Que Quentin Tarantino es uno de los directores que cuenta con más fieles seguidores en la actualidad, es un hecho que no creo que se le escape a nadie. Sin embargo, la pericia del cineasta de Knoxville tras las cámaras no garantiza que sus recomendaciones sean igual de acertadas y/o recomendables. Porque sabemos que sus producciones están salpicadas por continuos homenajes, separados por una delgada línea del plagio, a toda clase de cine poco convencional, el mismo que fagocitaba en sus años en el videoclub Video Archives de Manhattan Beach.
Uno de esos ejemplos de homenaje lo encontramos en una de sus películas más celebradas: Kill Bill Volumen 1 (Kill Bill Volume 1, 2003). Concretamente en el personaje de Daryl Hannah, una enfermera con un parche en su ojo derecho de nombre Elle Driver. Para crear al personaje, Tarantino se basó en la que él considera la mejor película sobre venganza jamás hecha, una producción sueca titulada Thriller (Thriller – En Grym Film, 1973) de Bo Arne Vibenius. Sin duda estamos ante una afirmación bastante arriesgada, más aún después de haber disfrutado en su día de Old Boy (Oldeuboi, 2003) de Park Chan-wook, pero dándole un voto de confianza a Tarantino, decidí comprobar por mí mismo si tal aseveración es sostenible.
El argumento de Thriller es simple y directo, Frigga (Christina Lindberg) es violada de niña por un anciano depravado, perdiendo la capacidad del habla debido al trauma. Ya de mayor es capturada por una red de prostitución, drogada y obligada a entregarse a sus clientes. Frigga irá trazando su plan de venganza hasta que finalmente lo ponga en marcha.
Dirigida por Alex Fridolinski, seudónimo bajo el que se oculta Bo Arne Vibenius, Thriller sería el equivalente en los 70 a lo que hoy en día es la típica “película-escándalo” carne de Sitges. Vibenius, que llegó a ser director de segunda unidad en Persona (Persona, 1966) de Ingmar Bergman, contó para el papel principal con Christina Lindberg, famosa actriz erótica de la época y con un físico y unas dotes actorales que me hace suponer que el personaje de Frigga, muda y con bastantes escenas de desnudo, le venía como anillo al dedo.
La película se inicia con la escena de la violación de Frigga siendo niña, acto representado de forma harto curiosa mediante una especie de vómito negro que expulsa el anciano violador. Es de suponer que la idea era retratar la negritud del alma del anciano, y si su objetivo era provocar repulsión, puedo decir que lo ha conseguido con creces. Como ya he relatado, Frigga queda muda por el trauma y trabaja ayudando a sus padres en la granja familiar. Todo ocurre de forma más o menos normal, hasta que un día, en el trayecto a la escuela, se encuentra con un hombre que le invita a subirse a su coche. “Va de 0 a 100 en 81,2 segundos”, le dice el gigoló de regional, suficiente como para que Frigga se le una y dé comienzo así a una nueva pesadilla. El hombre resulta ser miembro de una red de prostitución, y ayudado por un tal Sam, que luce un peinado digno de Anasagasti, la drogan durante días hasta convertirla en adicta en tiempo récord.
Así, Frigga es obligada a recibir a su primer cliente. Sin embargo ella se niega y recibe un castigo por parte de sus captores: la dejan tuerta en una escena bastante desagradable y certera. Precisamente sobre esa escena nace un rumor que dice que se usó un cadáver real, algo a lo que sinceramente no doy crédito después de haberla visto. Ya “domesticada”, Frigga recibe su lista de clientes del día, más larga que la de los Reyes Godos, y aquí comienza una espiral de imágenes que tratan de horrorizar y escandalizar a partes iguales. El director no recula ni un ápice a la hora de usar cortes con imágenes pornográficas reales, claros injertos colocados una vez finalizada la producción que, lejos de resultar excitantes o estimulantes, son bastante desagradables y Vibenius no ahorra en primerísimos planos. Poco a poco dichas escenas se van intercalando con otras en las que vemos a Frigga recibiendo clases particulares en su tiempo libre sobre uso de armas, artes marciales y conducción temeraria. Sin lugar a dudas esta es la parte más tediosa de la película, en la que desprende un inconfundible aroma a “chicle estirado” y donde el director no sabe qué escenas incluir para darle variedad a la trama, consiguiendo que por momentos se vuelva insoportable la continua repetición de situaciones.
Una vez que Frigga comprueba que los cursillos han hecho el efecto deseado, comienza la parte final que comprende la venganza en sí. Frigga se enfunda una chaqueta de cuero y un parche a juego, dando lugar a una imagen muy potente que no es de extrañar que influenciase a Tarantino. Lo que viene a continuación es una retahíla de muertes a cámara lenta (ésta se la han visto Zack Snyder y los Wachowski, seguro), persecuciones en las que, por supuesto, los coches explotarán al más mínimo roce, la escopeta de la protagonista sin retroceso alguno, diálogos tan escasos como absurdos y una escena final digna de un spaghetti western que se convierte en lo más sorprendente y logrado de Thriller. Lo último que vemos es un final sin títulos de crédito, pero sí con una música estridente difícilmente soportable.
En definitiva, en esta ocasión le tengo que quitar la razón a Tarantino. Thriller no es, al menos para mí, la mejor película de venganza.