Qué tiempos aquellos, los del rock de los 80. Sí, hay ocasiones en las que un acto de nostalgia está plenamente justificado si este viene acompañado de una buena selección de discos sacados del estante dedicado al rock underground americano de mediados de aquella década. Y más si nos paramos a repasar la cosecha SST del 84, que emerge como una de las más productivas en la historia del rock post-1966. My War (SST, 1984) de Black Flag, Double Nickels On The Dime de Minutemen (SST, 1984), Meat Puppets II (SST, 1984) de los Meat Puppets y, cómo no, Zen Arcade (SST, 1984) de Hüsker Dü. En el caso del power-trío de Minneapolis, Zen Arcade cumplió la función de gran catalizador del cuerpo de formas atisbadas para practicar un acto de cirugía severa en el corazón de la liturgia rock. Si Black Flag estaban empeñados en surtir de fuentes renovadas de rabia las sagradas escrituras de Black Sabbath, Minutemen extrapolaban los códices cubistas del blues de Captain Beefheart entre esbozos esquizofrénicos de punk-funk-jazz y Meat Puppets se erigían como la llave a una dimensión paralela en la que las raíces del folk americano habían sido saboteadas por cadenas de ritmo anguloso, Hüsker Dü estaban en su senda teledirigida hacia la reubicación de los 60 como fuente inspiradora hacia una nueva neopsicodelia punk; en su caso, por medio de la conjunción del afrofuturismo eléctrico de Hendrix -con ‘Dreams Reocurring’ como ejemplo más lozano-, la psicodelia celestial de los Byrds –tal como en ‘Pinks Turn To Blue’- y la necesidad inherente de concebir el rock como algo grandioso por la suma de sus partes dentro de un todo mayor y unificador.
Aquel año 84 fue un punto de partida crucial para la reconcepción del rock underground. Ya no bastaba con estirar el canon de la miniaturización del sonido en formas que devolvieran al rock hacia un estado embrionario, lejos de la supuesta ampulosidad con la que se solía enfocar lo ‘progresivo’ y demás formulaciones –como el hard-rock o el heavy metal- sospechosas de enfocar la creación como una extensión genital de sus autores. Al igual que en el Reino Unido, el post-punk provino de capacidad panorámica en la ejecución de los valores expresados por el punk ’77[1], en Estados Unidos, fueron bandas como Fugazi, Flipper, Butthole Surfers, Hüsker Dü y Minutemen las que abrieron el campo de acción que las avanzadillas hardcore estaban negadas en abrir. Este arreón generacional acabó derivando en el punk neopsicodélico norteamericano, que se nutrió de la propensión aperturista del punk, incluso tomándolo como modelo no sólo como mentalidad, sino también como parte de los tonos musicales de la paleta propuesta; en este caso, la conexión rítmica del disco-funk. De este modelo surge la gran equivalencia americana de aquellos tiempos: Double Nickels On The Dime de Minutemen.
No son pocas las conexiones entre la piedra roseta de la banda de D. Boon, Mike Watt y el Zen Arcade de Hüsker Dü. Los dos son discos de SST, se trata de LPs dobles y lo más significativo, fueron publicados la misma fecha de julio de 1984. ¿El día más grande en la historia del rock? El más relevante, no; pero sí la fecha en la que se entornó la puerta que vislumbraba la denominación reduccionista “indie-rock”.
Double Nickels On The Dime fue una respuesta directa de Minutemen a Hüsker Dü y su Zen Arcade. Después de tres décadas, se podría establecer esa fecha como el gran punto de inflexión en la regeneración del rock de los 80.
Pau Cundins: “Sin ninguna duda, sobre todo en el contexto norteamericano. Diría que representa perfectamente la ambición -y no solo artística- de la primera generación del rock después del hardcore. Unió como mínimo a crítica y a toda una generación -si no varias- de jóvenes aficionados y músicos. Ambos favorecieron el declive definitivo de la cultura occidental finisecular de bien para nuestro regocijo y disfrute personal”.
“Creo que acabaron imponiéndose como los máximos exponentes del programa de acción de toda una escena, hasta el punto de casi eclipsarla. Y eso que 1984 fue el año del Double Nickels On The Dime y Zen Arcade, pero también del Let it Be de los Replacements, II de Meat Puppets, Cop de Swans… casi nada. Todos ellos álbumes netamente regeneracionistas, cada uno a su manera”.
“Dicho esto me temo que son dos álbumes que -como tantos otros- se han citado más de lo que se han escuchado. Me temo que no son precisamente discos audibles para el gran público, en absoluto, ni lo fueron entonces ni lo son ahora, aunque se han dejado notar durante no menos de 20 años de música popular. Hicieron gala de una visceralidad bastante inquietante, que por deliberada asustaba y marcó época en la música independiente, sin duda”[2].
