Miuras y sardanas en Ceret

Por la carretera arbolada y fresca, a diez kilómetros de la frontera española de La Jonquera, aparece después de una rotonda ajardinada, majestuoso y solemne,  el Pont de Ceret o puente del diablo sobre el río Tech con su único arco de 45 metros, construido en 1340. Y sobre aquellas venerables y altivas piedras en la ruta histórica de la que fuera tierra catalana arrebatada por Francia a Catalunya por el Tratado de los Pirineos de 1714, asienta su bella figura desafiante el tótem ibérico, el hijo del bos taurus descendiente del uro salvaje de los bosques lituanos. Un bicorne negro zaíno de madera que recuerda al toro de Osborne y a sus pies una leyenda: Céret de toros 2001. 

En el primer fin de semana de julio el toro íntegro y en puntas, domina la vida de Céret, ese pueblo hundido en el útero húmedo de los bosques feraces del Vallespir, donde el roble, los castaños y los carrascales, resguardan y perfuman esta villa  cubista, tan limpia  y silenciosa siempre regada por las aguas que discurren hacia abajo por los canalillos de las calles rotuladas en francés y catalán: Place des neuf jets. Plaça dels nou raigs. (Plaza de los nueve caños). 

La Association Des Aficionados Cérétans (ADAC) compuesta por 40 personas, que preside Jean-Louis Fourquet desde 1988, es la responsable de organizar una feria taurina única en el planeta de los toros. La feria más torista del mundo, dicen.  Fourquet y todos los miembros de ADAC hablan un catalán afrancesado que da lustre al idioma.  La mayoría son descendientes de familias catalanas del Empordá y empresarios u hombres de negocios, con una sola pasión: los toros.  Feria unica porque recupera en el toro toda la fiereza primitiva, toda la agresiva hermosura de la res íntegra, sin manipulaciones en las astas ni cruces genéticos para hacerlo comercial.  “Primero el toro, luego el torero”, sentencia  Fourquet, un tipo que habría descrito con galanura Henry de Montherland y con el que el director de cine español Bigas Luna tendría que rodar una película. Un personaje literario el presidente . “Somos aficionados antes que profesionales”, continúa Fourquet.

 Aquí se lidian cada año los hierros que rechazan las figuras. Bravos o mansos. No importa. Las reses descansan en los corrales de la plaza. Los aficionados pueden verlos a través de unas mirillas acristaladas. “Son como los corrales del Gas de Pamplona”, dice Joan Francesc Coste. Feria única porque los miembros de ADAC visten la corrida con la estética y la música propias de Catalunya, comunidad cuyo nacionalismo ignora la tauromaquia. Curiosamente estos señores de Céret demuestran cómo tauromaquia y catalanismo pueden ser, y son, compatibles cuando no se utilizan como instrumentos políticos, sino culturales y lúdicos.  

 “Somos catalanes, un poco anarquistas”, añade Fourquet. También son, y no lo pueden ocultar, un punto románticos porque este grupo de aficionados, sin ánimo de lucro, se reunió hace catorce años dispuestos a recuperar la tradición de las corridas de toros en Ceret que estaba en franca decadencia. Pusieron su dinero, robaron tiempo a sus ocupaciones y han logrado una feria torista ejemplar a través de una evidente afirmación catalanista, de respeto a la lengua, a su historia y a sus símbolos.

  Antes de iniciarse la corrida que presidió el alcalde de Saint  Andreu, Francesc Manent, en lugar de sonar el castizo pasodoble a cargo de una banda, fue la Cobla Mil.lenaria, fundada en 1989 y dirigida por  Joan Miquel Pous, la que lanzó a los vientos de marinada ¿o sería la tramontana? los acordes del himno nacional de Catalunya “Els segadors”. Un respeto. Todo el mundo en pie.  El público escuchó con reverencia la pieza y rompió  en cerrados aplausos cuando acabó la composición más reivindicativa de la identidad de Catalunya. Sobre la gradería una pancarta refrenda el mensaje nacionalista:  “Som i serem” (Somos y seremos gente catalana).

