En 1959 Camilo José Cela publicó un número extraordinario de su revista mallorquina Papeles de Son Armadans dedicado a Antoni Gaudí i Cornet (Reus 1852 – Barcelona 1926) en cuyo prólogo escribió que no era un arquitecto del Modernismo –como le etiquetan ciertos historiadores–, sino un arquitecto intemporal por su manifiesta genialidad. Josep Pla por su parte manifestó que Gaudí se inventó la arquitectura. Gaudí que hizo lo que hizo en su tiempo, lo podía hacer ahora o en el siglo XIV, asegura Joan Bassegoda Nonell, director de la Real Cátedra Gaudí de Barcelona.
Gaudí, soltero, de 1.70 de estatura, pálido de piel, cabello rubio y ojos azules que luego se dejó crecer una barba cana, era a la vez pausado e irritable, conducta propia de las gentes del campo de Tarragona, “tardo en airarse y presto en deponer la ira”, como escribe Cervantes en El Quijote. Cuando Gaudí se enfadaba al contrario del común, no gritaba, sino que bajaba la voz y todos se echaban a temblar.
Tuvo, obviamente, amigos y enemigos. Entre los primeros -y benefactor- el conde de Guell, que hizo posible la mayor parte de su obra y entre los segundos los Milá, el padre Ossó y Feliu Elías que fueron, más que enemigos, discrepantes de su obra y de su carácter fuerte e irreductible.
Gaudí fue hombre tímido de extrema sencillez e ingenuidad, condición que le permitía ver las cosas como son sin la deformación profesional de los arquitectos. Como quiera que se quedó soltero, no pronunció conferencias, rechazó invitaciones, no escribió pues prácticamente es ágrafo, se hace difícil una aproximación a su personalidad humana. Nadie sabe lo que soñaba Gaudí. Lo único que puede juzgarse y valorarse de Gaudí es su obra irrepetible.
Observó en la naturaleza la existencia de formas geométricas utilísimas que hacen estructuras diversas y sugerentes como son los árboles, las montañas o los esqueletos de los mamíferos. Una geometría que no usan los arquitectos sujetos a la esclavitud del compás y la escuadra, la geometría euclidiana, mientras que Gaudí -y ahí radica su singularidad- tomó las formas estructurales y decorativas de la naturaleza para llevarlas a la construcción de su obra con el propósito franciscano de amar la naturaleza como obra de Dios. Hay una frase de Gaudí que es el símbolo del año 2002: “La originalidad es volver al origen”. ¿Qué es el origen? Es la naturaleza. Y la naturaleza ¿quién la creó?
Gaudí solía decir que no tenía ninguna fantasía, “si acaso tengo imaginación” y aseguraba que el arte sólo es posible en el Mediterráneo, donde la luz alcanza los 45 grados, iluminando las cosas perfectamente. Por esta razón se sentía pariente de los italianos y griegos.
Por lo que se refiere a su vida privada se enamoró de Pepita Moreu, maestra de escuela de la cooperativa La Mataronense en la que trabajó Gaudí, pero ella le rechazó porque estaba comprometida. Fue la única mujer de su vida y quizá pueda entenderse su soltería porque en su arquitectura hay una sublimación de sentimientos sensuales con formas mórbidas que proyectan en la piedra lo que no hace con el cuerpo. El arquitecto José Pijoán Soteras dijo que Gaudí ponía en las piedras el mismo sentimiento que nosotros ponemos en las personas.
Al final de su vida, Gaudí fue amigo de Cambó, elogió a Prat de la Riba y tuvo un director espiritual, el padre Mas, pero en su juventud, fruto de una educación católica liberal en los escolapios de Reus, sostuvo el ardor de la Renaixença, el patriotismo romántico de una falsa historia de Catalunya, y se relacionó con los socialistas de la Segunda Internacional, fue amigo del arquitecto Camilo Oliveras que proyectó un monumento al anarquista Bakunin y entre sus amistades se contaban gentes de izquierdas como el diputado republicano Miguel Moraita. Gaudí tuvo dos formaciones opuestas y al final se decidió por una, la ortodoxia católica, lo cual es un mérito porque si hubiera sido una persona como san Luis Gonzaga no habría pasado de ser una rata de sacristía o un meapilas, puntualiza Bassegoda Nonell.
¿Puede establecerse un parangón estético entre Gaudí y otros arquitectos? Quizá, echando la vista atrás con el barroco italiano Francesco Borromini y el escultor Juan Lorenzo Bernini, pero con ninguno de sus contemporáneos modernistas. El Modernismo es un corto período de la historia, la belle epoque, que se acaba con la Guerra Mundial, ajeno a Gaudí. No hay una escuela gaudiniana porque su mensaje fue: “No me copiéis a mí, copiad a la naturaleza”. Lejos de Gaudí, aunque con cierta influencia suya, Santiago Calatrava ha hecho formas gaudinianas; también el arquitecto hispanomexicano Félix Candela, autor del estadio de México en la Olimpiada de 1968, Eduardo Torroja y Fray Otto, autor de la cubierta colgante del estadio de Munich, formas colgantes que Gaudí ya había utilizado.
Gaudí dijo que la Sagrada Familia era una obra de generaciones que acabarían otros arquitectos por una razón muy sencilla. Nunca se proyecta medio edificio. Interrumpir la construcción de la Sagrada Familia a la muerte de Gudí era, como mucho, un pensamiento romántico que apuntó el arquitecto italiano Gino Ponti. Pensando en que la Sagrada Familia –el monumento más conocido en el mundo, visitado por dos millones de personas al año, según Bassegoda Nonell-, debía continuarse tras su muerte, Gaudí dejó preparadas las maquetas de la iglesia o lo que es lo mismo, dejó explicada la forma y el formulismo religioso sin referirse a los materiales, pensando que en el futuro las técnicas estarían más perfeccionadas. Si entonces se trabajaba en piedra, después se iba a trabajar con hormigón armado que Gaudí apenas utilizó.
Tan grande genio vino a morir de forma trágica y vulgar, atropellado por un tranvía de la línea 30, llamado de la Cruz Roja en la plaza Tetuán de Barcelona el 7 de junio de 1926, alrededor de las cinco y media de la tarde. Lo recogieron dos caballeros llamados Antonio como él, trasladándolo en un taxi a la Casa de Socorro de la Ronda de San Pedro, donde en un relevo de personal se perdió su ficha, hasta que fue localizado en el hospital de la Santa Cruz (hoy Biblioteca Nacional de Catalunya) por el padre Gil Parés y por el arquitecto ayudante Sugranyes. Falleció el 10 de junio de 1926 a las cinco y media de la tarde, murmurando. “Deu meu, Deu meu (Dios mío, Dios mio)”. Nadie se preocupó de él. Ni los suyos, ni los servicios médicos, durante los tres días de agonía, pero al multitudinario entierro, se apuntaron todas las autoridades civiles y militares de Barcelona y numeroso público.