A finales de la década pasada pudimos asistir al surgimiento en Francia de una nueva generación de directores, con gusto por mostrar con toda la crudeza posible todo tipo de escenas macabras y truculentas. A este fenómeno se le vino a llamar el cine de terror extremo francés. Si tuviésemos que señalar el origen de esta nueva ola cinematográfica, tendríamos que retrotraernos hacia principios de siglo, momento en el que Gaspar Noé nos dio un puñetazo en toda la boca con Irreversible (Irréversible, 2002) y su archifamosa escena de la violación, mientras que un año más tarde veía la luz el slasher Alta Tensión (Haute Tension, 2003) de Alexandre Aja. Ambas producciones compartían el gusto por la transgresión, por su intención en remover conciencias y estómagos.
Tardaron en llegar los frutos sembrados por Aja y Noé, pero en España pudimos empezar a comprobarlos en 2007 en el festival de Sitges, ¿dónde si no? À L’intérieur (2007) dirigida al unísono por Alexandre Bustillo y Julien Maury, lograba causar sensación en un festival curtido en escenas impactantes, gracias a su escena final, que provocó que más de uno evitase la mirada ante el espectáculo. Sin embargo, analizada en fría, se trataba de una película con un esquema demasiado arquetípico, y con algunas escenas difícilmente explicables por el comportamiento de algunos personajes, como la alarmante falta de sentido común de la pareja de policías que se presenta en la casa donde se desarrolla, mayoritariamente, la trama.
Ese mismo año hacía acto de presencia Frontiére(s) (2007), dirigida por Xavier Gens. En esta ocasión se tomaba como punto de partida las revueltas estudiantiles de París, conformando un escenario casi apocalíptico, para al poco abandonar la premisa inicial y abrazar con fuerza los esquemas mil veces vistos del terror estadounidense. Estamos, ni más ni menos, ante la película de paletos sureños y misóginos trasladada a Francia y sustituyéndolos por neonazis. Las escenas de apuñalamientos, torturas y amputaciones son tremendamente explicitas, pero ni aun así logran que nos quitemos la idea de estar ante un remake encubierto de La Matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) de Tobe Hooper. Años después, Xavier Gens cruzaba el charco y nos ofrecía Aislados (The Divide, 2011), una apocalíptica cinta que pretende hacernos sentir inquietud mostrándonos el lado más salvaje del ser humano, pero que desgraciadamente falla en su cometido.
También resultó ser muy convencional La Horda (La Horde, 2009), dirigida por Yannick Dahan y Benjamin Rocher. Una nueva producción con los zombis como protagonistas, aunque esta vez ambientada en los suburbios franceses y con una banda de traficantes como vehículo para mostrar una realidad social dentro de una irrealidad fílmica. Realmente no ofrecía nada novedoso, y valió más como punto final de un periodo en el que el cine francés se volvió más extremo que nunca.
Pero la que fue la joya de la corona, y la que realmente le dio sentido a todas estas producciones, fue Martyrs (2008) de Pascal Lauglier. Retrocedamos hasta el festival de Sitges, en el momento en el que se proyecta esta producción una ambulancia aguarda a las puertas de la sala por lo que pudiera pasar. ¿Exageración o publicidad mal disfrazada? Quizá, pero un visionado de Martyrs bastará para convencerte que no estamos ante una película normal. La acción comienza de forma casi idílica, una familia feliz se dispone a desayunar, el día es radiante y el blanco se impone en la gama cromática de la escena. De repente suena el timbre de la puerta, y al abrir aparece en escena una chica ataviada con una escopeta, la dispara y desde ese preciso momento Martyrs no te dejará ni un solo momento de respiro. La sensación de desasosiego y de tensión extrema consigue poner en jaque a cualquier espectador que mínimamente se implique en la trama, y es que la película no ataca únicamente con escenas sangrientas, que las hay, sino que principalmente incide en la psicología del espectador. Poco a poco va descubriendo sus cartas y mostrando el pasado de la protagonista. Descubrimos que con 14 años fue raptada y sometida a torturas, consiguiendo escapar milagrosamente y tomando la determinación, años después, de vengarse de sus captores. Sin embargo, lo que encuentra va más allá de su imaginación, descubriendo que fue víctima de una organización que continua reteniendo a seres humanos.
Pese a desarrollarse toda la trama en un espacio bastante reducido, logra salir airosa y no dando síntomas de fatiga. Al contrario, el nivel de tensión va subiendo poco a poco mientras no cesas de preguntarte por qué y a la vez piensas que quizá sería mejor no conocer la respuesta. Por este tortuoso sendero de conocimiento quedará un reguero de sangre, cicatrices, heridas, suciedad, sudor, lágrimas y escenas en la que las dos actrices protagonistas, Mylène Jampanoï y Morjana Alaoui, superan con solvencia el reto de mostrar emociones tan extremas.
Martyrs es una tortura para tu mente y estómago, es una de esas películas que en situaciones normales verás una única vez, si es que llegas a atreverte a verla. Seguramente no habrá muchos que se arrepentirán de afrontar el reto, pese a las cicatrices mentales que te pueda provocar y el poso que te deje durante días. Lauglier consiguió en esta película casi una cabriola: que lleguemos a apreciar una película que ofrece un espectáculo tan detestable. No es algo que recomendarías a cualquier persona.
Tras la sorpresa que supuso Martyrs, Lauglier logró pode rodar con dinero canadiense El Hombre de las Sombras (The Tall Man, 2012), una irregular cinta cuya mayor virtud reside en el radical cambio de género que se produce a mitad de metraje. Seguramente más de uno esperábamos una tortura psicológica similar a Martyrs, y por eso El Hombre de las Sombras decepcionó todavía más.