La Puerta del Infierno o la llegada del color

La_puerta_del_infierno-123420438-largePodemos considerar a La Puerta del Infierno (Jigokumôn, 1953) como la primera película japonesa en color en ser admirada y alabada en el mundo occidental.  Por primera vez, los “enormes” ojos europeos y americanos se fijaban en el bucólico uso del color del cine nipón, repleto de contrastes, de colores vivos mezclados hasta la exageración. Un brusco salto al cine en color, como si se abandonase con rabia el blanco y negro o como un niño que por primera vez pinta con sus lápices de colores. Sin embargo, no todo el mundo quedó cegado ante tal explosión, el prestigioso crítico francés André Bazin sostenía que lo que sostenía la película era la poca experiencia del público occidental en el visionado de películas japonesas. En parte no le falta razón, ya que La Puerta del Infierno seguramente se encuentra un paso por detrás en el uso del color de las mejores producciones de Kurosawa, o su representación de la mujer no llega hasta la altura de la de Kenji Mizoguchi, pero ¿quién podría imitar a estos dos genios?

Quizá lo de Bazin no sea más que el querer ir a contracorriente en una época en la que el cine japonés se ponía de moda. Seguramente sucedería en los años 50 algo similar a lo ocurrido con el cine coreano en este principio de siglo, salvando las distancias por la inmediatez y la facilidad que proporciona hoy en día Internet, con la llegada de Old Boy (Oldeuboy, 2003) de Park Chan-Wook, pero La Puerta del Infierno cosechó un buen número de premios en su periplo por Europa y América, ganando la palma de oro en Cannes, el gran premio del Festival de Locarno, el premio del Círculo de Críticos de Nueva York, e incluso el Oscar a mejor película extranjera de 1954. Más allá de injustas comparaciones con las que prácticamente nadie saldría indemne, podemos considerar a La Puerta del Infierno como otra de las obras maestras que el cine de temática feudal japonés nos ofreció.

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La trama, ambientada en la época Heiji, nos narra la historia de Moritô, un samurái fiel al emperador que durante un ataque al palacio se presta a participar en una maniobra de distracción, en la que una falsa hermana del emperador actuará como señuelo. La misión es un éxito y Moritô se enamora de la joven, de nombre Kesa. Moritô, como pago a su éxito y fidelidad, le reclama a su superior la mano de Kesa, pero ella ya está casada y le pide que la olvide. El título, La Puerta del Infierno, podría considerarse una metáfora, pese a que físicamente aparece en la película, de la situación del samurái Moritô, quien por su código de honor debe luchar por olvidar a Kesa. Sin embargo, su lealtad se ve ante un gran dilema, ya que su amor es grande y no encuentra la manera de mitigar sus sentimientos hacia ella. La película se sustenta, además de en su fotografía, principalmente en la actuación, fuertemente marcada por el teatro tradicional kabuki, de sus dos protagonistas: Kazuo Hasegawa como Moritô y la gran Machiko Kyô como Kase, siendo ella una gran estrella de la época, habiendo ya participado en películas de la talla de Rashomôn (Rashomôn, 1950) de Akira Kurosawa y Cuentos de la Luna Pálida (Ugetsu Monogatari, 1953) de Kenji Mizoguchi. Posteriormente llegaría a protagonizar junto a Glenn Ford y Marlon Brando La Casa del Té de la Luna de Agosto (The Teahouse of the August Moon, 1956) de Daniel Mann.

La Puerta del Infierno ha sido recientemente restaurada, y estamos a la espera de que salga una edición nacional que esté a la altura y nos permita disfrutarla tal y como se merece.