Grace Jones: «Slave to the Rhythm»

1985 fue el año de la gran vuelta al ruedo de Grace Jones a la palestra pop. Tres años sin la diosa suprema de ébano ya era demasiado. Curiosamente, su ausencia no fue sino para aumentar su fama. No en vano, en 1984 había participado como la malota de “Conan el destructor” (Conan The Destroyer, 1984) y “James Bond. Panorama para matar” (James Bond. A View To Kill, 1984), dos de las películas más taquilleras de aquella temporada.

grace jones 1La imagen de Jones a través de una gran pantalla de cine resulta de las más impactantes que uno pueda visionar. Su figura bizarra, como de Diosa mitológica venida de una región africana del espacio exterior, es de las que quedan fotografiadas en la memoria. Vaya que sí. Quien haya visionado esas dos películas, en cuestión, habrá podido comprobar cómo su imperial porte estilizado se asemejaba más a la figura del Carl Lewis del ’84 que a la de la típica estrella pop. Un buen punto de partida, Grace Jones es una de esas artistas que no han surgido para romper el molde, sino para pulverizarlo. Hasta aquel entonces, había sido una de los tótems de la música disco. Había salido victoriosa de la campaña integrista “disco sucks”[1], por medio de su reinvención como gran musa andrógina del post-disco. En 1981 alcanzó su cumbre musical mediante Nightclubbing (Island, 1981). Pero, sobre todo, había hecho trizas el estereotipo de la arquetípica musa pop. Al igual que Siouxsie, Poly Styrene, Laurie Spiegel o kate Bush, Grace Jones pertenece al grupo más relevante de pioneras pop. En su caso, mostrando una femineidad poderosa, dominante, imposible de encorsetar bajo el prisma sexual del clásico machito onanista. Grace hizo su parte en abrir el camino para mujeres como Salt N’ Pepa o Missy Elliot, grandes amenazas para el yugo misógino que hila el gran entramado. Para ello, realzó sus orígenes caribeños. Se autoesculpió en un molde de exuberante orgullo africano, y lo desasexualizó  mediante una puesta en escena totalmente andrógina. Cuando versionaba a Joy Division -su revisión bañada en dub dislocado de ‘She’s Lost Control’ provoca salivamiento crónico-, Jones era capaz de hacer que el dejá vu provocado por el tono barítono de Ian Curtis emergiera como el de un niño con acné. Cuando se adentraba en terreno masculino -casi todas sus versiones son de artistas del sexo opuesto-, siempre hace que emerja una inercia comparativa en el oyente. Ella siempre se impone. El ego masculino reducido a cenizas. Grace Jones es dominante, autónoma, tanto como para hacer que un LP compuesto por una serie de productores chiflados sea su disco más personal y 100% suyo. Ése es el caso de Slave To The Rhythm (Island, 1985).

La historia de esta grabación arranca con la obsesión de Trevor Horn con diseñar el hit perfecto, ‘Slave To The Rhythm’, su oda más apoteósica al pop total, un monumento de funk-pop futurista diseñado con un descomunal muro sintetizado y un despliegue afro-percusivo con dejes cubanos. Tras casi volverse (aún) más loco, Horn tenía pensado utilizar su composición como el siguiente single de ‘Relax’, de Frankie Goes To Hollywood, su gran creación para ZZT. Menos mal que desde Island le dejaron caer la idea de proporcionarle esta canción a Grace Jones. Sin duda, más hecha a su medida que a la del frágil Holly Johnson.

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Pero ‘Slave To The Rhythm’ era una canción que representaba mucho más. El proceso de locura hasta alcanzar la perfección, filtrado en una serie ingente de modificaciones, versiones alternativas y metabolizaciones entre diferentes texturas estilísticas. Semejante siembra era material de primera para poder grabar el primer LP dedicado a una única canción. Dicho y hecho. La idea fue adoptada por Jones, que acabó haciendo de este proyecto su obra más autobiográfica. Si ya resultaba un desafío el hecho de que ‘Slave To The Rhythm’ fuera concebida como una serie de radiografías de una canción pasando del quirófano al post-operatorio, que su corazón narrativo girara en torno a la vida de la propia Jones ya podía descolocar al más pintado. Si en Nightclubbing Jones había realizado una obra de transfiguración múltiple, adoptando la forma del personaje principal de cada una de los protagonistas de las versiones escogidas; ahora ella, y nadie más que ella, era la actriz principal, su actuación más auténtica: ella misma. Para plasmar sus intenciones, a lo largo del disco -sobre todo, en ‘Frog & The Prince’-, llegan a contar con el actor Ian McShane -sí, sí el de Deadwood (2004-2006)- para relatar partes de la biografía Jungle Fever, escrita por Jean-Paul Goude, pareja sentimental en aquellos tiempos de Jones, y con la que compartía una hija en común. Además, para dar mayor veracidad al filtro biográfico, se introducen extractos de una entrevista a Grace Jones conducida por el mítico periodista Paul Morley.

