Una de las figuras más arrebatadoras de la historia del rock. Cuando hablamos de la torrencial Kristin Hersh, siempre salta a la mente su trayectoria como cabeza de león de los Throwing Muses. Si la trayectoria de esta fascinante formación bostoniana nunca ha sido ponderada en su justa medida -incluso Belly, el grupo de su hermanastra Tanya Donnelly, tuvo más repercusión-, lo de la carrera en solitario continuada por Hersh tras el exitoso Hips & Makers (4Ad, 1994) ya merece un capítulo aparte. Sinceramente, ¿alguien se ha enterado que, aparte de Throwing Muses, Hersh lleva ya hasta ocho discos en estudio firmados con su propio nombre? De pulsión mayormente acústica. A pesar de la irregularidad de su trayectoria sin el resto de Throwing Muses, Hersh nos ha entregado al menos un póquer de obras sobresalientes, entre las que se encuentra este arenoso Sunny Border Line (4AD, 2001). Su obra más eléctrica, ésta supura la fibra de Hersh a la superficie entre fogonazos saladas de calma inquieta. Si hay herida, ésta tiene que curarse con sal, con dolor.
Catálogo jugoso de melodías incómodas, las canciones de esta obra siguen al dedillo el libro de estilo de Hersh: siempre están esperando romperse en mil pedazos. Construcciones instrumentales hechas a jirones, y luego pegadas casi al azar. La única manera de que su revoltijo emocional tenga sentido, es mediante esta disposición natural hacia el más difícil todavía. Genial alteración de los tópicos del rock. Por ejemplo, Hersh no entiende un susurro sino es como preludio de la tormento. En su caso la calma siempre viene antes de la tormenta. Si con Throwing Muses se despliega entre cabalgadas abruptas de rock-folk bilopar, para Sunny Border Line la variación consiste en alterar los productos, resultando en un sangrante compendio de folk-rock atemperado.
La tensión latente desde el primer corte, para la segunda parte de ‘Spain’ la coraza de nervios ya será expulsada a entre gritos rugosos templados en su garganta de mercurio. Y es que las cuerdas vocales Hersh quizás hayan perdido gramos de dulzura con el paso del tiempo. Pero, por el contrario, su canto ha encontrado un punto de ingravidez arisca que hace que las palabras salgan de su boca libres de cualquier tipo de afectación artificiosa. No, Hersh no necesita de pesados acentazos sureños, ni de ningún truco de género. Hersh es un género en sí mismo. Gracias a ella, ni el folk nunca había sonado tan crudo ni el rock tan desnudo.
Más que nunca, en esta obra Hersh ha germinado su fuego interior entre cambios de estados anímicos tan chocantes como las erupciones caldeadas desde la aparente brisa acústica que lanza todo este cancionero. Hersh retuerce sus diferentes personalidades entre canciones donde asoma la niña interior –‘Candyland’- para luego devolverte entre abluciones eléctricas a la dura realidad -‘Summer Salt’-.
Trece giros sobre sí misma sin el menor indicio de paja. Otros momentos para el recuerdo nacen de las cenizas en formas de recuerdo que espolvorea una miniatura fantasmagórica como ‘Measure’ o el ardiente pulso en seco que marca el trayecto torturado de ‘White Suckers’. De la pasión epiléptica desplegada en ‘Ruby’ al rugido estremecedor que Hersh exhala en ’37 Hours’. Tras llegar al final de esta arrebatadora circunvalación de sentimientos. La pregunta que surge resulta inevitable: ¿por qué un ostracismo tan descarado hacia su obra en solitario? Comparando este disco con cualquiera de los trabajos de Jools Holland, Dayna Kurtz, M. Ward o demás artesanos de la americana actual, resulta que el disco de Hersh acaba por ensombrecerlos a todos y cada uno de ellos. Porque con Hersh la inclinación hacia revival enmascarado siempre es evitada. Más que nada porque Hersh no tiene más que sumergirse en su propio volcán interior para expulsar el magma de la inspiración. Para esta ocasión, fascinantemente transformado en roca calcárea al instante de rozar con nuestros oídos.
Ni que decir tiene que a Hersh le importa un pimiento no ser carne de cañón de Pitchfork y demás medios generalistas disfrazados de indies -bueno, en realidad el indie es el nuevo mainstream-. No, Hersh hace discos para unos pocos agraciados que no tienen miedo a enfrentarse ante striptease tan descarnados como Sunny Border Line. Un regalo para soleados días de otoño y fríos días de verano.