Puede parecer absurdo luchar contra Goliath. Cualquiera que se lo proponga, incluso David, tiene, en principio, todas las de perder. Pero -y aquí los españolitos poseemos harta experiencia- a veces no nos queda más remedio.
La fórmula es sencilla:
Toma de conciencia + actuación = lucha
y se puede hacer desde diversos planos.
En un país como éste el aspecto crítico brilla por su ausencia en las artes y, o bien aparece trajeado de oportunismo, o apenas consigue asomar la cabeza desde la marginalidad, cuando los que manejan el cotarro se lo permiten. No obstante, las artes gráficas se han mantenido cercanas a la crítica, cuando no imbuidas de lleno en ella. Ejemplos emblemáticos son El Roto, o el desaparecido hace ya 20 años, El Perich. Desde hace algún tiempo, Miguel Brieva despunta como uno de los más incisivos. Su estilo de aforismos poéticos, publicidad años cincuenta, ah, los maravillosos años cincuenta, que dejaban atrás la era postbarbarie germano-americano-franco-británico-nipona-soviética,y más atrás aún el New Deal, daban la bienvenida a un capitalismo con las fuerzas renovadas y los bolsillos llenos de ilusiones para todos. Pero había truco, y es el mismo entonces, que ahora. Brieva ahonda en esta tesis a lo largo de su obra y realiza una aguda crítica de la realidad, que parece advertir: «no te creas todo lo que se dice, se publica, se emite o se piensa».
Después de títulos como Dinero (2008), El otro mundo (2009) u Obras incompletas de Marcz Doplacie (2012), Brieva se lanza a la piscina de la novela gráfica con Lo que me está pasando. Diarios de un joven emprendedor (2015). El resultado, una obra laberíntica, en la que cada puerta entreabierta conduce a un lugar inesperado. Donde lo mismo nos encontramos con el hombre invisible, con una degeneración del osito Mimosín, cien veces más real que éste, por cierto, o con nosotros mismos. Lo onírico desborda vis maiorlo real y lo mejor de todo es que no resulta extraño. Sueños de escapismo ante una sociedad, conformada a partir de un sistema que enajena a sus ciudadanos, los aborrega, los arrodilla.
Ante semejante panorama, Miguel Brieva nos presenta a Víctor, un joven, que desde hace años vaga a la deriva en situación de paro intermitente. Lo que le conduce a una depresión, que a su vez le lleva a sufrir alucinaciones, que acarrean un estado de mansedumbre permanente, el no hacer nada.Así pues, Víctor es un joven emprendedor que apenas emprende, al menos en el sentido bíblico, pues comparte con sus amigos del parque estudios científicos sobre las jornadas laborales de las hormigas; cuida de su sobrina, llevándosela de visita a los museos; o se cuela en pleno foro económico.
Víctor apenas consigue estar a solas. Ni siquiera en los desiertos de sus sueños. Se le aparecen visiones de seres extraños, que le hablan e instruyen acerca de la situación actual. Sus amigos del parque, la familia, su sobrina, la psiquiatra rodean y acompañan al joven, haciéndonos conscientes de que nosotros, como Víctor, no estamos solos. Algo que, de hecho, se nos escapa a menudo por estar tan focalizados en nosotros mismos, en nuestro propio interés. La Humanidad entera se une a Víctor, cruzando espacio y tiempo: una mujer musulmana, un ruso de la estepa siberiana, una mujer china vestida con su traje tradicional, un soldado de la Primera Guerra Mundial, un Neanderthal.
Sólo es necesario algo de magia, y lo lograremos.