Jackie Kennedy frente al féretro de su esposo asesinado; Marilyn después de su presunto suicidio; el hombre más buscado; la silla eléctrica; accidentes automovilísticos; una explosión atómica repetida hasta la saciedad. Si dijéramos que estas imágenes pertenecen al arca de un artista, quizá pensarían en un alma atormentada por el vertiginoso siglo XX. Pero se equivocarían. Nada más lejos de la realidad. Su autor fue Andy Wharhol, el rey del pop art.
Andrew Wharhola nació en Forest City (Pennsylvania) el 6 de junio de 1928. Él mismo reconoció que su partida de nacimiento de 1930 era falsa. Murió el 22 de febrero de 1987. Fue un gran creador, pero también una leyenda americana.
Su nacimiento, en el seno de una familia humilde de procedencia eslovaca en pleno corazón de Pensylvania, le marcó profundamente. Su padre, Ondrej Warhola era montador y falleció cuando Andy tenía 14 años. Julia, su madre, se dedicaba a la limpieza y confeccionaba flores artificiales para venderlas. Andy era el mediano de tres hermanos. A pesar de las penurias económicas consiguió matricularse en la escuela Carnegie Institute of Technology, donde recibió clases de pintura y consiguió su título en 1949. Al finalizar los estudios, se trasladó a Nueva York, acompañado por su madre para trabajar como ilustrador y dibujante. Colaboró en revistas como “Vogue”, “Glamour”, “Tiffany’s & Co” y en agencias de publicidad, donde su trabajo como diseñador gráfico le reportó pingües beneficios, amasando una pequeña fortuna. Por esta razón le costó abandonar el mundo de la publicidad para dedicarse al arte. Le aterraba quedarse sin un centavo. “Me aterroriza perder todo en un minuto y volver a ser un miserable”, confesó en cierta ocasión. Fue este miedo lo que le condujo a hacer realidad el sueño americano: de la nada llegar a ser inmensamente rico, uniendo en matrimonio el negocio y el arte, pues según Warhol, “ganar dinero es un arte”.
La corriente artística que dominaba en Estados Unidos en la década de los cincuenta era el expresionismo abstracto, un movimiento enfocado al interior del artista, preocupado por asuntos sociales, políticos y morales. Wharhol no estaba interesado en este movimiento, demasiado lúgubre y desolador. Prefería los artículos de consumo y la televisión. Se podría decir que Andy Wharhol estuvo en el lugar adecuado en el momento preciso. ¿Acaso existiría Andy Wharhol sin el pop art? ¿Es Wharhol, de hecho, el pop art? Por supuesto no es el único artista pop, pero, sin duda, Andy representa su figura más reconocida.
La obra de Warhol es el subproducto de la sociedad del bienestar, del capitalismo más feroz y desmesurado. Transforma productos tan básicos como la sopa de tomate Campbell’s, la Coca-cola o el dólar en puro arte. Que llevara estos productos desde el supermercado a las galerías es un hecho sin precedentes. Andy Wharhol fabricó un arte a la medida de la sociedad en que vivía. Desde la antigua Grecia, arte y sociedad nunca estuvieron tan unidos. Si el Realismo del siglo XIX pretendía un acercamiento al pueblo y se nutría de él para expresar mediante el arte su sufrimiento, el pop art consiguió una comunión con la plebe infinitamente mayor. El pop de Wharhol nació por generación espontánea de la sociedad americana que no había oído hablar de Víctor Hugo, Bécquer o Millet, una sociedad engolfada en el entretenimiento. Después de los lúgubres lienzos del expresionismo abstracto, derivado de la Segunda Guerra Mundial, en los sesenta la sociedad americana veía el presente con mejores ojos. Wharhol, también.
Con Andy Wharhol aparece un nuevo icono de artista hasta entonces desconocido: el artista industrial. Su productividad se podría equiparar a la de otros creadores que trabajaron incansablemente como Van Gogh, Monet o Michelangelo. Sin emabrgo, lo que diferencia a estos artitas de Wahrhol es su clara intención de producción a nivel industrial. Declaró que le gustaría ser una máquina para poder producir de manera industrial y, de alguna manera, lo consiguió.