Ese día no sólo fue la claraboya que dejó entrever un nuevo mundo de posibilidades, sin integrismos ni sectarismos limitadores, también fue la fecha que quedó marcada como la reevaluación del rock underground como campo de cultivo de obras consideradas “mayores” dentro de un ámbito hasta aquel entonces estigmatizado por el carácter desmitificador de su escena. Ese día se abrió la puerta a la posibilidad de contemplar la creación desde los subsuelos del underground como una lanzadera creíble de ambiciones no contempladas anteriormente.
La misma conexión uterina de estas dos obras plantea una mentalidad deudora de los 60: la competitividad como forma de retroalimentación artística; pero sobre todo, como forma de superación y experimentación hacia latitudes sonoras desconocidas.
En efecto, cuando Minutemen se enteraron que Hüsker Dü iban a publicar un doble LP, no tuvieron más remedio que contestar de la única manera posible: amplificando la idea original del LP que tenían pensado grabar en noviembre de 1983. Su afrenta les llevó a estirar su proceso de composición durante un mes más. Así, a lo largo de ese tiempo nacieron una docena nueva de canciones que estiraron el nº de temas finales del disco hasta las 45”[3]
Mike Watt: “No teníamos un concepto que uniera todo el álbum como ellos habían hecho. No sonábamos como ellos. Pero al intentar estirarlo como ellos habían hecho, sacamos algo que no tenía nada que ver con nada de lo que haríamos después. Es el mejor disco en el que jamás he intervenido”[4].
Dave Markey: Eran bandas colegas. Primeramente, Watt sacó a los Hüskers en New Alliance antes de que Ginn tomara nota y se los arrebatara después. Claramente, Double Nickels [On The Dime] era una respuesta a Zen [Arcade]. Ninguna otra banda en SST iba a hacer lo mismo con un doble LP. Si alguien podía igualar –y probablemente eclipsarlos- esos serían Minutemen. Dicho esto, ambos son fantásticos a su manera”[5].
Mike Watt: “¿Ves qué sana era la competencia, la comunidad de todo aquello? Eso sucedió cuando todo aquello era un movimiento. Y no una escena. Era algo sano, próspero”[6].
Pero si hay un punto de confluencia entre Minutemen y Hüsker Dü, es que se trata de los tríos de rock más relevantes de los 80. Cada uno en su estilo, ajustaron sus pretensiones dentro de modelos únicos de power-trío.
Dave Markey: “Minutemen y huskers estaban vinculados en el viaje del power-trío[7].
Dentro de este mismo concepto de power-trío, la ecuación siempre quedaría coja de no concebirla con los Meat Puppets como parte de la misma.
Bob Mould: “Tienes que escuchar su nuevo álbum [de los Meat Puppets]. ¡Es jodidamente genial! Suena comercial, pero es tan fresco, al igual que su cosas folkies, como las del tipo Neil Young. Es como ese tipo de cosas cruzadas con Elvis Presley. Es como si los Meat Puppets se hubieran tomado un montón de ácido y se hubieran puesto a improvisar con Elvis y Neil Young. Eso es lo que parece”[8].
El 1 de marzo de 1985, en el Puncture, de San Francisco, se publicaba la reseña de un concierto modélico. Esa fecha se subieron al escenario Meat Puppets, Minutemen y Hüsker Dü. Para muchos el concierto que simboliza los años dorados del punk neopsicodélico norteamericano.
HUSKER DU * MINUTEMEN * MEAT PUPPETS |
The Stone
San Francisco
March 1, 1985
Los Meat Puppets de Arizona tocaron un set basado en un country melódico, en gran parte restringido, aparentemente alejado del ruido alegre de su pasado reciente. Pero esto no era un pastiche recreado con amor, como los Long Ryders (y Dave Edmunds antes que ellos). Al igual que sus compañeros de sello Hüsker Dü, su supuesta “neo-psicodelia” está muy lejos del revivalismo de los años sesenta llevada a cabo desde el “Paisley Underground”. Los Meat Puppets han pasado por el hardcore, y han aprendido sus lecciones de economía y poder.
Han llegado a su sonido actual como algo nuevo. Hay un fracturada intensidad, fuera de tono, que -junto con la evidencia visual de los gestos y saltos frenéticos de los guitarristas, Chris y Curt Kirkwood- revela una sensación completamente contemporánea (aunque paradójicamente, una que capta lo que debería haber sido ver a un verdadero héroe del Country & Western como Hank Williams). Los Meat Puppets tocan desde el intestino, y no con un diccionario de la historia musical, por lo que no es de extrañar que al menos una versión, como la del ‘Midnight Rider’ de Allman Brothers, fuera armada de manera tan experta.
