Burguess tras las baquetas. Más allá de ser una colaboración puntual, dicha alianza selló cuatro LPs de spoken wordcon sabor inconfundiblemente mancuniano. Resulta imposible escucharlos sin imaginarse estar paseando en Whalley Range o Beasley Street. Sobre todo, en el caso de, ‘Evidently Chickentown’[8], perteneciente a Snap, Crackle & Bop (CBS, 1980). Disparada sobre un raíl quejumbroso de tecno minimalista, Clarke hace acopio de sus dotes como francotirador de gatillo fácil. Ha tomado el poema “Bloody Orkney”, escrito en 1940 por el oficial naval de la Segunda Guerra Mundial Hamish Blair, y lo ha convertido en un documental a cámara rápida del Mánchester suburbial. Suicide navegando sobre un charco de esputos. La concatenación suicida de su fraseo se dilata entre el oído y la retina como una imagen sonora ideal de lo que significa la vida a la intemperie en cualquiera ciudad industrial norteña.

 


[1]Chalmers, Robert: “A life of rhyme, John Cooper Clarke, the ‘punk poet laureate’, grants Robert Chalmers his first major interview in more than 20 years”,Independent. Traducción del autor.

[2]Pons, Joan: “El punk cerbatana”, Rockdelux, página 28.

[3]Adams, Tim: “John Cooper Clarke: ‘Poetry is not something you have to retire from’”, The Guardian. Traducción del autor.

[4]Saavedra, David: “El dardo en la palabra”, El Mundo.

[5]Hattenstone, Simon: “John Cooper Clarke: ‘It’s diabolical how poor I am’”, The Guardian. Traducción del autor.

[6]Chalmers, Robert: “A life of rhyme, John Cooper Clarke, the ‘punk poet laureate’, grants Robert Chalmers his first major interview in more than 20 years”,Independent. Traducción del autor.

[7]Pons, Joan: “El punk cerbatana”, Rockdelux, página 29.

[8]‘Evidently, Chickentown’ llegó a ser utilizada para un capítulo de los Soprano. Sin duda, se trata de su tema más popular.