Antes, los areneros vestidos con el traje regional catalán calzados con “espardenyas” y tocados con “barretinas”, alisaron el ruedo. La espalda de sus  chalecos sobre camisas blancas, reproduce la enseña catalana. El chaleco viene a ser una prolongación de las banderas cuatribarradas  que adornan Ceret, algunas de las cuales tapan expresamente el nombre de Francia. “Somos catalanes de Ceret”, afirman orgullosos. “Ni franceses ni españoles”.   

Tres años de conversaciones han sido necesarios para que la divisa legendaria y mortal de Miura pisara por primera vez las arenas de Céret, inauguradas en 1922. En el aspecto torista, ha sido el mayor logro de ADAC.  El representante de Céret en España es el salmantino Juan Carlos Carreño. “La corrida nos ha costado muy cara. Algo menos que una de Victorino”, dice Fourquet. El acontecimiento agotó las 3.800  localidades del taurobolio picassiano, repintado y pulcro, sobre cuyas paredes aparecen placas recordatorias como la del desaparecido diestro José Falcón cuya viuda,  Rosa Gil, acompañada de Carmen Carreño, asistió a la feria. Rosa dirige en Barcelona el restaurante con mayor solera taurina: Casa Leopoldo. Ella es habitual de la feria, a la que este año acudieron aficionados de Madrid, Zaragoza, Barcelona y del sur de Francia, Bayona, Mont de Marsan, Nimes y Arles. Aunque los componentes de ADAC están considerados algo marginales, gozan del respeto de todo el mundo. “Por el momento”, puntualiza Fourquet.

 Los miura, la mayoría con más de 600 kilos, casi se salían de la plaza. El primero y el cuarto que le correspondieron a Esplá saltaron la barrera, sembrando el terror en el estrecho callejón. Asistencias, fotógrafos y areneros se arrojaron de cabeza al ruedo. Jean Louis López, crítico de Nimes, vestido con una impoluta guayabera blanca, ni se inmutó. Tampoco el fotógrafo de Perpignan Ivón Parés. Su experiencia de tantos años, les aconseja meterse siempre en un burladero. Que salten los miuras. A mí, ¡plim!. “Han venido muchos periodistas de España y Francia”, añadió Fourquet.   

La corrida de Miura se inició guardando un minuto de silencio en memoria de dos hombres recientemente fallecidos vinculados a la feria: el taquillero Claude Roca y el alguacil Edmon Fité . El primer miura que pisó el ruedo de Céret  a las seis y cinco minutos de la tarde del 7 de julio, se llamó “Remendado”, de 620 kilos de peso, negro, bragado y meano, lidiado por el maestro Luis Francisco Esplá, que luego le cortó la oreja al cuarto. Este, de nombre “Gemelo”, de 550 kilos., murió en el centro del ruedo  apoyado en las cuatro patas como signo de casta brava. Por eso   mereció los honores de la vuelta al ruedo. Buen debut de Miura en Ceret. “Por lo menos el público se ha divertido”, dijo Antonio Miura al ganadero mexicano José Chafik al finalizar la corrida. Con Esplá alternaron El Renco y Fernando Robleño, que lidiaron con decoro a los toros de Miura. 

Otra singularidad aparece tras el arrastre del quinto de la tarde. La Mil.lenaria, interpreta una sardana emblemática de la lucha por las libertades de Catalunya: “La santa espina” que estuvo prohibida durante el franquismo. Otra vez el público se pone de pie.  Pero además durante la corrida, las doce músicos de la Mil.lenaria, desgranan también los compases marchosos de “El chocolatero” y “Marcial”. La tenora, la tibla, el flaviol,  el fiscorno, la trompeta, el trombón y el contrabajo, abandonan las síncopas de la sardana para ilustrar con pasodobles populares el desarrollo de las faenas. Quien creyera que el pasodoble es patrimonio exclusivo de la corrida, está equivocado. La música tiene un lenguaje universal y por ello la sardana no desmerece  el festejo y, en el caso específico de Céret, no sólo lo enriquece, sino que emociona al público.