Los Minutemen desprenden una visión impresionante: el bajista Mike Watt, con barba de tres días, parece haber salido de una banda del punk ‘77; y el guitarrista, y principal compositor, D. Boon, es una figura regordeta que lleva enormes pantalones cortos, saltando arriba y abajo de forma continua. “El punk rock ha cambiado nuestras vidas”, dicen en una de sus canciones, pero por ahora su música se ha convertido en un apretado mutante de funk-punk thrash sobre la que Boon proyecta sus escuetas e incisivas letras.
Puede que él sea el mejor escritor del momento. En resumen, canciones reducidas a lo básico, como ‘Working Men Are Pissed’, que enumera las realidades de la América de hoy en día con sincera intensidad. La banda, que podría considerarse como el colectivo Bob Dylan de San Pedro de los años 80, trajo al escenario un cartel que decía “EEUU Fuera de Centro América”, y transformaron su mejor canción, ‘Corona’, en un himno de rebeldía. “The people will survive”. La audiencia respondió con un rugido. Pero eso no fue nada comparado con la recepción que tuvieron los cabezas de cartel, Husker Du.
De repente, en el último año, los Huskers lo han conquistado todo. El nuevo álbum vendió cerca de 30.000 en las primeras semanas. Incluso el New York Times le hizo una crítica favorable.
Sin embargo, siguen siendo totalmente creíbles, en contacto con la gente real y las preocupaciones reales, completamente con los pies en la tierra en su actitud (y su público parece reconocer esto). Como individuos, no han cambiado; pero musicalmente, se han adelantado a años luz por delante del resto. Nunca fueron sólo una banda de hardcore; siempre hubo una fuerte sensibilidad pop que acechaba bajo la armadura thrash (¿recordáis su versión del ‘Sunshine Superman’ de Donovan?). Pero ellos han trabajado en la manera de ampliar el panorama musical hardcore, fusionándolo con melodías poderosas y letras bien pensadas, sin sacrificar nada de la fuerza y la integridad.
Como de costumbre, se pusieron en marcha directamente con la primera canción (‘Something I Learned Today’) y ya lo enfilaron todo a lo largo de una hora. No hay numeritos extraños, ni una palabra de conversación, simplemente acción sólida. Sólo cuando el persistente bombardeo fuera del escenario llegó a niveles ridículos, Bob Mould detuvo el tiempo lo suficiente para decir: “Esto se va a parar en este mismo instante”.
Se trataba de unos Husker Du supremos, que recordaban en el ritmo y la intensidad de los primeros Ramones. Quizás bajaron un poco después del primer momento. Tal vez debido al sonido un poco fangoso, tal vez a causa de la inacostumbrada iluminación (SST estaban grabando el show para una posible publicación posterior). Pero ellos estuvieron veloces, furiosamente crecidos de principio a fin. Nos proporcionaron una amplia gama del material de su ya extenso catálogo.
‘Everything Falls Apart’, uno de sus primeros clásicos thrash, ha vuelto trabajado para encajar a la perfección en su reciente estilo, más abiertamente armónico. ‘It’s Not Funny Anymore’ y ‘Diane’ de su disco de 1983, Metal Circus, también han evolucionado con la banda. Incluso las canciones que hicieron del reciente New Day Rising, como ‘I Apologize’ y ‘The Girl Who Lives In Heaven Hill’, ganaron en profundidad melódica y poder respecto a las versiones grabadas.
Para los bises, los Huskers abrieron con la destacada ‘Pink Turns To Blue’, seguida de su sorprendente, y todavía mejor trabajo de reconstrucción, ‘Eight Miles High’. La línea del título de esta canción ahora se ha convertido en un rugido a gran escala desde el fondo de la garganta de Bob Mould, pero a diferencia de esta entrega, el resto de versos fluyen casi con ternura, cantando lenta, claramente y en un tono menor. Como una armonía vocal sin protagonismo. Igualmente grande fue ‘Ticket To Ride’, la que finalmente selló mi convicción de que Bob y Grant han llegado al nivel de Phil y Don (¡los Everly [Brothers], por supuesto!) en su interés por las armonías vocales. Para confirmarlo, siguieron con ‘You’re Gonna Make It After All’… el tema del show de Mary Tyler. Claramente, estos tíos son Dioses.
Por último, casi se detuvieron, y luego ejecutaron los primeros acordes de… ‘Louie, Louie’. Se juntaron en el escenario con las otras bandas. La plana mayor de SST procedió a thrashear amorosamente dicho clásico garaje con cada gramo de su cuerpo. Uno por uno, dejaron el escenario hasta que sólo permaneció Curt Kirkwood, golpeando los tambores y mirando tristemente alrededor de vez en cuando, como si no pudiera creer que la fiesta tenía que terminar”[9].