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¿Qué estará maquinando? Nada bueno, seguro.

Grace Jones acabó convirtiendo su esclavitud para con el ritmo en su rastro vital. Pero donde mayormente relucía la esencia más profunda de Jones era en la misma ‘Slave To The Rhythm’, titulada en el LP como ‘Ladies and Gentlemen: Miss Grace Jones’. Más claro, imposible. La canción lanzadera del LP fue la utilizada por Jones para hacer suya una letra en la que se producía una doble interpretación, cualquiera de las dos muy representativa de los orígenes y vida de Jones. La primera se basa en la esclavitud sufrida por el pueblo afroamericano a lo largo de los siglos. La segunda conecta directamente con la esclavitud del artista dentro de la industria musical. Este segundo apunte resulta de lo más curioso, más cuando Trevorn Horn es el compositor principal de esta canción. No olvidemos que Horn no resplandecía precisamente por su buen trato con sus apoderados. Y si no que se lo pregunten a los miembros de Frankie Goes To Hollywood que él mismo expulsó del grupo… O cuando a los mismos miembros de los Frankie Goes… les mandó a casa ¡porque les iba a grabar su disco! Delirante. Pero Jones estaba hecha de otra pasta. Tanto que Slave To The Rhythm es una muestra de cómo Jones le puso la correa a Trevor Horn, y no al revés. Cuidadín.

Aunque Slave To The Rhythm tampoco se trate de una obra superior, ni siquiera es su mejor disco, sólo por ‘Slave To The Rhythm’, una de las canciones más magnéticas de la historia, ya merece la pena. ¿Puede un disco orbitar en base a ramificaciones y borradores de una sola canción? Slave To The Rhythm es la gran prueba de que sí. Otra cosa fue lo que hizo Prince con ‘The Most Beautiful Girl In The World’. Misma idea, resultados antagónicos.

Pese a que ‘Ladies and Gentlemen: Miss Grace Jones’ lo vampiriza todo -no podía ser de otra forma-, lo genial del caso es que está utilizada para cerrar el álbum, no para abrirlo. Este hecho proporciona mayor relevancia al resto del cuadro, que se escucha como un viaje transversal. Slave To The Rhythm comienza desde el final. Nos muestra los reflejos que llegan hasta el espejo que se encuentra al final de la pista de baile.

Los engranajes recios, sólidos como el acero, de ‘Jones The Rhythm’; ‘The Fashion Show’ y ‘Slave To The Rhythm’ -no confundir con el single-, los dos pre-reprise de ‘Ladies and Gentlemen: Miss Grace Jones’; la integración de spoken-word e hipnosis digitalizada en The Frog & The Princess’ y ‘The Crossing (Oohh The Action…)’, por momentos, la travesía peca de algún que otro sobreplastificado en la producción. Sin embargo, la coherencia resulta aplastante. Las posibles dudas acarreadas se reducen a una sola cuestión: ¿realmente ha merecido la pena pasar por siete puertos de embarque antes del momento esperado? Sin duda, aunque sólo sea por conocer las entrañas y sombras de una de esas canciones exclusivas, predestinada a copar un puesto de honor dentro del gran altar a la ambición artística. Y si no, para muestra el vídeo de esta joya. ¿El mejor de la historia? Que cada uno juzgue por sí mismo. Para que luego carguen contra la ¿artificialidad? de los ’80… Desde luego, que poquita gracia tienen algunos…

 


[1] “Disco sucks” fue una campaña abierta en 1979 por una serie de integristas del rock, encabezada por críticos y músicos que veían la música disco como una amenaza a erradicar. Pobres desgraciados, menos mal que el post-punk patentado aquel mismo año puso las cosas en su sitio. Sin embargo, los daños sufridos por gente como Jones, Giorgio Moroder, Chic o Donna Summer fueron tremendos. Tal censura se acabó extendiendo a otros artistas, como David Bowie, a través de la cuestión de su supuesta integridad. ¿Eh? Patético.