En la lidia el silencio recuerda al de la Maestranza. Sólo se oyen las voces de los toreros para provocar la embestida, luego el tranco rotundo de los astados  y sus bufidos, envueltos en jirones de saliva.

Termina la corrida de Miura pero la fiesta sigue en Céret. Joan Francesc Coste, de la comisión taurina de ADAC, me recomienda visitar las bodegas instaladas en los bulevares y el vicepresidente de ADAC, Bernat Raviglione, que oficia de jefe de prensa,  recuerda que Picasso visitó Ceret por primera vez en 1953.

Esta Meca del Cubismo tuvo en el escultor Manolo Hugué y el músico Déodat de Séverac a sus primeros anfitriones. Ellos recibieron a principios del siglo XX a Picasso, Braque, Juan Gris y  Max Jacob. En 1950 Pierre Brune fundó el Museo de Arte Moderno, situado en el bulevar Maréchal Joffre que recoge cerámicas y pinturas taurinas de Picasso. También obras de Matisse, Chagall, Miró y Dalí. Y como artistas contemporáneos Tápies, Viallat, Toni Grand, Gautier, Pagés y Joan Brossa.  El Museo de Arqueología de la plaza Picasso y más de una decena de exposiciones brindan a la curiosidad del visitante  su rico acerbo cultural.

Dándose un garbeo por los bulevares,  que a primera hora de la tarde recorren caballistas y vaquillas camarguesas emboladas, el reportero descubre  las torres de Francia y las arcadas de la puerta de España, restos de las murallas del siglo XIII,  mientras en la plaza de la República y ante la bodega Los Toros Calientes, Les Combo Gili  invitan a bailar a todo el mundo con sus ritmos salseros y congas. Es tal el sentido lúdico de los ceretanos que no es raro descubrir personajes como Marcel Dauvillier, exredactor deportivo de L’Independant, que a sus 76 sarmentosos años,  es capaz de subirse a una tarima y ponerse a bailar vestido únicamente con un bañador, exhibiendo sus carnes flácidas sin el menor reparo porque para la diversión no hay edades ni existe el tiempo. Es un fin de semana en libertad, bajo la simbología del toro que aparece en los escaparates, en las bodegas, en los balcones y en la cartelería.  Son más de 48 horas,  donde el toro es el rey de Céret.   En este feria torista, plena de colores, sorpresas y megafonías desatadas y mas de un timo de algún camarero desaprensivo como el que me robó 200 francos en el Grand Café,  descubro otro personaje singular. Este amenizaba con música el almuerzo en los restaurantes de la histórica Plaça dels Nou Raigs. Me dijo que se llamaba Jean Claude Chery. Nació en París hace 46 años.  Es un hombre breve, avejentado, cordial, con cierto parecido a Vincent Van Gogh, por su rostro afilado y barba cana. Tiene la mirada líquida y bondadosa. Jean Claude nos brindó su versión de “La vie en rose”.  Nada de particular, ¿verdad?  Pues sí. Porque este músico errante  ciudadano del mundo,  tocaba una sierra musical del siglo XIX con un arco de violonchelo. Y con estos simples instrumentos y mucho corazón, interpretó para nosotros “L’estaca”, otra composición catalana de Lluis Llach, reivindicativa de las libertades perdidas en Catalunya tras la guerra civil.

Desde el viernes por la tarde, hasta la madrugada del domingo Céret vive apasionadamente su feria, hermanando tauromaquia, cultura y catalanismo en una mixtura festiva seductora y sorprendente que cada vez tiene más visitantes. “Lo más importante para nosotros es mostrar nuestra irreductible identidad catalana. Aquí solo hay banderas catalanas, ni francesas ni españolas. Somos catalanes antes que todo y queremos demostrar como un catalán puede ser aficionado a los toros y a la vez conservar la lengua catalana y llegar a ser un país un día”, concluye Jean-Louis Fourquet. 

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