—Jean Debbs
Josiah McElheny: “Ésa fue una época en la que la mayoría de los conciertos pequeños terminaban con las localidades prácticamente agotadas. Siempre había un montón de hablar sobre Hüsker Dü vs. Minutemen, pero creo que la gente estaba tan impresionada viendo a la banda, porque podía sentir que no eran sólo una banda punk de gira por el Medio Oeste tocando para chicos, sino un sonido nuevo e importante. Definitivamente, las multitudes empezaron a parecer menos como las de chicos que iban a cualquier espectáculo punky para todas las edades, sino “fans”. Éste es el período en el que empezó a ser un comportamiento de “acoso”, y se forjó la transición a “rock stars”, en la que la gente se forma su identidad autodeclarada sobre la banda. Al mismo tiempo, ese fue el momento en que otras bandas muy buenas comenzaron a tomar realmente aviso previo, y siempre había una gran cantidad de músicos entre la audiencia”[10].
[1] Buscando por regiones no transitadas anteriormente como Jamaica – reggea, dub – y africanas – lo que se acabaría conociendo como “world music” – el post-punk se apropiaría de nuevas pautas estilísticas que se fusionarían con otras más conocidas popularmente. A saber: El lado “arty” del glam; la música negra americana -el funk se convertiría el patrón rítmico por excelencia-; las propuestas hechas por heterodoxos como Captain Beefhart o Frank Zappa; la influencia alemana de los discos de la dupla bowie-Eno, el krautrock y Kraftwerk; todo tipo de vanguardia estilística -free-jazz, etc.- e incluso de las partes más aprovechables del rock progresivo. Con todo este flujo inabarcable, las posibilidades expresivas se multiplicarían de manera exponencial.
Todas estas nuevas tierras por explorar se convirtieron en el perfecto campo de pruebas en el que se acopló magníficamente el mensaje de fuerza y fe en la música que transmitía el punk primigenio, siendo el marco a través del que se movieron bandas posteriores, la mayoría al movimiento punk, de la enorme talla y calado de The Pop Group, Gang Of Four o PIL, esta última como verdadero punto de partida a toda esta escena; y otras, incluso anteriores: Pere Ubu, Devo o The Fall .
[2] Entrevista del autor a Pau Cundins en 2015
[3] De ambiciones faraónicas, entre los cuarenta y cinco cortes -abanderados por ‘Corona’, la mítica sintonía de los cafres de “Jackass”- que dan lustre a este doble LP refulge una amalgama de tonalidades perfectamente cromadas, sin digresiones, y siempre apuntando hacia nuevos horizontes de posibilidades en la manera de desdoblar los pliegues del punk.
Canciones de formato habitual, entre uno y dos minutos, lo novedoso proviene de la habilidad de D. Boone -voz y guitarra-, Mike Watt -bajo- y George Hurley -batería- por incrustar distendidas bases rítmicas post-punk, un motor eléctrico de dinámica funk, transmutaciones folk, salidas de jazz a cámara rápida, construcciones musicales en constante desarrollo, y una exposición donde la agresividad es rebajada en pos de un sonido más rico en matices y frugalmente imprevisible.
Vibrante orgía de canciones bendecidas con el don de la naturalidad en primer plano, Double Nickels on the Dime da la impresión de haber sido parido como una jam session: la aplicación más extrema de sus ideas musicales, sobresalientemente aplicadas en sus anteriores trabajos –The Puch Line (SST, 1981) y What Makes a Man Starts a Fire (SST, 1983)-, pero no tan bien enfocadas como en este trabajo de extensión tan larga como necesaria. Algo así como sucede con Zen Arcade (SST, 1984) de HüskerDü.
Tantas canciones darían a pensar en cierta irregularidad en su conjunto. No es el caso, desde luego. Homogéneo hasta niveles insospechados, los ochenta y tres minutos que dan lustre al tercer trabajo de Minutemen discurre con asombrosa fluidez, dejando por el camino el cruce perfecto entre unos Talking Heads primerizos y unos Pere Ubu aguerridos. Vamos, lo más oxigenante que le podía pasar al rock tras la explosión punk.
[4] Azerrad, Michael: Nuestro grupo podría ser tu vida. Contra, Barcelona, 2013, página 95.
[5] Earles, Andrew: Hüsker Dü. The story of the noise-pop pioners who launched the modern rock, Voyageur, Minneapolis, 2010, página 126. Traducción del autor.
[6] Azerrad, Michael: Nuestro grupo podría ser tu vida. Contra, Barcelona, 2013, página 95.
[7] Earles, Andrew: Hüsker Dü. The story of the noise-pop pioners who launched the modern rock, Voyageur, Minneapolis, 2010, página 126. Traducción del autor.
[8] Al Quint y Andy Thurston: “Hüsker Dü”, Suburban Punk, comienzos de 1984. Traducción del autor.
[9] Debbs, Jean: “SST Road Show”, Puncture, 01/03/1985. Traducción del autor.
[10] Libro Huskers, página 153