En 1960 trasladó su estudio a la Calle 47. Allí nació la Factory, un taller de espíritu renacentista con 18 empleados y del que no sólo saldrían obras de Andy Wharhol, sino de otros artistas. En la Factory se reunían músicos, actores, cineastas, estudiantes, poetas, travestidos. La Velvet Underground vió nacer allí su primer disco “The Velvet Underground & Nico” en 1967. A pesar de su ingente y popera productividad, Wharhol no hacía un arte para el pueblo, pues muy pocos podían permitirse el lujo de comprar un cuadro suyo por su elevado precio. Avanzados los sesenta había hecho realidad su sueño: pintar para la beautiful people. Pero el creativo chico del pelo blanco no se conformaba con pintar cuadros. Empezó a interesarse por el cine, rodando una serie de películas experimentales, cuyo leitmotiv era la repetición y el aburrimiento. Dijo que sus películas estaban hechas para hacer otras cosas mientras el espectador las veía: comer palomitas, incluso dormir. Encontramos aquí un claro precedente de las películas de sobremesa que echan los fines de semanas.
Andy Wharhol fue un artista prolífico. Llegó a pintar alrededor de 2.000 cuadros en seis meses. Publicó asimismo dos autobiografías y escribió diarios, aparte de editar la revista Interview. Se le definió como una persona tímida, amable, observadora, calculador y en ocasiones ausente, pero sobre todo como un trabajador incansable. Wharhol fue un visionario cuando vaticinó: “En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos”. Basta con encender el televisor y zapear durante unos minutos para saber que no se equivocó.
Andy Wharhol se hizo un mito a su medida ocultando datos de su vida privada, a pesar de que ésta brillaba por su ausencia, porque frecuentaba las fiestas y apareció en las televisiones al lado de Liza Minelli, Muhammad Alí, Henry Kissinger y Ginger Rogers. Quizá por tan ajetreada vida social o por puro instinto de enfant terrible, llegó a utilizar dobles para algunas de sus apariciones públicas. Se operó la nariz y le hizo la cirugía estética a su apellido extirpándole la a final. Wharhola por Wharhol. Sin emabrgo, no pudo librarse del riesgo que comporta ser una celebridad. Del mismo modo que John Lennon, aunque con mejor suerte, Wharhol fue herido de suma gravedad en junio de 1968 por Valerie Solanas, una feminista perturbada, recuperándose en unas semanas. Solanas se entregó y fue internada en una clínica mental. Mas tarde sería condenada a tres años de prisión. Resulta irónico que escapase del asesinato frustrado y luego la muerte llamase a su puerta con el disfraz de una operación sin importancia de vesícula biliar.
Andy Wharhol fue, además, el retratista del siglo XX. Entre sus modelos destacan las serigrafías de Marilyn Monroe, Liz Taylor, Elvis Presley, la reina Isabel II, Sigmund Freud, Goethe y Franz Kafka. Algo que algunos podrían interpretar como un ultraje hacia la figura del lúgubre genio. Quizá Wharhol fue demasiado lejos. ¡Si Kafka levantara la cabeza y se viera retratado como un mero icono pop!
Con evidente sentido premonitorio, en los sesenta realizó serigrafías con una temática muy alejada del pop: la muerte. No se limitó a retratar la muerte de famosos, quiso que la gente anónima fuera la protagonista. La serigrafía “129 muertos” (en accidente de aviación) plasma a partir del artículo en primera del diario The New York Mirror la noticia de la mayor catástrofe aérea.
Tal vez, de seguir vivo en Nueva York, hubiera salido a la calle con su cámara de vídeo para grabar al ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, consecuencia de la labor del mayor gigante del pop art, Estados Unidos.
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Este artículo fue publicado en la revista Jano. Medicina y Humanidades, en el número del 22-28 de marzo de 2002. VOL. LXII Nº 1424 (páginas 79-00), y firmado por sus autores, Juan Soto Viñolo y Carmen Lloret.