“El coro” de Marina Palei

Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) puso de manifiesto la imposibilidad de conocer -aprehender- a una persona, un personaje, una historia en su totalidad. El corode M. Palei parece ir por la misma senda. Aborda la historia de Anders, un holandés que, en las peores circunstancias -o una de tantas, durante ese periodo, 1945-, en «la noche del monstruoso derramamiento de sangre»[1], cuando Dresde y sus alrededores fueron bombardeados hasta que los cimientos (ya) no eran bloques de piedra, sino cuerpos humanos, encontró a su futura mujer. Y ella, un objeto tan misterioso, que parece haber salido de la pluma de un escritor varón, se convierte desde ese preciso instante en el epicentro de su mundo, en el foco de un dolor eterno e incomprensible. Apenas sabemos de ella en las primeras líneas del texto, que abre apuntando maneras. Sin embargo, ésta no es la historia de esa mujer rusa, sino de su marido. 

Anders, el protagonista aparente de la historia, es un hombre criado, modelado, domesticado según la tradición protestante de su lugar natal. Hundido en la religión y la banalidad de sus congéneres -brillante contraposición de la escena de los horrores de la guerra: «Después de esa noche –clara cono el sol, como un sol que ha volado en pedazos- en la que la aviación británica, estadounidense y canadiense, habiendo lanzado de buena fe sobre Dresde sobre su generoso Apocalipsis (cuya temperatura en el remolino de fuego superó los mil quinientos grados), cuando la aviación militar (de liberación), alternando con sabiduría bombas explosivas e incendiarias, quemó hasta el oxígeno del aire»[2]a la vuelta a la normalidad, a la banalidad, tras ésta: «En nuestra casa hay ratones, qué faena. Si tenéis un gato, ya no habrá ratones. Sí, pero mientras no haya gato, lo normal es que haya ratones. Un gato siempre suelta algo de pelo, es lo malo. Yo conozco una forma de recogerlos bien. ¿De verdad? Los gatos siempre maúllan muy alto, es lo malo»[3].

El holandés, un hombre hecho a base de recuerdos, de pensamientos encerrados que sólo encuentran una vía de escape en un diario casi póstumo. Anders vive torturado por lo único real en su vida, esa mujer, de quien no se atreve a pronunciar su nombre. Tal vez por veneración o ¿es que su nombre, delataría su procedencia eslava, y lo alejaría más de él? Enamorado de alguien extraño, extranjero. Ella se lo dijo de camino a Holanda tras la liberación, búscate a una buena chica holandesa, pero él no le hizo caso. Y ella, ¿volver a la tierra rusa? ¿A las celdas rusas?

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Impecable, como siempre, la edición del libro, así como el diseño de la portada, obra de Iban Barrenetxea[4]: una flor, no se sabe si disecada, o marchitándose o, simplemente, extraña. 

La traducción, aun compleja por el estilo barroco de la obra, mejorable; quizá ampliar los plazos de entrega podría ayudar. 


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[1]Palei, Marina, El coro, Automática Editorial, Madrid 2017 página 11.

[2]Ibídem, página 23.

[3]Ibídem, página 49. 

[4]También es suya la magnífica portada de Mónechka de Marina Palei (Automática, 2016).